Por sus heridas fuimos sanados
Lectura del
libro del profeta Isaías 52, 13-53,12
Sí, mi Servidor
triunfará: será exaltado y elevado a una altura muy grande. Así como muchos
quedaron horrorizados a causa de él, porque estaba tan desfigurado que su
aspecto no era el de un hombre y su apariencia no era más la de un ser humano,
así también él asombrará a muchas naciones, y ante él los reyes cerrarán la
boca, porque verán lo que nunca se les había contado y comprenderán algo que
nunca habían oído.
¿Quién creyó lo
que nosotros hemos oído y a quién se le reveló el brazo del Señor?
El creció como
un retoño en su presencia, como una raíz que brota de una tierra árida, sin
forma ni hermosura que atrajera nuestras miradas, sin un aspecto que pudiera
agradarnos. Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y
habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan
despreciado, que lo tuvimos por nada.
Pero él
soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias, y nosotros lo
considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. El fue traspasado por
nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da
la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados.
Todos andábamos
errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo
recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se
humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero,
como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca.
Fue detenido y
juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado
de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. Se le
dio un sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no había
cometido violencia ni había engaño en su boca.
El Señor quiso
aplastarlo con el sufrimiento. Si ofrece su vida en sacrificio de reparación,
verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá
por medio de él. A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al saberlo,
quedará saciado.
Mi Servidor
justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos. Por eso le
daré una parte entre los grandes y él repartirá el botín junto con los
poderosos. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los culpables,
siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía en favor de los
culpables.
Palabra de Dios.
SALMO Sal
30, 2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25 (R.: Lc 23, 46)
R. Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu.
Yo me refugio en
ti, Señor,
¡que nunca me
vea defraudado!
Yo pongo mi vida
en tus manos:
tú me
rescatarás, Señor, Dios fiel. R.
Soy la burla de
todos mis enemigos
y la irrisión de
mis propios vecinos;
para mis amigos
soy motivo de espanto,
los que me ven
por la calle huyen de mí.
Como un muerto,
he caído en el olvido,
me he convertido
en una cosa inútil. R.
Pero yo confío
en ti, Señor,
y te digo: «Tú
eres mi Dios,
mi destino está
en tus manos.»
Líbrame del
poder de mis enemigos
y de aquellos
que me persiguen. R.
Que brille tu
rostro sobre tu servidor,
sálvame por tu misericordia.
Sean fuertes y
valerosos,
todos los que
esperan en el Señor. R.
Lectura de la
carta a los Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9
Ya que tenemos
en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo,
permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe. Porque no tenemos un Sumo
Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario, él fue
sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado.
Vayamos,
entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y
alcanzar la gracia de un auxilio oportuno.
El dirigió
durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a
aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión.
Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué
significa obedecer. De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa
de salvación eterna para todos los que le obedecen.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Pasión de
nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1-19, 42
Se apoderaron de
Jesús y lo ataron
C. Jesús
fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una
huerta y allí entró con ellos. Judas, el traidor, también conocía el lugar
porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia. Entonces Judas,
al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los
sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas.
Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó:
X
« ¿A quién buscan?»
C.
Le respondieron:
S.
«A Jesús, el Nazareno.»
C.
El les dijo:
X
«Soy yo.»
C.
Judas, el que lo entregaba estaba con ellos. Cuando Jesús les dijo: «Soy yo»,
ellos retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó nuevamente:
X
«¿A quién buscan?»
C.
Le dijeron:
S.
«A Jesús, el Nazareno.»
C.
Jesús repitió:
X
«Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejen que estos se vayan.»
C.
Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: «No he perdido a ninguno de
los que me confiaste.» Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e
hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor
se llamaba Malco. Jesús dijo a Simón Pedro:
X
«Envaina tu espada. ¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?»
Llevaron primero
a Jesús ante Anás
C.
El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se
apoderaron de Jesús y lo ataron. Lo llevaron primero ante Anás, porque era
suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. Caifás era el que había aconsejado
a los judíos: «Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo.»
Entre
tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este
discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del
Pontífice, mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo,
el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar
a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro:
S.
«¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?»
C.
El le respondió:
S.
«No lo soy.»
C.
Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían
encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego. El
Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza.
Jesús le respondió:
X
«He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el
Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por
qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos
saben bien lo que he dicho.»
C.
Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada,
diciéndole:
S.
«¿Así respondes al Sumo Sacerdote?»
C.
Jesús le respondió:
X
«Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué
me pegas?»
C.
Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás.
¿No eres tú
también uno de sus discípulos? No lo soy
C.
Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron:
S.
«¿No eres tú también uno de sus discípulos?»
C.
El lo negó y dijo:
S.
«No lo soy.»
C.
Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había
cortado la oreja, insistió:
S.
«¿Acaso no te vi con él en la huerta?»
C.
Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.
Mi realeza no es
de este mundo
C.
Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero
ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar
en la comida de Pascua. Pilato salió adonde estaban ellos y les preguntó:
S.
«¿Qué acusación traen contra este hombre?»
C.
Ellos respondieron:
S.
«Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado.»
C.
Pilato les dijo:
S.
«Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la ley que tienen.»
C.
Los judíos le dijeron:
S.
«A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie.»
C.
Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir.
Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó:
S.
«¿Eres tú el rey de los judíos?»
C.
Jesús le respondió:
X
«¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?»
C.
Pilato replicó:
S.
«¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en
mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?»
C.
Jesús respondió:
X
«Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que
están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los
judíos. Pero mi realeza no es de aquí.»
C.
Pilato le dijo:
S.
«¿Entonces tú eres rey?»
C.
Jesús respondió:
X
«Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar
testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz.»
C.
Pilato le preguntó:
S.
«¿Qué es la verdad?»
C.
Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo:
S.
«Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo. Y ya que ustedes tienen
la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua,
¿quieren que suelte al rey de los judíos?»
C.
Ellos comenzaron a gritar, diciendo:
S.
«¡A él no, a Barrabás!»
C.
Barrabás era un bandido.
¡Salud, rey de
los judíos!
C.
Pilato mandó entonces azotar a Jesús. Los soldados tejieron una corona de
espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, y
acercándose, le decían:
S.
«¡Salud, rey de los judíos!», y lo abofeteaban. Pilato volvió a salir y les
dijo:
S.
«Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de
condena.»
C.
Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo:
S.
«¡Aquí tienen al hombre!»
C.
Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron:
S.
«¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!»
C.
Pilato les dijo:
S.
«Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para
condenarlo.»
C.
Los judíos respondieron:
S.
«Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser
Hijo de Dios.»
C.
Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. Volvió a entrar en el
pretorio y preguntó a Jesús:
S.
«¿De dónde eres tú?»
C.
Pero Jesús no le respondió nada. Pilato le dijo:
S.
«¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también
para crucificarte?»
C.
Jesús le respondió:
X
«Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo
alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave.»
¡Que muera! ¡Que
muera! ¡Crucifícalo!
C.
Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos
gritaban:
S.
«Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al
César.»
C.
Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en
el lugar llamado «el Empedrado», en hebreo, «Gábata.»
Era
el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a
los judíos:
S.
«Aquí tienen a su rey.»
C.
Ellos vociferaban:
S.
«¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!»
C.
Pilato les dijo:
S.
«¿Voy a crucificar a su rey?»
C.
Los sumos sacerdotes respondieron:
S.
«No tenemos otro rey que el César.»
Lo crucificaron,
y con él a otros dos.
C.
Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron.
Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar
llamado «del Cráneo», en hebreo «Gólgota.» Allí lo crucificaron; y con él a
otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. Pilato redactó una inscripción
que decía: «Jesús el Nazareno, rey de los judíos», y la hizo poner sobre la
cruz.
Muchos
judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado
quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego.
Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S.
«No escribas: “El rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: Yo soy el rey de
los judíos.”»
C.
Pilato respondió:
S.
«Lo escrito, escrito está.»
Se repartieron
mis vestiduras
C.
Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las
dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y
como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo,
se dijeron entre sí:
S.
«No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca.»
C.
Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon
mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados.
Aquí tienes a tu
hijo. Aquí tienes a tu madre
C.
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María,
mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al
discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo:
X
«Mujer, aquí tienes a tu hijo.»
C.
Luego dijo al discípulo:
X
«Aquí tienes a tu madre.»
C.
Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Todo se ha
cumplido
C.
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se
cumpliera hasta el final, Jesús dijo:
X
«Tengo sed.»
C.
Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la
ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Después de beber el
vinagre, dijo Jesús:
X
«Todo se ha cumplido.»
C.
E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.
