9
DE ENERO
Tranquilícense soy yo
Lectura de la
primera carta del apóstol san Juan 4, 11-18
Queridos míos,
si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros.
Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece
en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros.
La señal de que
permanecemos en él y él permanece en nosotros, es que nos ha comunicado su
Espíritu. Y nosotros hemos visto y atestiguamos que el Padre envió al Hijo como
Salvador del mundo.
El que confiesa
que Jesús es el Hijo de Dios, permanece en Dios, y Dios permanece en él.
Nosotros hemos
conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él.
Dios es amor, y
el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él.
La señal de que
el amor ha llegado a su plenitud en nosotros, está en que tenemos plena
confianza ante el día del Juicio, porque ya en este mundo somos semejantes a
él.
En el amor no
hay lugar para el temor: al contrario, el amor perfecto elimina el temor,
porque el temor supone un castigo, y el que teme no ha llegado a la plenitud
del amor.
Palabra de Dios.
SALMO Sal
71, 1-2. 10-11. 12-13 (R.: cf. 11)
R. Que
se postren ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra.
Concede, Señor,
tu justicia al rey
y tu rectitud al
descendiente de reyes,
para que
gobierne a tu pueblo con justicia
y a tus pobres
con rectitud. R.
Que los reyes de
Tarsis y de las costas lejanas
le paguen
tributo.
Que los reyes de
Arabia y de Sebá
le traigan
regalos;
que todos los
reyes le rindan homenaje
y lo sirvan
todas las naciones. R.
Porque él
librará al pobre que suplica
y al humilde que
está desamparado.
Tendrá compasión
del débil y del pobre,
y salvará la
vida de los indigentes. R.
EVANGELIO
Lectura del
santo Evangelio según san Marcos 6, 45-52
Después que los
cinco mil hombres se saciaron, en seguida, Jesús obligó a sus discípulos a que
subieran a la barca y lo precedieran en la otra orilla, hacia Betsaida,
mientras él despedía a la multitud. Una vez que los despidió, se retiró a la
montaña para orar.
Al caer la
tarde, la barca estaba en medio del mar y él permanecía solo en tierra. Al ver
que remaban muy penosamente, porque tenían viento en contra, cerca de la
madrugada fue hacia ellos caminando sobre el mar, e hizo como si pasara de
largo.
Ellos, al verlo caminar
sobre el mar, pensaron que era un fantasma y se pusieron a gritar, porque todos
lo habían visto y estaban sobresaltados. Pero él les habló enseguida y les
dijo: «Tranquilícense, soy yo; no teman.» Luego subió a la barca con ellos y el
viento se calmó.
Así llegaron al
colmo de su estupor, porque no habían comprendido el milagro de los panes y su
mente estaba enceguecida.
Palabra del
Señor.
PARA
REFLEXIONAR
Juan insiste de
manera especial en este pasaje sobre los signos de la comunión que podemos
tener. La fe y el amor son los criterios de nuestra comunión con Dios. Para
Juan toda decisión de fe, implica el amor, puesto que obliga a una conversión,
que no puede ser más que don de sí. La vida cristiana tiene como dos
dimensiones.
La primera nos
hace tomar conciencia que Dios es amor, que nos ha amado hasta el punto de
enviarnos a su Hijo, y que quiere vivir en nosotros. Esto forma parte de
nuestra profesión esencial de fe. Esta fe, es la que nos impulsa a amar a
nuestros hermanos como nosotros somos amados por Dios.
El amor puede
ser ofrecido en plenitud al cristiano ya desde esta vida, porque puede vivir
por él, en la comunión con el Padre y con el Hijo, y no ya bajo el temor del
castigo. La seguridad del cristiano no descansa sobre su impecabilidad, que
sería ilusorio; sino sobre el mismo Dios, que todo lo conoce y muy
especialmente nuestra debilidad.
Hemos conocido
el amor de Dios en que «nos envió a su Hijo como Salvador del mundo» y además
en que «nos ha dado de su Espíritu».
Este amor, hace
que en nuestra vida, ya no exista el temor o la desconfianza. Si vivimos en el
amor que nos comunica Dios, ya no tendremos miedo al día del juicio, porque es
nuestro Padre, hemos nacido de Él, y somos hijos, que no se mueven por miedo
sino por amor.
La caridad,
destierra el temor no sólo en los perfectos y los santos; incluso los débiles
pueden llegar hasta esa caridad, puesto que ella misma, extrae de Dios su poder
de eliminar el temor y no de lo que una conciencia puede reprocharse a sí
misma.
***
Enseguida,
después de la multiplicación de los panes, Jesús mandó a sus discípulos subir a
la barca y que se adelanten pasando al otro lado, mientras Él, despedía a la
muchedumbre. Jesús sabe que sus apóstoles no están maduros para asumir el
aparente triunfo del milagro de los panes, y que podrían dejarse arrastrar por
la pendiente natural y exitista de la muchedumbre, y los obliga a partir. La
barca es figura de la misión, y Jesús los envía a Betsaida, fuera de los
límites de Israel, en la orilla norte del lago.
Deben abandonar
la seguridad e ir por segunda vez a tierra pagana.
