15
de abril de 2020 – MIÉRCOLES DE LA OCTAVA
DE PASCUA
¡Quédate con
nosotros Señor!
Lectura
de los Hechos de los Apóstoles 3, 1- 10
Pedro
y Juan subían al Templo para la oración de la tarde. Allí encontraron a un
paralítico de nacimiento, que ponían diariamente junto a la puerta del Templo
llamada «la Hermosa», para pedir limosna a los que entraban. Cuando él vio a
Pedro y a Juan entrar en el Templo, les pidió una limosna.
Entonces
Pedro, fijando la mirada en él, lo mismo que Juan, le dijo: «Míranos.»
El
hombre los miró fijamente esperando que le dieran algo. Pedro le dijo: «No
tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de
Nazaret, levántate y camina.» Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó; de
inmediato, se le fortalecieron los pies y los tobillos.
Dando
un salto, se puso de pie y comenzó a caminar; y entró con ellos en el Templo,
caminando, saltando y glorificando a Dios. Reconocieron que era el mendigo que
pedía limosna sentado a la puerta del Templo llamada «la Hermosa», y quedaron
asombrados y llenos de admiración por lo que le había sucedido.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
104, 1-2. 3-4. 6-7. 8-9 (R.: 3b)
R. Alégrense,
los que buscan al Señor.
¡Den
gracias al Señor, invoquen su Nombre,
hagan
conocer entre los pueblos sus proezas;
canten
al Señor con instrumentos musicales,
pregonen
todas sus maravillas! R.
¡Gloríense
en su santo Nombre,
alégrense
los que buscan al Señor!
¡Recurran
al Señor y a su poder,
busquen
constantemente su rostro. R.
Descendientes
de Abraham, su servidor,
hijos
de Jacob, su elegido:
el
Señor es nuestro Dios,
en
toda la tierra rigen sus decretos. R.
El
se acuerda eternamente de su alianza,
de
la palabra que dio por mil generaciones,
del
pacto que selló con Abraham,
del
juramento que hizo a Isaac. R.
SECUENCIA
OPTATIVA
Cristianos,
ofrezcamos
al Cordero pascual
nuestro
sacrificio de alabanza.
El
Cordero ha redimido a las ovejas:
Cristo,
el inocente,
reconcilió
a los pecadores con el Padre.
La
muerte y la vida se enfrentaron
en
un duelo admirable:
el
Rey de la vida estuvo muerto,
y
ahora vive.
Dinos,
María Magdalena,
¿qué
viste en el camino?
He
visto el sepulcro del Cristo viviente
y
la gloria del Señor resucitado.
He
visto a los ángeles,
testigos
del milagro,
he
visto el sudario y las vestiduras.
Ha
resucitado a Cristo, mi esperanza,
y
precederá a los discípulos en Galilea.
Sabemos
que Cristo resucitó realmente;
tú,
Rey victorioso,
ten
piedad de nosotros.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 24, 13-35
Ese
mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús,
situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que
había ocurrido.
Mientras
conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos.
Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. El les dijo: « ¿Qué comentaban
por el camino?»
Ellos
se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le
respondió: « ¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en
estos días!»
«¿Qué
cosa?», les preguntó.
Ellos
respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso
en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros
sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y
lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero
a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas
mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada
al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían
aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros
fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él
no lo vieron.»
Jesús
les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que
anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos
sufrimientos para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y continuando
con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se
refería a él.
Cuando
llegaron cerca del pueblo adónde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.
Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día
se acaba.»
El
entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la
bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se
abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
Y
se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino
y nos explicaba las Escrituras?»
En
ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí
encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos
les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!»
Ellos,
por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían
reconocido al partir el pan.
Palabra
del Señor.
Para reflexionar
Durante
algún tiempo, los discípulos continuaron siendo fieles a la liturgia del
Templo. Eran hombres del Templo. No comprendieron enseguida el alcance
sacerdotal y sacrificial de la muerte de Jesús y del rito del pan y del vino.