Aquí
todos se arrodillan, y se hace una breve pausa.
En seguida brotó
sangre y agua
C.
Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que
hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos,
para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy
solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido
crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no
le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado
con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.
El
que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la
verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la
Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos. Y otro pasaje de la
Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron.
Envolvieron con
vendas el cuerpo de Jesús, agregándole la mezcla de perfumes
C.
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero
secretamente, por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato para retirar
el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo.
Fue
también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y
trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. Tomaron
entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla
de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos.
En
el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en
la que todavía nadie había sido sepultado. Como era para los judíos el día de
la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Palabra del
Señor.
PARA
REFLEXIONAR
Aquel día- el
gran día, la hora de cada hombre- aparentemente los hombres juzgaron a Jesús y
lo hallaron culpable. Sin embargo esta una de las grandes paradojas de Dios: el
reo se constituyó en juez del mundo de la iniquidad, y su culpabilidad fue
descubierta. Uno a uno a desfilan ante Jesús los distintos hombres y cada uno
tuvo que enfrentarse con Jesús testigo de la verdad y en este enfrentamiento
cada uno se dejó ver tal cual era.
Pedro y los
apóstoles, aparentemente fieles seguidores de Jesús ponen al descubierto su
fragilidad, su cobardía, sus dobles intenciones, su afán de poder.
Judas encarna la
traición del hombre.
Anás y Caifás,
los guardianes del orden religioso, amparados por el prestigio y por el apoyo
del poder político, abusan de su situación de hombres sagrados para dominar al
pueblo.
Pilato es
responsable del poder civil, el juez de los sediciosos es tan sólo un
pusilánime sin convicciones; un asesino legal.
Los guardias,
son la expresión de la brutalidad humana descontrolada, al servicio de una
causa que no conocen pero a la que igualmente sirven.
El pueblo que se
deja llevar por arrebato, es engañado por sus líderes y usado bajo la cortina
de humo del patriotismo y la defensa de los valores religiosos.
María y las
mujeres junto con Juan son los que no hablan, los que sufren en silencio, los
que unen sus sufrimientos al de Jesús para dar la vida a los hermanos.
Así cada
viernes, es también el día de nuestro juicio, todos tenemos parte en este drama
humano amasado por el egoísmo, porque somos cómplices silenciosos de una
sociedad utilitaria, individualista, intransigente que recurre a la mentira, a
la prepotencia, a la presión moral y psicológica y a la manipulación para
seguir avanzando.
Sin embargo,
aquel día, Dios entronizó a su hijo como rey de su nuevo pueblo. Allí está
sentado en su trono; la cruz, abrazando a la humanidad dividida a la que redime
con su sangre, con su corona de espinas y con el manto rojo de su realeza.
Es el Rey de la
Vida porque nadie se la arrebata sino que la da, porque morir de este modo ya
es vivir. En el interior de esta muerte hay una vida que no puede ser devorada.
Está oculta en la muerte, no es que venga después, sino que ya está dentro de
la vida de aquel, que vive en el amor, la solidaridad y la valentía para
soportar y morir. Por la muerte se revela la vida, su poder y su gloria.
La gran y eterna
paradoja de este día: quien muere como esclavo, es reconocido por la fe como el
hombre nuevo que hace nuevas todas las cosas. En la cruz se entierra el pasado,
termina el imperio del pecado y de las tinieblas y comienza la era de la luz.
El que, en la realidad descarnada del dolor humano, nos regala la riqueza
inmensa del amor de Dios.
Y desde aquella
tarde, Dios camina y redime el camino del dolor de los hombres. Desde aquella
tarde, Dios se ha manifestado como el Señor; no el de truenos y relámpagos, no
el Dios de los ejércitos sino el de la cruz, el siervo sufriente, varón de
dolores, cordero sacrificado. Desde aquella tarde, Dios tiene preferencias: los
pobres, los pequeños, los sencillos, los limpios de corazón.
Esa tarde nada
quedó en pie; la paradoja se hizo ley y la apariencia perdió su fuerza. Se
destronaron los dioses y se entronizó Dios. Un chico sano no vale más que un
discapacitado. Una raza no vale más que otra raza. Un pecador puede llegar a
ser santo. Desde aquella tarde todos los caminos son rutas de Dios. Desde
aquella tarde no tienen ciudadanía los que matan, los que odian, los que
oprimen, los vengativos, los egoístas. Desde aquella tarde, no tienen derecho
unos y obligaciones otros, todos tienen derecho a ser hijos de Dios y la
responsabilidad de vivir como hijos de Dios.