Llegada la noche
en el mar de Galilea, están remando con mucho esfuerzo, porque el viento viene
en contra. Jesús ve la situación en que se encuentran, pero deja que
experimenten su propia dificultad para cumplir la orden que les ha dado.
Avanzada la noche se dirige a ellos andando sobre el agua, y hace el ademán de
seguir de largo. Caminar sobre el mar se consideraba propio y exclusivo de
Dios. Los discípulos reconocen a Jesús, pero no pueden concebir que un hombre
tenga la condición divina, por eso, al verlo andar sobre el mar, pensaron que
era una aparición y empezaron a gritar asustados.
Pero Jesús les
dijo: “¡Ánimo! Soy Yo”. Jesús sube a la barca y al estar con ellos, el viento
cesó. Ya no pueden sostener que era una aparición: están ante un Jesús que se
ha manifestado como Hombre-Dios.
En nuestra vida
también pasamos a veces por el miedo que experimentaron aquella noche los
discípulos. La pequeña barca de nuestra vida, y también la barca de la Iglesia,
sufre muchas veces vientos fuertes en contra, y tenemos miedo de hundirnos.
Como los discípulos, hacemos humanamente lo que podemos, pero no nos basta.
Nos esforzamos,
en la noche de esta vida, con la práctica de ayunos y obras buenas, en
conseguir nuestra conversión moral. A base de enormes trabajos tratamos de
hacer llegar nuestra barca a la playa de la paz de la unión con Cristo. Pero
nos chocamos con la tempestad del mundo exterior, y también con el viento de
nuestros egoísmos que nos llevan mar adentro. Ponemos en práctica todo lo que
aprendimos; nos aferramos al timón de la voluntad o a los remos del trabajo
apostólico, pero no conseguimos avanzar y Jesús parece alejarse de nosotros.
Necesitamos reconocer que El puede infinitamente más que nosotros y que todos
nuestros esfuerzos. Necesitamos arriesgarnos y entregarnos a Él por completo.
Dios siempre
está con nosotros, y “viendo nuestros esfuerzos”, se pone en camino para
rescatarnos y llevarnos a puerto seguro. Igual que a los discípulos, Dios nos
pide simplemente cooperar a su gracia, que no es otra cosa que hacer lo que
está en nuestras manos, con la confianza puesta en que Él mismo, completará la
obra y nos sacará de la crisis. Como para aquellos apóstoles, la paz y la
serenidad nos vendrán de que admitamos a Jesús junto a nosotros, en la barca.
Por tanto, hoy
Cristo nos invita a permanecer en su amor y a ser fuertes ante las
dificultades, con la seguridad que Dios está con nosotros, y sólo con Él,
seremos capaces de vencer los vientos más fuertes que golpeen contra nuestra
pobre barca.
El amor elimina
el temor, Dios siempre viene a nuestro encuentro en los momentos de dificultad.
Viene como un Padre que quiere ayudarnos: nunca nos abandonará y ya lo ha
demostrado por la entrega de su Hijo.
PARA
DISCERNIR
¿Cómo reacciono
ante las dificultades?
¿Soy capaz de
confiar ciegamente en el Señor?
¿Experimento la
presencia constante de Jesús a mi lado?
REPITAMOS
Y VIVAMOS HOY LA PALABRA
No temo Señor,
Tú vienes conmigo
PARA
LA LECTURA ESPIRITUAL
«Viendo el
trabajo con que remaban…, a eso de la cuarta vela de la noche, va hacia ellos»
…” Los apóstoles
atraviesan el lago. Jesús, está solo en tierra, mientras que ellos se agotan
remando sin lograr avanzar, porque el viento le es contrario. Jesús ora y en su
oración les ve esforzarse por adelantar. Va, pues, a su encuentro. Está claro
que este texto está lleno de simbolismos eclesiológicos: los apóstoles en el
mar y contra el viento, y el Señor junto al Padre. Pero lo que es determinante
es que en su oración, cuando está «junto al Padre», no está ausente, sino que,
muy al contrario, es orando que les ve. Cuando Jesús está junto al Padre, está
presente a su Iglesia. El problema de la venida final de Cristo aquí se
profundiza y transforma de manera trinitaria: Jesús ve a la Iglesia en el Padre
y, por el poder del Padre y por la fuerza de su diálogo con él, está presente,
junto a ella. Es, precisamente, este diálogo con el Padre cuando «está en la
montaña» lo que le hace presente, y a la inversa. La Iglesia, por así decir, es
objeto de la conversación entre el Padre y el Hijo, pues ella misma está
anclada en la vida trinitaria”…
Cardenal
Joseph Ratzinger- Papa Benedicto XVI – El Dios de Jesucristo
PARA
REZAR
Padre, me pongo
en tus manos.
Haz de mí lo que
quieras.
Sea lo que sea,
te doy gracias.
Estoy dispuesto
a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad
se cumpla en mí
y en todas tus criaturas.
No deseo más,
Padre.
Te confío mi
alma, te la doy con todo el amor de que soy capaz.
Porque te amo y
necesito darme a Ti, ponerme en tus manos,
sin limitación,
sin medida, con una confianza infinita, porque
Tú eres mi
Padre.
Carlos de
Foucauld
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