Pedro
y Juan suben al templo a la hora nona, la hora del sacrificio de la tarde. Un
hombre tullido que todos los días llevan y ponen en la puerta del Templo como
si fuera un objeto, se les atraviesa en el camino y les cambia el programa. El
tullido representa también al pueblo de Israel, que está inmovilizado por la
práctica de la ley y por el Templo. Este pobre mira a Pedro quien responde
fijando también en él la mirada.
Pedro
sólo puede darle la fuerza del Resucitado y su Espíritu. Con esta fuerza ordena
al tullido que camine y le da la mano. En ese momento, cobran fuerza sus pies y
tobillos, de un salto se pone de pie, y caminando, entra con ellos en el Templo
andando, saltando y alabando. La liberación del tullido es una verdadera
resurrección.
Los
Apóstoles, como continuadores de Jesús, son los depositarios de su poder
taumatúrgico. La acción de Jesús no terminó con su muerte: Dios continúa
actuando a través de su presencia misteriosa en su Iglesia.
La
fuerza salvadora que brotaba de Jesús curando a los enfermos y resucitando a
los muertos, es ahora energía pascual que sigue activa: el Resucitado está
presente, aunque invisible, y actúa a través de su comunidad que es enviada a
«proclamar el Reino de Dios y a curar».
***
Lucas
escoge dos personas de Emaús que habían escuchado a Jesús y lo habían visto
actuar, para que sean los que se encuentran con el Señor resucitado.
Aparentemente no formaban parte del grupo de los más allegados, pero serán los
que anunciarán al grupo de discípulos de Jesús que ha resucitado y vive.
El
viernes último, en la cruz, todo parece haber terminado. No reconocen al
caminante que se les une. Sus ojos estaban ciegos. Se ha desmoronado su fe. No
creen en la resurrección, a pesar de que algunas mujeres dijeron que han visto
el sepulcro vacío.
Jesús
deja que hablen, que se desahoguen, no se da a conocer enseguida. Después les
explica las Escrituras, se hunde en las raíces de la vida del pueblo de Dios
para demostrarles que esto ya estaba anunciado. Los quiere llevar a
“reconocerlo” haciéndolos tomar contacto, profundamente, desde el corazón, con
las Escrituras, con la Palabra de Dios que es siempre viva.
Jesús
hace camino con ellos y recorre a su lado la senda interior que lleva de la
oscuridad a la luz y de la desolación a la esperanza.
Con
ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. En ese
momento, se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Aquí se produce el segundo
reconocimiento. En la fracción del pan reconocen vivo a Jesús. Es el cambio que
ha suscitado en ellos la fuerza del resucitado. Ahora son hombres nuevos,
capaces de partir y compartir la vida, el alimento, la amistad y el trabajo por
un mundo más justo y humano.
En
ese momento se dieron cuenta que la muerte del maestro no había podido apagar
el ardor inicial de sus corazones, sino que desde ese mismo instante no valió
otra cosa, sino la experiencia del Jesús resucitado. Comulgaron con el “Cuerpo
de Cristo” y en el mismo instante se levantaron, y volvieron a Jerusalén.
Nadie
puede quedarse quieto en su sitio contemplando a Cristo resucitado: Hay que
ponerse en camino y marchar hacia los hermanos. El viaje de vuelta es
exactamente lo contrario. Pascua no es un recuerdo. Es curación, salvación y
vida, hoy y aquí para nosotros, que el Señor Resucitado nos comunica a través
de su Iglesia, cuando proclama la Palabra salvadora y celebra sus sacramentos,
en especial la Eucaristía.
La
Pascua no es para los perfectos: fue Pascua también para el paralítico del
templo y para los discípulos desanimados de Emaús. También nosotros podemos
experimentar alguna vez la parálisis del mendigo y la desesperanza de los dos
discípulos, que la Pascua del Señor Resucitado quiere curar.
Cristo
Resucitado sigue haciendo camino con su pueblo y con todos los pueblos, y
siempre hace ademán de seguir adelante. Jesucristo vive la comunión con el
Padre Dios y también la vive con la humanidad, compartiendo con nosotros
nuestros gozos y esperanzas, nuestras tristezas y angustias. Se hace compañero
del hombre para darle sentido a su caminar por la vida; ilumina los
acontecimientos con su Palabra y comparte su Pan.