Fue la tarde del
amor nuevo, del amor que llama, del amor que exige, del amor que redime. Padre
perdónalos… en tus manos encomiendo mi espíritu, síntesis de su vida, su misión
y llamado; porque tanto el perdón como la confianza, son las formas mediante
las cuales no permitiremos que el odio y la desesperación tengan la última
palabra. Son el gesto supremo de la grandeza del hombre.
Que el vivir
así, nos revele la vida nueva escondida en la muerte. Y sólo podremos hacerlo
con la mirada clavada en el crucificado, que ahora ya es viviente.
Como Iglesia
llamada a ser signo de alianza reconciliadora y definitiva, bebamos una y otra vez
de estas palabras, en el altar de la vida; para que la pasión de Cristo nos
transfigure, para que la pasión de Cristo, pasión del hombre, alcance la gloria
de la resurrección. Cristo ha penetrado los cielos y desde su cielo, sin
venganzas, con amor infinito en la voz de su Iglesia que peregrina en la
tierra, quiere seguir diciendo cómo nos amó cuando murió en la cruz, y cómo nos
sigue amando ahora, mientras peregrinamos juntos y hacia Él.
PARA
DISCERNIR
¿Qué personas y
realidades concretas voy a colocar hoy a los pies de la Cruz?
¿Qué pecados
quiero crucificar en la Cruz de Cristo?
¿Qué impulsos de
amor, de perdón y de servicios, hacia personas concretas, siento hoy en
comunión con el Crucificado?
REPITAMOS
A LO LARGO DE ESTE DIA
Tu muerte fue mi
vida, tu cruz mi salvación
PARA
LA LECTURA ESPIRITUAL
…Hoy la Iglesia
nos invita a un gesto que quizás para los gustos modernos resulte un tanto
superado: la adoración y beso de la cruz. Pero se trata de un gesto
excepcional. El rito prevé que se vaya desvelando lentamente la cruz,
exclamando tres veces: “Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la
salvación del mundo”. Y el pueblo responde: “Venid a adorarlo”.
El motivo de
esta triple aclamación está claro. No se puede descubrir de una vez la escena
del Crucificado que la Iglesia proclama como la suprema revelación de Dios. Y
cuando lentamente se desvela la cruz, mirando esta escena de sufrimiento y
martirio con una actitud de adoración, podemos reconocer al Salvador en ella.
Ver al Omnipotente en la escena de la
debilidad, de la fragilidad, del desfallecimiento, de la derrota, es el misterio del Viernes Santo al que los fieles nos acercamos por medio de la adoración.
debilidad, de la fragilidad, del desfallecimiento, de la derrota, es el misterio del Viernes Santo al que los fieles nos acercamos por medio de la adoración.
La respuesta
“Venid a adorarlo” significa ir hacia él y besar. El beso de un hombre lo
entregó a la muerte; cuando fue objeto de nuestra violencia es cuando fue
salvada la humanidad, descubriendo el verdadero rostro de Dios, al que nos
podemos volver para tener vida, ya que sólo vive quien está con el Señor.
Besando a Cristo, se besan todas las heridas del mundo, las heridas de la
humanidad, las recibidas y las inferidas, las que los otros nos han infligido y
las que hemos hecho nosotros. Aún más: besando a Cristo besamos nuestras
heridas, las que tenemos abiertas por no ser amados.
Pero hoy,
experimentando que uno se ha puesto en nuestras manos y ha asumido el mal del
mundo, nuestras heridas han sido amadas. En él podemos amar nuestras heridas
transfiguradas. Este beso que la Iglesia nos invita a dar hoy es el beso del
cambio de vida. Cristo, desde la cruz, ha derramado la vida, y nosotros,
besándolo, acogemos su beso, es decir, su expirar amor, que nos hace respirar,
revivir. Sólo en el interior del amor de Dios se puede participar en el
sufrimiento, en la cruz de Cristo, que, en el Espíritu Santo, nos hace gustar
del poder de la resurrección y del sentido salvífico del dolor…
M. I. Rupnik, Homilía de pascua. Viernes
santo, Roma 1998, 47-53.
