26
de marzo de 2020 – T. DE CUARESMA – JUEVES DE LA
IV SEMANA
Hay
otro que da testimonio de mí
Lectura
del libro del Éxodo 32, 7-14
El
Señor dijo a Moisés: «Baja en seguida, porque tu pueblo, ese que hiciste salir
de Egipto, se ha pervertido. Ellos se han apartado rápidamente del camino que
yo les había señalado, y se han fabricado un ternero de metal fundido.
Después
se postraron delante de él, le ofrecieron sacrificios y exclamaron: “Este es tu
Dios, Israel, el que te hizo salir de Egipto.”»
Luego
le siguió diciendo: «Ya veo que este es un pueblo obstinado. Por eso, déjame
obrar: mi ira arderá contra ellos y los exterminaré. De ti, en cambio,
suscitaré una gran nación.»
Pero
Moisés trató de aplacar al Señor con estas palabras: « ¿Por qué, Señor, arderá
tu ira contra tu pueblo, ese pueblo que tú mismo hiciste salir de Egipto con
gran firmeza y mano poderosa? ¿Por qué tendrán que decir los egipcios: “El los
sacó con la perversa intención de hacerlos morir en las montañas y
exterminarlos de la superficie de la tierra?” Deja de lado tu indignación y
arrepiéntete del mal que quieres infligir a tu pueblo.
Acuérdate
de Abraham, de Isaac y de Jacob, tus servidores, a quienes juraste por ti mismo
diciendo: “Yo multiplicaré su descendencia como las estrellas del cielo, y les
daré toda esta tierra de la que hablé, para que la tengan siempre como
herencia.”»
Y
el Señor se arrepintió del mal con que había amenazado a su pueblo.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
105, 19-20. 21-22. 23 (R.: 4a)
R. Acuérdate
de mí, Señor, por el amor que tienes a tu pueblo.
En
Horeb se fabricaron un ternero,
adoraron
una estatua de metal fundido:
así
cambiaron su Gloria
por
la imagen de un toro que come pasto. R.
Olvidaron
a Dios, que los había salvado
y
había hecho prodigios en Egipto,
maravillas
en la tierra de Cam
y
portentos junto al Mar Rojo. R.
El
Señor amenazó con destruirlos,
pero
Moisés, su elegido,
se
mantuvo firme en la brecha
para
aplacar su enojo destructor. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Juan 5, 31-47
Jesús
dijo a los judíos:
«Si
yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no valdría. Pero hay otro que da
testimonio de mí, y yo sé que ese testimonio es verdadero.
Ustedes
mismos mandaron preguntar a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad. No es
que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para la salvación
de ustedes. Juan era la lámpara que arde y resplandece, y ustedes han querido
gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de
Juan: son las obras que el Padre me encargó llevar a cabo. Estas obras que yo
realizo atestiguan que mi Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió ha dado
testimonio de mí. Ustedes nunca han escuchado su voz ni han visto su rostro, y
su palabra no permanece en ustedes, porque no creen al que él envió.
Ustedes
examinan las Escrituras, porque en ellas piensan encontrar Vida eterna: ellas
dan testimonio de mí, y sin embargo, ustedes no quieren venir a mí para tener
Vida.
Mi
gloria no viene de los hombres. Además, yo los conozco: el amor de Dios no está
en ustedes. He venido en nombre de mi Padre y ustedes no me reciben, pero si
otro viene en su propio nombre, a ese sí lo van a recibir. ¿Cómo es posible que
crean, ustedes que se glorifican unos a otros y no se preocupan por la gloria
que sólo viene de Dios?
No
piensen que soy yo el que los acusaré ante el Padre; el que los acusará será
Moisés, en el que ustedes han puesto su esperanza. Si creyeran en Moisés,
también creerían en mí, porque él ha escrito acerca de mí. Pero si no creen lo
que él ha escrito, ¿cómo creerán lo que yo les digo?»
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
En
el Evangelio de hoy, Jesús reprocha a sus contemporáneos no haber escuchado
realmente a Moisés: «si creyerais en Moisés, creeríais también en mí».
La
primera lectura nos da «precisamente» la actitud de Moisés. Al bajar de la
Montaña del Sinaí, donde había estado hablando con Dios, Moisés encuentra al
pueblo en adoración ante una estatua de un becerro metal.