Como
Iglesia de Cristo debemos reunirnos para escuchar al Maestro y para partir y
compartir el Pan de Vida y ponernos en camino junto al hombre que sufre, para
devolverle la paz y la esperanza, con palabras que hagan arder en amor su
corazón y también partiendo el pan de la propia vida para que se mitigue, por
lo menos un poco, el hambre de alimento, de amor, de comprensión, de alegría,
de paz.
El
camino de Emaús, es muchas veces el camino de ida de muchos hombres que, con
nuestra ayuda, debe ser de vuelta desde la oscuridad hacia la fe.
Para discernir
¿Las
dificultades me impiden descubrir el rostro del resucitado?
¿Experimento
cómo la palabra ayuda a poner luz en mis experiencias de dolor?
¿Es
la eucaristía encuentro con el cuerpo de Jesús que me regala su vida de
resucitado?
Repitamos a lo largo de este día
«No
tengo plata ni oro, pero ¡en nombre de Jesús, echa a andar!»
Para la lectura espiritual
…La
segunda lección que les impartirá Jesús será con hechos. Pero antes ha sido
preciso que ellos diesen señales de vida: «Quédate con nosotros, que está
atardeciendo y el día va ya de caída» (24,29). Han acogido al hombre, sin saber
que era Jesús. Este ha hecho ademán de seguir adelante (24,28), para que fuesen
ellos quienes tomasen la iniciativa de darle acogida. Tienen que hacerse
«prójimos», acercándose a las necesidades humanas y compartiendo lo que tienen.
«Y sucedió que, estando recostado con ellos a la mesa, tomó el pan, pronunció
la bendición, lo partió y se lo ofreció» (24,30). Jesús les da la misma señal
que les había dado en la escena del compartir los panes (9,16) y que los llevó
a reconocerlo como Mesías (9,18-20). Se dan cuenta de que es él en la acción de
compartir el pan (24,35) para que comiera de él todo Israel. Lo sienten
viviente, como cuando «estaban en ascuas mientras les hablaba por el camino»
(24,32).
Palabra
y gesto: si queremos comprender el plan de Dios, debemos habituarnos también
nosotros a compartir, como Jesús se entregó a sí mismo en un acto supremo de
donación (22,19) y lo significó mediante la «partición del pan». Mientras
vayamos en busca de una iglesia triunfante, bien considerada y aplaudida por
los poderosos, mientras confiemos en los grandes medios de comunicación como
formas de evangelización, por el estilo de los carismáticos evangelistas que
dominan las televisiones americanas, remaremos contra corriente y no
descubriremos nunca a Jesús en la pequeña, pobre e insignificante historia de
los hombres y mujeres que nos rodean o que se nos acercan…
Josep
Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas,
Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
Para rezar
Emaús
Te
damos gracias, Señor, Dios nuestro
se
alegra nuestro corazón
porque
nos libras de las ataduras de la muerte
y
nos enseñas el camino de la vida.
Como
aquellos discípulos de Emaús,
también
nosotros vivíamos como ciegos, sin rumbo ni esperanza,
cansados
de vivir y de hacer proyectos vanos inútiles,
desanimados
porque los obstáculos destruían nuestros proyectos.
Pero
hoy nos ha llegado la fuerza del Espíritu.
Hoy
sentimos en nosotros el fuego de la presencia de Cristo,
hoy
abrimos los ojos del Espíritu.
Descubrimos
que Cristo está presente dentro de nosotros
en
la comunidad, en los pobres, en cada hermano nuestro,
y
también en este preciso momento que hacemos oración.
Que
arda nuestro corazón al contacto de tu Palabra viva,
que
sintamos la alegría de llamarnos y de ser cristianos,
que
seamos los mensajeros de la esperanza,
que
seamos testigos de una nueva primavera en el mundo,
esa
que tanto necesitamos respirar.
Santos
Benetti
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