20 de febrero de 2020


20 de febrero de 2020 – TO – JUEVES DE LA VI SEMANA

Tú eres el Mesías

Lectura de la carta del apóstol Santiago    2, 1-9

Hermanos, ustedes que creen en nuestro Señor Jesucristo glorificado, no hagan acepción de personas.
Supongamos que cuando están reunidos, entra un hombre con un anillo de oro y vestido elegantemente, y al mismo tiempo, entra otro pobremente vestido. Si ustedes se fijan en el que está muy bien vestido y le dicen: «Siéntate aquí, en el lugar de honor», y al pobre le dicen: «Quédate allí, de pie», o bien: «Siéntate a mis pies», ¿no están haciendo acaso distinciones entre ustedes y actuando como jueces malintencionados?
Escuchen, hermanos muy queridos: ¿Acaso Dios no ha elegido a los pobres de este mundo para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del Reino que ha prometido a los que lo aman? Y sin embargo, ¡ustedes desprecian al pobre! ¿No son acaso los ricos los que los oprimen a ustedes y los hacen comparecer ante los tribunales? ¿No son ellos los que blasfeman contra el Nombre tan hermoso que ha sido pronunciado sobre ustedes?
Por lo tanto, si ustedes cumplen la Ley por excelencia que está en la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, proceden bien. Pero si hacen acepción de personas, cometen un pecado y son condenados por la Ley como transgresores. 
Palabra de Dios

SALMO    Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7 (R.: 7a) 
R.    El pobre invocó al Señor, y él lo escuchó.

Bendeciré al Señor en todo tiempo,
su alabanza estará siempre en mis labios.
Mi alma se gloría en el Señor:
que lo oigan los humildes y se alegren. R.

Glorifiquen conmigo al Señor,
alabemos su Nombre todos juntos.
Busqué al Señor: él me respondió
y me libró de todos mis temores. R.

Miren hacia él y quedarán resplandecientes,
y sus rostros no se avergonzarán.
Este pobre hombre invocó al Señor:
él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Marcos    8, 27-33

Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: « ¿Quién dice la gente que soy yo?».
Ellos le respondieron: «Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas.»
«Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?»
Pedro respondió: «Tú eres el Mesías.» Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él.
Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad.
Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo.    
Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.» 
Palabra del Señor.

PARA REFLEXIONAR

Santiago nos presenta otra página para que vayamos configurando nuestra conducta en un estilo cristiano. Esta vez, con un ejemplo tomado de la celebración litúrgica, toca el tema del diverso trato que se daba a un rico o a un pobre cuando venían a la reunión, poniendo sobre el tapete el tema de la acepción de personas.
Actuar con parcialidades va directamente en contra del mandamiento de “amar al prójimo como a uno mismo”. Santiago aprovecha la ocasión para mostrar su poca simpatía hacia los ricos.
No podemos hacer distinciones mientras Dios quiere a todos por igual haciendo salir el sol sobre buenos y malos. El Señor se ha hecho uno de nosotros, ha bajado hasta lo más profundo de nuestra miseria para liberarnos de ella. Se entregó por todos y sigue ofreciéndose a todos. Todos somos imagen de Dios.
Todos somos hermanos. Una persona, por rica o simpática que sea, no es más que otra. En todo caso, tanto la preferencia de Dios como la de Cristo iban a favor de los pobres y los que han tenido poca suerte en la vida. No precisamente de los ricos pagados de sí mismos.
Dios nos ha hecho ricos en la fe y herederos del Reino, por eso, la única «riqueza», la única «superioridad» verdadera es la fe.
***
De Betsaida, Jesús se dirige ahora con sus discípulos a Cesarea de Filipo, el territorio más septentrional de Palestina, distante aproximadamente unos 30 kilómetros. Los lleva a territorio pagano, donde los discípulos pueden estar más libres de la presión de su sociedad judía y en particular de los fariseos. La escena se sitúa “en el camino”.
El “camino” será una idea clave para Marcos. El camino hacia Jerusalén, que es camino de muerte y resurrección. El mismo camino que han de recorrer los discípulos y seguidores de Jesús. Jesús, que ha querido sacarlos de su ceguera, les exigirá tomar una postura clara frente a su persona.
En este camino se plantea un tema que viene perfilándose desde el comienzo del evangelio: la cuestión de la identidad de Jesús. Para esto, les plantea la pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le contestaron: «Juan Bautista; otros, Elías; otros, en cambio, uno de los profetas».
La primera opinión recoge el sentir de mucha gente. La identificación con Juan el Bautista parecía ser algo común, pues ya Herodes había pensado lo mismo. La segunda recoge una antigua profecía de Malaquías y lo identifica con Elías el profeta precursor de la venida de Dios en los últimos tiempos que había sido arrebatado por Dios en un carro de fuego. La tercera toma la opinión de la gente que tiende a ver a Jesús como un profeta resucitado y misterioso.
Lo que verdaderamente le interesa a Jesús es la respuesta a la segunda pregunta: “Ustedes quien dicen que soy yo”. Es una pregunta intencional. Jesús quiere verificar si a partir de lo que han visto, escuchado y experimentado, pudieron descubrir su identidad.
Pedro, como de costumbre, reacciona con rapidez y responde con claridad: “Tú eres el Mesías”. La confesión de fe de Pedro es como una línea divisoria, que divide el evangelio de Marcos en dos grandes partes. En adelante, todo es un camino hacia la pasión, muerte y resurrección.
Para Pedro, Jesús no es un mesías secundario ni parcial, sino el auténtico Hijo de Dios aunque no termine de descubrir todo lo que esto significa. Jesús encarna un mesianismo particular que será la razón que tendrán las autoridades judías para sentenciarlo a muerte. Muchos esperaban un mesías sumo sacerdote o político triunfalista de la realeza de David, pero Jesús presenta un estilo de Mesías que despierta gran entusiasmo entre la muchedumbre, pero que no da respuesta a las expectativas nacionalistas y humanas de muchos.
Por este motivo, a pesar de la claridad de Pedro, para que no se queden en una espera mesiánica triunfalista Jesús comienza a enseñarles, que el Hijo del hombre tiene que padecer, ser rechazado, sufrir la muerte, y a los tres días resucitar.
Sin embargo, Pedro que había confesado a Jesús como mesías, no soporta la idea de la pasión. Porque siente un amor muy entrañable a Jesús, busca convencerlo para que no tome el camino de la cruz.
Si Pedro había sido alabado por su confesión mesiánica, ahora es reprendido por su incomprensión mesiánica. Lo llama Satanás porque está asumiendo un papel de “tentador” ya que el destino doloroso del Hijo del Hombre no puede ser comprendido como un designio de Dios ni la pasión y muerte como camino que conduce a la vida.
A pesar de esto, Jesús lo invita a seguirlo pidiéndole que se coloque detrás, porque su lugar es el de discípulo, la de seguidor del único maestro que es Él.
Nosotros también creemos en Jesús como Hijo de Dios y Mestas. Seguramente nos consideramos entre los que han captado su identidad y lo seguimos. Pero sería bueno poder hacernos la misma pregunta que le hizo Jesús a Pedro para descubrir verdaderamente si en verdad aceptamos a Jesús en su totalidad, o seleccionamos aspectos según nuestro gusto o conveniencia.
Nosotros también sabemos y confesamos que es el Hijo de Dios, pero una cosa es saber y otra aceptar con coherencia su persona, su doctrina, sus exigencias y su estilo de vida que pasa por la cruz. La respuesta sólo la podremos dar desde la experiencia del silencio, de la oración y del amor al hermano. Es el camino de fe que recorre Pedro, y el que hemos de hacer también nosotros.
Muchas y diversas pueden ser nuestras cruces. Pero la que todos vivimos es la de la vida diaria, la de vivir nuestros deberes con amor aceptando lo que tengan de esfuerzo y sufrimiento; dándonos sin estar siempre esperando recibir algo a cambio.
Vamos madurando en la fe cuando lo aceptamos como Mesías, pero como «Mesías que va a entregar su vida». Aceptarlo es aceptarlo con su cruz, con su misterio pascual de muerte y resurrección. Es también reconocer ese camino para nuestra vida de seguidores suyos para que pueda obrar en nosotros la fuerza salvadora de la Pascua.

