17
de marzo de 2020 – T. DE CUARESMA – MARTES DE LA
III SEMANA
Te
digo hasta setenta veces siete
Lectura
de la profecía de Daniel 3, 25-26. 34-43
Azarías,
de pie en medio del fuego, tomó la palabra y oró así:
No
nos abandones para siempre a causa de tu Nombre, no anules tu Alianza, no
apartes tu misericordia de nosotros, por amor a Abraham, tu amigo, a Isaac, tu
servidor, y a Israel, tu santo, a quienes prometiste una descendencia numerosa
como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar.
Señor,
hemos llegado a ser más pequeños que todas las naciones, y hoy somos humillados
en toda la tierra a causa de nuestros pecados. Ya no hay más en este tiempo, ni
jefe, ni profeta, ni príncipe, ni holocausto, ni sacrificio, ni oblación, ni
incienso, ni lugar donde ofrecer las primicias, y así, alcanzar tu favor.
Pero
que nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humillado nos hagan aceptables
como los holocaustos de carneros y de toros, y los millares de corderos
cebados; que así sea hoy nuestro sacrificio delante de ti, y que nosotros te
sigamos plenamente, porque no quedan confundidos los que confían en ti.
Y
ahora te seguimos de todo corazón, te tememos y buscamos tu rostro. No nos
cubras de vergüenza, sino trátanos según tu benignidad y la abundancia de tu
misericordia. Líbranos conforme a tus obras maravillosas, y da gloria a tu
Nombre, Señor.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
24, 4-5a. 6-7bc. 8-9 (R.: 6a)
R. Acuérdate,
Señor, de tu compasión.
Muéstrame,
Señor, tus caminos,
enséñame
tus senderos.
Guíame
por el camino de tu fidelidad;
enséñame,
porque tú eres mi Dios y mi salvador. R
Acuérdate,
Señor, de tu compasión y de tu amor,
porque
son eternos.
Por
tu bondad, Señor,
acuérdate
de mí según tu fidelidad. R.
El
Señor es bondadoso y recto:
por
eso muestra el camino a los extraviados;
él
guía a los humildes para que obren rectamente
y
enseña su camino a los pobres. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Mateo 18, 21-35
Se
adelantó Pedro y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi
hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?»
Jesús
le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por
eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas
con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil
talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su
mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda.
El
servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: “Señor, dame un plazo y te pagaré
todo.”
El
rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
Al
salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien
denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: “Págame lo que me
debes.”
El
otro se arrojó a sus pies y le suplicó: “Dame un plazo y te pagaré la deuda.”
Pero
él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Los
demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a
contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: “¡Miserable! Me
suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu
compañero, como yo me compadecí de tí?”
E
indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo
que debía.
Lo
mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a
sus hermanos.»
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
La
época de Daniel es un período de prueba, de mucha humillación. Los judíos han
sido deportados a Babilonia. Y, en esa situación, la peor tentación es la
impresión turbadora de “estar abandonado de Dios”.
Con
el sentimiento de haber sido humillados en el mundo entero a causa de sus
pecados, es cuando Daniel eleva a Dios su plegaria apoyada por entero en la
«misericordia» de Dios. Para el pueblo de la alianza, la oración eficaz, es la
que se pueda hacer en medio de sacrificios litúrgicos o por intermedio de un
profeta. Pero en medio de la persecución no existe ninguna estructura ni
institución: «ni jefe, ni profeta, ni príncipe, ni holocausto, ni sacrificio de
ofrenda, ni incienso, ni siquiera un lugar para rezar. . .» En lugar de
abatirse, el autor de la oración descubre el alcance de sacrificio que tiene la
penitencia y la contrición. La oración del perseguido vale por todos los
sacrificios de ovejas y corderos.
Dios
ha ido educando progresivamente a su pueblo para que pase de los sacrificios de
sangre del comienzo, que no comprometen verdaderamente a los que participan en
él, sino a la víctima, a los sacrificios de oblación espiritual en los que el
sentimiento personal constituye la esencia del sacrificio.
Son
la obediencia, el arrepentimiento y la búsqueda de la justicia lo que constituye
la materia del sacrificio.
***
Una
vez más el evangelio da un paso adelante: si la primera lectura nos invitaba a
pedir perdón a Dios, ahora Jesús nos presenta otra consigna, que sepamos
perdonar nosotros a los demás.
La
pregunta de Pedro es razonable, según nuestras medidas humanas. Le parece que
ya es mucho perdonar siete veces. La cifra siete, que pone Pedro, era
simbólica. Para un judío de entonces, era una cifra sagrada, que simboliza la
perfección. A pesar de esto, recibe de Jesús una respuesta que no se esperaba:
hay que perdonar setenta veces siete, o sea, siempre.
