12
de marzo de 2020 – T. DE CUARESMA – JUEVES DE LA
II SEMANA
Bendito
el que confía en el Señor
Lectura
del libro del profeta Jeremías 17, 5-10
Así
habla el Señor: ¡Maldito el hombre que confía en el hombre y busca su apoyo en
la carne, mientras su corazón se aparta del Señor! El es como un matorral en la
estepa que no ve llegar la felicidad; habita en la aridez del desierto, en una
tierra salobre e inhóspita.
¡Bendito
el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su confianza! El es como
un árbol plantado al borde de las aguas, que extiende sus raíces hacia la
corriente; no teme cuando llega el calor y su follaje se mantiene frondoso; no
se inquieta en un año de sequía y nunca deja de dar fruto.
Nada
más tortuoso que el corazón humano y no tiene arreglo: ¿quién puede penetrarlo?
Yo, el Señor, sondeo el corazón y examino las entrañas, para dar a cada uno
según su conducta, según el fruto de sus acciones.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
1, 1-2. 3. 4 y 6 (R.: 39, 5a)
R. ¡Feliz
el que pone en el Señor toda su confianza!
¡Feliz
el hombre
que
no sigue el consejo de los malvados,
ni
se detiene en el camino de los pecadores,
ni
se sienta en la reunión de los impíos,
sino
que se complace en la ley del Señor
y
la medita de día y de noche! R.
El
es como un árbol
plantado
al borde de las aguas,
que
produce fruto a su debido tiempo,
y
cuyas hojas nunca se marchitan:
todo
lo que haga le saldrá bien. R.
No
sucede así con los malvados:
ellos
son como paja que se lleva el viento.
Porque
el Señor cuida el camino de los justos,
pero
el camino de los malvados termina mal. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 16, 19-31
Jesús
dijo a los fariseos:
«Había
un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía
espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado
Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los
perros iban a lamer sus llagas.
El
pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también
murió y fue sepultado.
En
la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de
lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: “Padre Abraham, ten
piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y
refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan.”
“Hijo
mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro,
en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el
tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera
que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se
puede pasar de allí hasta aquí.”
El
rico contestó: “Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi
padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también
caigan en este lugar de tormento.”
Abraham
respondió: “Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen.”
“No,
padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se
arrepentirán.”
Abraham
respondió: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de
entre los muertos, tampoco se convencerán.”»
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
El
desierto es el símbolo de la desgracia, es el lugar maldito donde no es posible
desarrollarse, la tierra árida que engendra muerte. El hombre sin Dios es como
un desierto, vacío dice el profeta, desde esta meditación sapiencial.
Como
contrapartida proclama bendito aquel que pone su esperanza en el Señor, pues no
será defraudado. Es maldito quien pone su confianza en el hombre, en las
propias fuerzas.
Dios
quiere la vida, quiere la felicidad, quiere bendición para todos.
Las
orillas del agua, echar sus raíces hacia la corriente, no temer el calor; el
follaje verde, el fruto continuo son símbolos de alegría, de fecundidad, de solidez,
de vida: El justo es comparado a un árbol frutal corpulento lleno de frutos
sabrosos.
***
Esta
historia en forma de parábola tiene sus raíces en la vida misma del pueblo. Ya
en ese tiempo se daban muchas desigualdades, injusticias, gente demasiado rica
y gente demasiado pobre. Jesús ha visto hombres ricos vestidos de púrpura y
lino finísimo, teniendo cada día espléndidos banquetes. Este rico puso toda su
confianza en lo humano. Lo apostó todo a la riqueza, al placer, a disfrutar a
consumir y sacar provecho.
También
Jesús ha visto estos mendigos tirados en las puertas de la ciudad cubiertos de
llagas, deseando saciarse con las migajas que caían de la mesa de los ricos y a
los perros lamiéndoles las llagas.
Murió
el mendigo y se lo llevaron los ángeles; al pobre se le promete la felicidad.
Murió también el rico y estaba en los tormentos. Esta suerte injusta no durará
siempre: Jesús anuncia un día, un porvenir en el que los egoísmos y las
injusticias ya no existirán.
La
misma situación existe siempre. Hay siempre grandes fortunas, gente que gasta
de un modo escandaloso… y a la vez pobres que no tienen lo necesario para vivir
humanamente.
Jesús
nos pide que no nos habituemos a esta situación. No dice que la riqueza sea un
mal en sí, pero lleva en sí misma el riesgo de “cerrar el corazón a Dios”, que
nos contentemos con la felicidad de esta vida y olvidemos lo que es esencial.
La riqueza comporta el riesgo de “cerrar el corazón a los demás” y no ver al
pobre tendido delante de nuestra puerta.
