20
de marzo de 2020 – T. DE CUARESMA – VIERNES DE
LA III SEMANA
El
Señor nuestro Dios es el único Señor
Lectura
de la profecía de Oseas 14, 2-10
Así
habla el Señor:
Vuelve,
Israel, al Señor tu Dios, porque tu falta te ha hecho caer. Preparen lo que van
a decir y vuelvan al Señor. Díganle: «Borra todas las faltas, acepta lo que hay
de bueno, y te ofreceremos el fruto de nuestros labios. Asiria no nos salvará,
ya no montaremos a caballo, ni diremos más “¡Dios nuestro!” a la obra de
nuestras manos, porque sólo en ti el huérfano encuentra compasión.»
Yo
los curaré de su apostasía, los amaré generosamente, porque mi ira se ha
apartado de ellos. Seré como rocío para Israel: él florecerá como el lirio,
hundirá sus raíces como el bosque del Líbano; sus retoños se extenderán, su
esplendor será como el del olivo y su fragancia como la del Líbano.
Volverán
a sentarse a mi sombra, harán revivir el trigo, florecerán como la viña, y su
renombre será como el del vino del Líbano. Efraín, ¿qué tengo aún que ver con
los ídolos? Yo le respondo y velo por él. Soy como un ciprés siempre verde, y
de mí procede tu fruto.
¡Que
el sabio comprenda estas cosas! ¡Que el hombre inteligente las entienda! Los
caminos del Señor son rectos: por ellos caminarán los justos, pero los rebeldes
tropezarán en ellos.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
80, 6c-8a. 8bc-9. 10-11ab. 14 y 17 (R.: cf. 11 y 9a)
R. Yo,
el Señor, soy tu Dios; escucha mi voz.
Oigo
una voz desconocida que dice:
Yo
quité el peso de tus espaldas
y
tus manos quedaron libres de la carga.
Clamaste
en la aflicción, y te salvé. R.
Te
respondí oculto entre los truenos,
aunque
me provocaste junto a las aguas de Meribá.
Oye,
pueblo mío, yo atestiguo contra ti,
¡ojalá
me escucharas, Israel! R.
No
tendrás ningún Dios extraño,
no
adorarás a ningún dios extranjero:
yo,
el Señor, soy tu Dios,
que
te hice subir de la tierra de Egipto. R.
¡Ojalá
mi pueblo me escuchara,
e
Israel siguiera mis caminos!
Yo
alimentaría a mi pueblo con lo mejor del trigo
y
lo saciaría con miel silvestre». R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Marcos 12, 28b-34
Un
escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los
mandamientos?».
Jesús
respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único
Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma,
con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu
prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más grande que éstos.»
El
escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios
y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la
inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale
más que todos los holocaustos y todos los sacrificios.»
Jesús,
al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «Tú no estás lejos del
Reino de Dios.»
Y
nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
El
texto de hoy son las palabras finales del mensaje profético de Oseas que
termina su libro con este canto a la conversión al Dios del amor. Es esta la
expiación que Él quiere: la del corazón contrito y obediente que se deja
conducir y moldear por Dios, y que reconoce que sólo en Él se encuentra la Vida
y la felicidad.
Todos
los profetas han hecho gestos, que eran signos a través de los cuales trataban
luego de explicar al pueblo sencillo, el mensaje del Señor. Oseas se ofrece a
sí mismo como símbolo y materia de enseñanza. El profeta se ha casado con una
mujer a la que ama. Pero ésta le es infiel y lo engaña yéndose con otro. Oseas
la sigue amando y, tras someterla a prueba, la vuelve a tomar como esposa.
Este
episodio doloroso de la vida del profeta, se convierte en el símbolo del amor
que Dios tiene a su pueblo. Israel, con quien Dios se ha desposado, se ha
conducido como una mujer infiel, como una prostituta. Oseas expresa por primera
vez las relaciones de Dios con Israel mediante la imagen y terminología del
matrimonio.
El
profeta arremete con furia mal contenida, contra todo cuanto en la historia de
Israel ha sido desprecio para el Señor. Habla desde su propia rabia convertida
ahora en símbolo: la Palabra de Dios adquiere ahora en su lengua todo el fuego
pasional de un marido engañado.
***
La
pregunta del letrado tiene sentido y, a la vez, lleva toda una carga de
profundidad. De los 613 preceptos, de los cuales 248 eran prescripciones
positivas y 365 prohibiciones que constituían la Torá, resultaba fundamental
saber qué mandamiento era el principal.
La
respuesta es clara y sintética: “amarás al Señor tu Dios… amarás a tu prójimo
como a ti mismo: no hay mandamiento mayor que estos”. Jesús le resume todos los
mandamientos en una antigua ley del Deuteronomio, que recalca el amor a Dios
con todo nuestro ser antes que ninguna otra cosa. Y luego toma otro mandato
antiguo, que aparece en el Levítico, y ratifica el amor que se debe dar al
prójimo.
La
gran originalidad de Jesús está en que une los dos mandamientos, indicando que
uno no se puede cumplir sin el otro. Sólo se puede amar a Dios amando al
prójimo. Los dos mandamientos no se pueden separar. Toda la ley se condensa en
una actitud muy positiva: amar. Amar a Dios y amar a los demás. Esta vez la medida
del amor al prójimo es muy cercana y difícil: “como a ti mismo”. Así como
nosotros nos queremos y nos toleramos, así quiere Jesús que amemos a los demás.