La
«ira» de Dios es una imagen para significar que Dios no puede pactar con el
mal. Dios toma la defensa del hombre, contra sí mismo, si es preciso de forma
violenta. El diálogo entre Yahvé y Moisés es entrañable. Después del pecado del
pueblo, Moisés le da vuelta a Dios su acusación y toma la defensa de su pueblo,
recordándole que es el pueblo, que Él sacó de Egipto. No es el pueblo de
Moisés, sino el de Dios. Ése va a ser el primer argumento para aplacar a Yahvé.
Moisés en una actitud admirable no se desolidariza de sus hermanos pecadores.
Ruega por ellos. Ruega por ese pueblo idólatra.
El
autor del Éxodo parece como si atribuyera a Moisés un corazón más bondadoso y
perdonador que a Yahvé. Y concluye: «y el Señor se arrepintió de la amenaza que
había pronunciado contra su pueblo».
***
Sigue
el comentario de Jesús después del milagro de la piscina y de la reacción de
sus enemigos. Jesús pretende que sus obras den testimonio de Él, y precisamente
lo rechazan por ellas. Les echa en cara que no quieren ver lo evidente. Jesús
no va a apoyarse en su propio testimonio. Tiene a su favor otros testigos y “el
testigo irrebatible”, que demostrarán la veracidad de sus palabras. Son
testimonios muy válidos a su favor: el Bautista, que le presentó como el que
había de venir, las obras que hace el mismo Jesús y que no pueden tener otra
explicación sino que es el enviado de Dios; y también las Escrituras, y en
concreto Moisés, que había anunciado la venida de un Profeta de Dios.
Pero
ya se ve en todo el episodio, que los judíos no están dispuestos a aceptar este
testimonio. Jesús les reprocha que nunca han escuchado el mensaje de amor que
Dios les proponía y se ponen de manifiesto dos concepciones de Dios: el que
muestra Jesús, que el Padre ama al hombre y quiere darle vida y libertad, y el
Dios de los dirigentes, que imponen y mantienen un orden jurídico, prescindiendo
del bien real del hombre. Por eso Jesús afirma que no conocen en absoluto al
Padre; y que, incluso el mensaje de la Alianza, expresado cuando Dios los hizo
un pueblo al sacarlos de la esclavitud de Egipto, tampoco lo han conservado.
Ellos han olvidado esta imagen dada por el mismo Dios, para fabricarse la suya.
Por
eso les recrimina que estudian, pensando que van a encontrar en ellas lo que no
contiene: la vida definitiva. Han dado un valor absoluto a la Escritura y la
han convertido en un todo completo y cerrado, en lugar de ver en ellas, una
promesa y una esperanza.
Sin
embargo, el verdadero papel de la Escritura es como el de Juan Bautista: dar
testimonio preparatorio a la llegada del Mesías.
Ellos
no hacen caso de este testimonio, porque su clave de lectura es falsa.
Considerarlas como fuente de vida en sí mismas, suprimiendo su relación
esencial al futuro, impide comprender su verdadero sentido.
Les
asegura que les falta ese “amor a Dios y amor de Dios”, que les impide la
apertura fundamental a Dios, imprescindible en el amor. Por eso les falta
también la capacidad de acercarse a Jesús y reconocerlo como enviado de Dios.
Su
testimonio es mayor que el de Juan porque las obras que el Padre le ha
concedido realizar “dan testimonio de que el Padre lo ha enviado”. Todo el que
reconozca que Dios es Padre, tiene que reconocer que las obras de Jesús, como
las del Padre, comunican vida al hombre, son de Dios. Jesús está apelando
implícitamente a un rasgo claramente expresado en el Antiguo Testamento que descubre
la preocupación de Dios por su pueblo, especialmente por los débiles.
Uno
de los esfuerzos privilegiados de la Cuaresma es “hacer que la Palabra de Dios
habite más en nosotros”: vivir con una familiaridad que nos lleve a amarla,
para que se vaya apoderando de nuestro corazón. No existe un procedimiento
automático para esto. Pero tampoco esto se hará solo.