El
método que Jesús usa para enseñar aquí, es el mismo de sus grandes enseñanzas:
desde la parábola pone el acento en el estilo de Dios a la hora de otorgar el
perdón. El rey después de llamar al orden a su deudor moroso y de haberle hecho
ver la gravedad de la situación, se dejó enternecer repentinamente por su
petición dolida y humilde. Dios perdona sin límites al arrepentido y
convertido. El final negativo y triste de la parábola, muestra lo ilógico de
quien no quiere perdonar habiendo sido perdonado de una deuda incontablemente
mayor.
Ciertamente
esto va más allá de lo “razonable”. Lo que es inverosímil para el hombre,
resulta ser estrictamente verdadero, y desconcertante, en el caso de Dios. Para
Jesús, la inmensidad del perdón de Dios, su amor sin medida, su misericordia
sin tregua y sin límite es lo que debe suscitar nuestra misericordia respecto a
nuestros hermanos.
El
punto central de la enseñanza de la parábola es la misericordia, que aparece
como la característica fundamental del actuar de Dios; que puede ser
experimentada en la vida de cada hombre, y que para ser conservada exige que se
convierta en actitud permanente que vitalice las relaciones fraternas. Sólo
cuando somos capaces de compartir el perdón de Dios, perdonando a los hermanos,
nuestro corazón está abierto a la fuente del perdón, al Padre del Cielo.
Jesús
no se cansa de reiterarnos que la llegada del Reino tiene categorías distintas
al proceder habitual humano. Perdonar y ser compasivos con los hermanos, es una
necesidad y un deber en agradecimiento a Dios que nos ha perdonado y sigue
siendo compasivo con nosotros.
El
Reino se realiza allí donde existe el amor gratuito, el perdón; a pesar de que
cuando se perdona se corren riesgos. Cuaresma, tiempo de perdón, de
reconciliación en todas las direcciones, con Dios y con el prójimo; de
realización sencillamente y visible de la misericordia. Perdonando el pasado
doloroso se construye un futuro esperanzador.
PARA DISCERNIR
¿Me
abro al perdón de Dios con confianza de hijo?
¿Pongo
límites al perdón de Dios? ¿Hasta dónde dejo que rehaga mi vida?
¿Creo
que es posible inventar una nueva historia?
¿Pongo
límites al perdón hacia los demás?
REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA
Aprendan
de mí que soy manso y humilde de corazón
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
…Ser
plenamente sinceros significa hacer todo preocupándose únicamente de lo que
Dios piensa de nuestras acciones. Significa, por consiguiente, no adoptar
actitudes diversas según el ambiente, no pensar de un modo cuando estamos solos
y de otro cuando se está con alguien, sino hablar y actuar bajo la mirada de
Dios, que lee los corazones. La sinceridad consiste en esforzarse para que
nuestro porte externo coincida cada vez más con nuestro interior. Y,
naturalmente, sin provocación, sino sencillamente siendo lo que somos, sin
falsear la verdad por temor a desagradar a los demás. Esta sinceridad exige
pureza de intención, es decir, preocuparnos en nuestro actuar del juicio de
Dios, no de los juicios humanos; actuar preocupándonos más de lo que agrada o
desagrada a Dios que de lo que agrada o desagrada a los hombres. Este es uno de
los puntos esenciales de la vida espiritual.
Habitualmente
-no nos hagamos ilusiones- nos domina la preocupación de agradar o desagradar a
los hombres, interesándonos de mejorar la imagen que los otros pueden tener de
nosotros. Y, sin embargo, nos preocupamos poco de lo que somos a los ojos de
Dios; y por esta razón nos saltamos con frecuencia lo que sólo Dios ve: la
oración oculta, las obras de caridad secretas. Y ponemos mayor empeño en lo
que, aunque lo hagamos por Dios, lo ven también los hombres y va implicada
nuestra reputación. Llegar a una total sinceridad -esto es, a obrar bien lo
mismo si no nos ven que si nos ven- significa llegar a una perfección altísima…
J. Daniélou,
Ensayo sobre el misterio de la historia, Brescia 1963, 334s
PARA REZAR
Que
inmenso es tu amor,
Padre
bueno y lleno de ternura.
Nos
sentimos tan mezquinos
ante
la grandeza de tu amor y tu perdón.
Nos
llamaste gratuitamente a la vida
y
no dejas de manifestarte
generoso
ante nuestras faltas y pecados.
Ayudanos
a no olvidar tu amor
que
no dudó en darnos lo que tenía
como
más precioso: Jesús.
El
es la Palabra que salva,
la
mano que tendés a los pecadores,
el
consuelo que nos trae la paz
la
caricia que sana nuestras heridas.
Abrí
nuestro corazón para que descubramos
la
grandeza de tu misericordia
y
que la gracia de tu perdón
se
haga fecunda en nuestra vida
y
en la vida de nuestros hermanos,
la
misma gracia que nos das
cuando
tu amor toca nuestra pobreza.
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