PARA DISCERNIR

¿Qué le dice a mi vida que Jesús es el Mesías?
¿En qué imagen de Jesús se apoya mi fe?
¿Acepto que la salvación pasa por la cruz?

REPITAMOS Y VIVAMOS HOY LA PALABRA

Jesús, eres mi Mesías y mi Salvador

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

…”Si es sólo un hombre y nada más, no es Jesucristo.
¿Quién es Cristo? Preguntémoselo al bienaventurado Pedro. Cuando se leyó ahora el evangelio, oísteis que, habiendo preguntado el mismo Señor Jesucristo quién decían los hombres que era él, el Hijo del hombre, los discípulos respondieron presentando las opiniones de la gente: Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. Quienes esto decían o dicen no han visto en Jesucristo más que un hombre. Y si no han visto en Jesucristo más que un hombre, no hay duda de que no han conocido a Jesucristo. En efecto, si sólo es un hombre y nada más, no es Jesucristo.
Vosotros, pues, ¿quién decís que soy yo?, les preguntó. Respondió Pedro, uno por todos, porque en todos está la unidad: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,13-16).
Aquí tienes la confesión verdadera y plena. Debes unir una y otra cosa: lo que Cristo dijo de sí y lo que Pedro dijo de Cristo. ¿Qué dijo Cristo de si? ¿Quién dicen los hombres que soy yo, el Hijo del hombre? Y ¿qué dice Pedro de Cristo? Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo. Une las dos cosas y así viene Cristo en la carne. Cristo afirma de sí lo menor, y Pedro de Cristo lo mayor. La humildad habla de la verdad, y la verdad de la humildad; es decir, la humildad de la verdad de Dios, y la verdad de la humildad del hombre. ¿Quién -pregunta-dicen los hombres que soy yo, el Hijo del hombre? Yo os digo lo que me hice por vosotros; di tú, Pedro, quién es el que os hizo. Por tanto, quien confiesa que Cristo vino en la carne, automáticamente confiesa que el Hijo de Dios vino en la carne. Diga ahora el arriano si confiesa que Cristo vino en la carne. Si confiesa que el Hijo de Dios vino en la carne, entonces confiesa que Cristo vino en la carne. Si niega que Cristo es hijo de Dios, desconoce a Cristo; confunde a una persona con otra, no habla de la misma. ¿Qué es, pues, el Hijo de Dios? Como antes preguntábamos qué era Cristo y escuchamos que era el Hijo de Dios, preguntemos ahora qué es el Hijo de Dios. He aquí el Hijo de Dios: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios (Jn 1,1)

San Agustín Sermón 183,3-4

PARA REZAR

Señor Jesús,
te buscamos a cada paso,
sabemos que eres el Mesías, el Hijo de Dios;
hemos puesto en ti la confianza,
por eso te pedimos que derrames en nosotros
la gracia de tu Espíritu Santo,
para superar cualquier miedo
que nos impida anunciar que
tú eres el Señor.
Señor,
te hemos reconocido como Señor
danos tu gracia y tu bendición
para vivir siendo tus discípulos
para anunciar con nuestros labios
la alegre noticia de tu Resurrección.   Que así sea.

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