El
egoísmo de muchos “ricos”, su seguridad, su cerrazón del corazón, acaban por hacerlos
“incapaces de leer los signos de Dios”. La muerte no les dice nada; ni la
resurrección de un muerto llegará a convencerlos. Han perdido el hábito de ver
los “signos” que Dios les hace en su vida ordinaria. Reclamar “signos” es un
pretexto para no escuchar y vivir la “palabra de Dios”, que no cesa de hablar
desde la realidad.
Las
palabras de Jesús pretenden enseñar a la comunidad cómo es necesario ir
construyendo el Reino poniendo aquí sus señales. Porque el Reino empieza a
acontecer cuando se rompe la barrera de las apariencias, conveniencias,
legalismo, divisiones que no producen vida; y se logra vivir la misericordia y
la solidaridad con todos. Las cosas hay que hacerlas en este mundo, después ya
no tiene sentido.
Este
relato evangélico, pretende formar la conciencia de la comunidad para una
superación de las divisiones, y para que testimonie que es posible un mundo
donde todos vivamos como hermanos, con la misma dignidad, y donde todos
compartamos los mismos bienes de la creación.
No
hemos sido creados para este mundo pasajero y limitado, sino para la vida
eterna. No tenemos que esperar el juicio escatológico de Dios, para empezar a
cimentar nuestra sociedad, con principios de igualdad y justicia que brotan de
nuestro ser hijos de Dios.
PARA DISCERNIR
¿Dónde
está centrada mi mirada?
¿Puedo
mirar más allá de mis aparentes necesidades?
¿Puedo
descubrir que hay una realidad más amplia que el mundo de mis gratificaciones?
¿Descubro
los Lázaros que me gritan en busca de una respuesta?
¿Mi
caridad con los otros es simplemente institucional, puntual o la siento como un
compromiso del corazón?
REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DIA
Dichosos
los invitados a la mesa del Señor
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
…Quien
sabe olvidarse y perderse en la ofrenda de sí mismo, quien puede sacrificar
“gratuitamente” su corazón, es un hombre perfecto. En el lenguaje bíblico,
poderse dar, poder entregarse, poder llegar a ser “pobre”, significa estar
cerca de Dios, encontrar la propia vida escondida en Dios; en una palabra, esto
es el cielo. Girar sólo alrededor de uno mismo, atrincherarse y hacerse fuerte
significa, por el contrario, condenación, infierno. El hombre puede encontrarse
a sí mismo y llegar a ser verdaderamente hombre solamente atravesando el dintel
de la pobreza de un corazón sacrificado. Este sacrificio no es un vago
misticismo que hace perder consistencia al mundo y al hombre, sino, al
contrario, es una toma de consideración del hombre y del mundo. Dios mismo se
ha acercado a nosotros como hermano, como prójimo; en resumen, como otro hombre
cualquiera [...].
El
amor al prójimo no es algo distinto del amor a Dios, sino, por así decir, su
dimensión que nos toca, su aspecto terreno: ambas realidades son esencialmente
una sola. Así queda garantizado nuestro espíritu de pobreza, nuestra
disposición a la donación y al sacrificio desinteresado, por el que
actualizamos nuestro ser humanos, siempre y necesariamente en relación con el
hermano, con el prójimo. Dichoso el hombre que se ha puesto al servicio del
hermano, que hace suyas las necesidades de los demás. Y desdichado el hombre
que con su rechazo egoísta del hermano se ha cavado un abismo tenebroso que lo
separa de la luz, del amor y de la comunión; el hombre que solamente ha deseado
ser “rico” y “fuerte”, de suerte que los demás sólo constituyan para él una
tentación, el enemigo, condición y componente de su infierno. En el sacrificio
que se olvida totalmente de sí, en la donación total al otro es donde se abre y
se revela la profundidad del misterio infinito; en el otro, el hombre llega
contemporáneamente y realmente a Dios…
J. B. Metz,
Pobreza en el espíritu., Brescia 1968, 42-45.
PARA REZAR
¡Feliz
de ti!
¡Feliz
de ti si tienes hambre y sed de justicia!
Feliz
de ti si creces y luchas
buscando
los valores de la justicia,
en
medio del mezclado torbellino,
de
bien y de mal, que te rodea desde afuera
y
que te perturba desde adentro.
Feliz
de ti si no terminas siendo víctima y cómplice
de
las injusticias que te cercan;
si
no te dejas alienar en superficialidad
del
confort y del consumo,
de
la propaganda y de la moda…,
mientras
otros luchan y sufren
por
el pan de cada día.
Feliz
de ti si creces sensible a las necesidades
de
tus hermanos;
si
creces solidario con los otros;
si
sientes y aceptas el desafío
de
sentirte responsable de los otros…
Feliz
de ti si la justicia se constituye
en
un ideal para tu vida
de
manera que no sólo te rebeles
cuando
te alcanza y te hiere a ti,
sino
también cuando golpea a tus hermanos.
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