PARA
REZAR
MIRAMOS A JESÚS
CRUCIFICADO
Hoy, viernes santo, miramos tu cruz
levantada en lo alto del monte.
En silencio adoramos tu ofrenda al Padre.
Todo lo tuyo nos habla de amor:
Tus brazos extendidos, abrazando a todos/as.
Tu cabeza inclinada, abandonada en las manos del Padre.
Tu rostro de Siervo sufriente tan desfigurado.
Tu costado abierto, regando la tierra con sangre y agua.
Lo has dado todo y te has quedado abierto, pobre y pequeño.
Nos amas sin lógica, sin medida, sin nada a cambio.
Nos amas porque lo tuyo es amor fiel.
Te miramos y te vemos humano, muy humano.
Tanto amor tuyo, sembrado en nuestro pecado, nos deja sin palabra.
Hoy, viernes santo, miramos tu cruz
levantada en lo alto del monte.
En silencio adoramos tu ofrenda al Padre.
Todo lo tuyo nos habla de amor:
Tus brazos extendidos, abrazando a todos/as.
Tu cabeza inclinada, abandonada en las manos del Padre.
Tu rostro de Siervo sufriente tan desfigurado.
Tu costado abierto, regando la tierra con sangre y agua.
Lo has dado todo y te has quedado abierto, pobre y pequeño.
Nos amas sin lógica, sin medida, sin nada a cambio.
Nos amas porque lo tuyo es amor fiel.
Te miramos y te vemos humano, muy humano.
Tanto amor tuyo, sembrado en nuestro pecado, nos deja sin palabra.
NOS ACERCAMOS A
LOS CRUCIFICADOS
Hoy, viernes
santo, nos acercamos
a los crucificados de la humanidad.
Queremos pasar sus rostros, que son tu rostro,
por nuestro corazón.
Nos sentimos llamados a recorrer países enteros,
donde hay tantos relatos de cruz
por el hambre, la guerra, la injusticia sin fin.
Pasamos por nuestros ojos las imágenes de las víctimas,
los cuerpos mutilados por las bombas,
las mujeres embarazadas violentamente,
los niños atrapados en redes comerciales.
Oímos la voz de los sin voz,
el ruido de los pies de tantos emigrantes
que dejan su tierra con dolor,
el eco apagado de tantos condenados a muerte
por el hambre, el sida, las drogas,
el hilito de voz que sale de las cárceles,
de los hospitales, de todos los marginados.
Que nuestras lágrimas, nuestra solidaridad,
nuestro estilo de vida, rieguen tantas semillas
de amor y de esperanza sembradas cada día en la tierra.
a los crucificados de la humanidad.
Queremos pasar sus rostros, que son tu rostro,
por nuestro corazón.
Nos sentimos llamados a recorrer países enteros,
donde hay tantos relatos de cruz
por el hambre, la guerra, la injusticia sin fin.
Pasamos por nuestros ojos las imágenes de las víctimas,
los cuerpos mutilados por las bombas,
las mujeres embarazadas violentamente,
los niños atrapados en redes comerciales.
Oímos la voz de los sin voz,
el ruido de los pies de tantos emigrantes
que dejan su tierra con dolor,
el eco apagado de tantos condenados a muerte
por el hambre, el sida, las drogas,
el hilito de voz que sale de las cárceles,
de los hospitales, de todos los marginados.
Que nuestras lágrimas, nuestra solidaridad,
nuestro estilo de vida, rieguen tantas semillas
de amor y de esperanza sembradas cada día en la tierra.
Jesús acogemos
en nuestro corazón
a tanta gente crucificada en la que tú sigues habitando.
No permitas que la indiferencia y el egoísmo
cierren nuestras entrañas a su dolor.
Que su fortaleza y esfuerzo para sobrevivir
en medio del sufrimiento nos interpele.
Que su creatividad que desafía los imposibles
y su solidaridad sin límite nos desinstale.
Que podamos aprender con ellos
los caminos nuevos de la fraternidad y de la paz.
a tanta gente crucificada en la que tú sigues habitando.
No permitas que la indiferencia y el egoísmo
cierren nuestras entrañas a su dolor.
Que su fortaleza y esfuerzo para sobrevivir
en medio del sufrimiento nos interpele.
Que su creatividad que desafía los imposibles
y su solidaridad sin límite nos desinstale.
Que podamos aprender con ellos
los caminos nuevos de la fraternidad y de la paz.
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