A
partir de la respuesta de Jesús, podemos descubrir que el amor a Dios no está
puesto fuera de la esfera humana. Amar a Dios sólo es posible amando al
prójimo; y el amor que se practique con Dios debe ser igual al practicado con
los demás. Con esta forma de unir a Dios y al ser humano, Jesús sale de la
práctica deshumanizada de la ley, para llegar a lo importante: el crecimiento y
la plenitud de todo el hombre. Aquí está la gloria de Dios y su máximo
mandamiento. Lo importante será el hombre.
El
letrado va más allá al añadir que, cumplir estos dos mandamientos valen más que
todos los holocaustos y sacrificios. Entiende que el verdadero culto se da en
la vida de cada día y que, por tanto, los holocaustos y sacrificios del templo
con los que los judíos expían los pecados, no tienen sentido alguno sin la
práctica del amor.
Jesús
reconoce en aquel fariseo que su pensamiento no está lejos del reino de Dios.
Pero para entrar en el reino no basta con pensar así, hay que actuar de acuerdo
con lo que se piensa. No se trata de conocer la teoría, sino de vivir en la
práctica de cada día el amor a Dios amando al prójimo.
Jesús,
con esto, desarma la pretensión de muchas piedades religiosas, entre ellas la
farisea, que pretenden honrar a Dios, olvidándose del hombre. Este Evangelio,
no es sólo una autorevelación de cómo Dios mismo en su Hijo, quiere ser amado;
sino que Jesús lleva a término la plenitud de la Ley, crea la nueva Humanidad
de los hijos de Dios, hermanos que se aman con el amor del Hijo.
Siempre
existe la tentación de poner nuestra confianza en medios humanos, otros valores
que absolutizamos, sin escarmentar por los fracasos que vamos teniendo, ni por
las veces que quedamos defraudados por haber recurrido a ellos. Cada uno sabrá,
en el examen más exigente de la Cuaresma, cuáles son los ídolos en los que está
poniendo su vida y corazón.
La
llamada de Jesús a la comunión y a la misión pide una participación en su misma
naturaleza, es una intimidad en la que hay que introducirse. Esta unificación
de conocimiento y de amor tejida por el Espíritu Santo, permite que Dios ame en
nosotros y utilice todas nuestras capacidades, y a nosotros nos concede poder
amar como Cristo, con su mismo amor filial y fraterno. Lo que Dios ha unido en
el amor, el hombre no lo puede separar. Ésta es la grandeza de quien se somete
al Reino de Dios: el amor a uno mismo ya no es obstáculo, sino camino para amar
al único Dios y a una multitud de hermanos.
PARA DISCERNIR
¿Amo
efectivamente? ¿A quién amo? ¿A quién dejo de amar?
¿Cómo
se traduce este amor? ¿Quién es mi prójimo?
¿Cuáles
son mis aspiraciones profundas?
¿A
qué cosas estoy más aferrado? ¿Qué es lo que más me falta?
REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DIA
Todo
el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
…El
flujo y reflujo de la caridad entre Dios y los hombres, este amor que el
cristiano, solidario con toda la humanidad, recibe de Dios por todos y a todos
remite a Dios, este amor y sólo esto es lo que constituye la victoria de
Jesucristo, la misión y el esfuerzo de su Iglesia. Los dos polos de este amor
son el amor filial a Dios y el amor fraterno con el prójimo.
El
amor filial que ansía en cada momento lo que la esperanza espera; que cree
tener todo el amor de Dios para amarlo. El amor filial que desea de Dios
incesantemente lo que incesantemente recibe de Él, que lo desea tanto como el
respirar.
El
amor fraterno que ama a cada uno en particular. No a cualquiera de cualquier
modo, sino a cada uno como el Señor lo ha creado y redimido, a cada uno como
Cristo lo ama. El amor fraterno que ama a cada uno como prójimo dado por Dios,
prescindiendo de nuestros vínculos de parentesco, de pueblo, raza o simple
simpatía. Que reconoce a cada uno su derecho por encima de nosotros mismos.
Sabemos
que hay que amar al Señor “con toda el alma” y “con todas las fuerzas”. Pero
olvidamos fácilmente que debemos amar al Señor con todo el corazón. Al no
recordarlo, nuestro corazón se queda vacío. Como consecuencia, amamos a los
demás con un amor más bien tibio. La bondad tiende a ser para nosotros algo
externo al corazón. Vemos lo que puede ser útil al prójimo, tratamos de actuar
en consecuencia, pero no llega mucho al corazón…
M.
Delbrél, Las comunidades según el Evangelio, Madrid 1998, 88s.
PARA REZAR
Señor
enciérrame dentro de ti.
Abrázame
en lo más profundo de tu corazón
y
cuando esté allí, refíname, purifícame,
avívame,
enciéndeme y elévame a lo alto,
hasta
que me convierta del todo
en
aquello que tú quisiste que fuera.
Por
la muerte purificadora de mi yo,
en
el nombre de Jesús, el Cristo de Dios. Amén
Teilhard
de Chardin
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Te invitamos a dejarnos tus comentarios, sugerencias u observaciones. Gracias por hacerlo.