La
meditación asidua, es ciertamente, un medio de “hacer habitar la Palabra” en
nosotros, pero sobre todo la oración, realizará esa encarnación de la palabra
en nuestra vida y en la vida del mundo. Se trata de aceptar a Cristo, para
tener parte con Él en la vida.
En
el camino de esta Cuaresma, reavivamos esta fe y queremos profundizar en su
seguimiento, imitándolo en su entrega total por el pueblo. Por eso debemos
sentir todos, la urgencia de la evangelización de nuestros hermanos, de todo el
mundo para que se cumpla lo que el evangelio de Juan, resume al final como su
propósito: «estas señales han sido escritas para que crean que Jesús es el Mesías,
el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su Nombre».
PARA DISCERNIR
¿Intercedo
por los pecados de mi pueblo?
¿Ruego
por aquellos cuyas actitudes o pecados me causan sufrimiento?
¿Trato
de dejarme hablar por la escritura o la acomodo a mis necesidades?
REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DIA
El
que cree tiene la vida eterna
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
…La
tradición cristiana sostiene que el libro que vale la pena leer es nuestro
Señor Jesucristo. La palabra Biblia significa “libro”, todas las páginas de
este libro hablan de Él y quieren llevar a Él (…) Es necesario que se dé un
encuentro entre Cristo y la persona humana, entre ese Libro que es Cristo y el
corazón humano, en el que está escrito Cristo no con tinta, sino con el
Espíritu Santo.
¿Por
qué leer? Porque Jesús mismo ha leído. Fue libro y lector, y continúa siendo
ambas cosas en nosotros. ¿Cómo leer? Como leyó Jesús. Sabemos que Jesús leyó y
explicó a Isaías en la sinagoga de Nazaret. Sabemos también cómo comprendió las
Escrituras y cómo a través de ellas se comprendió a sí mismo y su misión. Como
lector del libro y Él mismo como Libro, después de su glorificación concedió
este carisma de lectura a sus discípulos, a la Iglesia y también a nosotros.
Desde entonces, gracias al Espíritu, que actúa en la Iglesia, toda lectura del
Libro sagrado es participación de este don de Cristo. Somos movidos a leer la
Escritura porque Él mismo lo hizo y porque en ella le encontramos a Él. Leemos
la Escritura en Él y con su gracia.
Y
debemos concluir que la lectura cristiana de las Escrituras no es
principalmente un ejercicio intelectual, sino que, esencialmente, es una
experiencia de Cristo, en el Espíritu, en presencia del Padre, como el mismo
Cristo está unido a Él, cara a cara, orientado a Él, penetrando en Él y
penetrado por Él. La experiencia de Cristo fue esencialmente la conciencia de
ser amado por el Padre y de responder a este amor con el suyo. Es un
intercambio de amor. A través de nuestra experiencia personal, seremos capaces
de leer a Cristo-Libro y, en Él, a Dios Padre…
J. Leclercq,
Huesos humillados, Seregno 1993, 65-85
PARA REZAR
El
Dios en quien yo creo
es quien me da motivos para dar cada paso.
El Dios que me susurra, que aún no he terminado
que me falta un poema, una canción acaso,
que me falta quizás una sonrisa firme,
una mano dispuesta y una palabra amable.
Que me falta aún perdonar una ofensa
recorrer otra milla y compartir mi manta.
Que aún me falta crear, inventar otros mundos,
más sencillos tal vez, más nobles y sinceros.
El Dios en quien yo creo me crea y nos recrea
y también nos inventa de nuevo cada día
y siente y se estremece con el dolor del pueblo
y canta y gime y grita en mil voces hermanas,
acaso desterradas al borde del camino.
es quien me da motivos para dar cada paso.
El Dios que me susurra, que aún no he terminado
que me falta un poema, una canción acaso,
que me falta quizás una sonrisa firme,
una mano dispuesta y una palabra amable.
Que me falta aún perdonar una ofensa
recorrer otra milla y compartir mi manta.
Que aún me falta crear, inventar otros mundos,
más sencillos tal vez, más nobles y sinceros.
El Dios en quien yo creo me crea y nos recrea
y también nos inventa de nuevo cada día
y siente y se estremece con el dolor del pueblo
y canta y gime y grita en mil voces hermanas,
acaso desterradas al borde del camino.
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