7 de enero de 2020


7 de enero de 2020 – Tiempo de Navidad

7 DE ENERO

Jesús proclamaba la Buena Noticia del Reino
   
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan    3, 22-4, 6

Queridos hermanos:
Dios nos concederá todo cuanto le pidamos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.
Su mandamiento es este: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros como él nos ordenó. El que cumple sus mandamientos permanece en Dios, y Dios permanece en él; y sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.
Queridos míos, no crean a cualquiera que se considere inspirado: pongan a prueba su inspiración, para ver si procede de Dios, porque han aparecido en el mundo muchos falsos profetas.
En esto reconocerán al que está inspirado por Dios: todo el que confiesa a Jesucristo manifestado en la carne, procede de Dios. Y todo el que niega a Jesús, no procede de Dios, sino que está inspirado por el Anticristo, por el que ustedes oyeron decir que vendría y ya está en el mundo.
Hijos míos, ustedes son de Dios y han vencido a esos falsos profetas, porque aquel que está en ustedes es más grande que el que está en el mundo.
Ellos son del mundo, por eso hablan el lenguaje del mundo y el mundo los escucha.
Nosotros, en cambio, somos de Dios. El que conoce a Dios nos escucha, pero el que no es de Dios no nos escucha. Y en esto distinguiremos la verdadera de la falsa inspiración. 
Palabra de Dios.

SALMO    Sal 2, 7-8. 10-12a (R.: 8a) 
R.    Te daré mi reino como herencia.

Voy a proclamar el decreto del Señor:
El me ha dicho: «Tú eres mi hijo,
yo te he engendrado hoy.
Pídeme, y te daré las naciones como herencia,
y como propiedad, los confines de la tierra.» R.

Por eso, reyes, sean prudentes;
aprendan, gobernantes de la tierra.
Sirvan al Señor con temor;
temblando, ríndanle homenaje. R.
   
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Mateo    4, 12-17. 23-25

Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:
¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones! El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz.
A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca.»
Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente. Su fama se extendió por toda la Siria, y le llevaban a todos los enfermos, afligidos por diversas enfermedades y sufrimientos: endemoniados, epilépticos y paralíticos, y él los curaba. Lo seguían grandes multitudes que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania. 
Palabra del Señor.

PARA REFLEXIONAR

La verdadera comunión con Dios está reservada para la eternidad pero ya está actuando en la vida presente, aunque de manera misteriosa. La seguridad de esa comunión, de que Dios mora en nosotros se reconoce por la manera en que guardamos los mandamientos.
Por esta observancia de los mandamientos estaremos seguros ante Dios hasta el punto de poder pedirle con la seguridad de ser escuchados. El mandamiento que nos dará la seguridad delante de Dios y nos garantiza su presencia entre nosotros es doble: creer en el nombre de Jesucristo y amarnos los unos a los otros.
Juan presenta estos dos preceptos de tal manera que parecen constituir uno. Para Juan no hay dos virtudes distintas: la fe por una parte y la caridad por otra. Esas dos virtudes no son más que dos dimensiones de una sola actitud: somos hijos de Dios por nuestra fe y de esa filiación deriva la caridad entre los hermanos.
Creer en Jesucristo, es creer que el Padre ama a todos los hombres a través de su propio Hijo y querer vivir ese mismo amor.
***
Esta es la semana de los “signos que manifiestan” a Cristo. Habiendo oído que Juan estaba preso, Jesús se retiró a Galilea. Jesús deja el pueblo donde había vivido hasta ahora y va a una ciudad más importante no sin una razón. Es un signo. Este gesto tiene una significación misionera. Galilea tenía fama de región gentil, contaminada de paganos, desinteresada de la Ley y de la oficialidad del templo, foco de revolucionarios.
Durante toda su vida oculta, Jesús ha vivido en un pueblo bien protegido; ahora va al lugar donde piensa que podrá evangelizar a muchos de aquellos que viven aún “en las tinieblas” y que esperan la luz.
Anuncia que el Reino de los cielos ha llegado, Dios está con nosotros, si queremos acogerlo. No es una predicación moralizante que dice lo que hay que hacer. Es ante todo una nueva actitud que lo cambia todo, hasta nuestros comportamientos morales.
Los pobres se sentían acogidos por Jesús y los ricos se sentían desplazados, pero a todos les pedía conversión. Para Jesús, el problema del Reino era un problema de transformación del corazón, pero una transformación real, de las que se demuestran con obras.
El signo de que Dios está obrando es que le traían a todos los que sufrían, curaba toda enfermedad y toda dolencia. La misión de Jesús incluye también la sanación, la curación de los enfermos. Su misión es decir y hacer, proclamación y transformación. El Niño de Belén ahora se manifiesta como el Mesías enviado por Dios enseñando, proclamando el Reino, curando a los enfermos, liberando a los posesos. Y, la multitud cree en Él y lo sigue.
La fe en Jesucristo como Hijo de Dios hecho hombre, como Palabra encarnada de Dios, es esencial al cristianismo; y debe demostrarse primeramente en el amor compasivo y solidario que irradiará sobre el mundo necesitado de este testimonio.
Nosotros, como discípulos de Jesús, hemos de continuar su tarea, con el gozo, el entusiasmo y la plena dedicación con que Él vivió. Hoy también hay muchas enfermedades y dolencias que necesitan ser curadas; y no sólo físicas: el egoísmo, anidado en muchos corazones que busca lograr los propios objetivos a costa de pisotear los derechos de los otros. El poder, que para conservarse sacrifica inocentes. La ambición desmedida y enfermiza de poseer, que no mide en medios ni en consecuencias. Otros que sin encontrar el sentido de la propia vida, pretenden olvidarse de sus propias pobrezas o tristezas, enviciándose o envileciéndose. No podemos quedarnos contemplando dolencias de la gente de nuestro tiempo.
Nos urge anunciar el reino poniéndonos en camino, para tratar de remediar todos esos males, no por nuestras propias fuerzas, sino por la fuerza de Dios que habita en nosotros y nos impulsa para que seamos un signo de Cristo que salva para nuestros hermanos.
Ser discípulo de Jesús no puede ser sino reproducir en nosotros una respuesta ante la vida, idéntica a la de Jesús: «vivir y luchar por la misma causa», el Reinado de Dios. Nuestra vida tiene que anunciar el «Evangelio del Reino», la buena noticia que está llegando, y hacerlo ayudando, curando heridas, liberando de angustias y miedos; «haciendo el bien», como se dijo de Cristo Jesús.

 PARA DISCERNIR

¿Me siento identificado con la causa de Jesús?
¿Cuál es mi compromiso para “hacer el bien”?
¿Vivo con entusiasmo mi vocación de discípulo misionero o me domina la pereza, la comodidad, mis pobrezas y miserias?

 REPITAMOS Y VIVAMOS HOY LA PALABRA

El Reino de los Cielos está cerca

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

...”Reino de Dios significa que Dios reina. Y ¿cómo reina Dios? Preguntémonos: En el fondo, ¿qué es lo que impera rea/mente sobre nosotros? En primer lugar, los hombres. También las cosas señorean sobre mí. Las cosas que ambiciono, las cosas que me estorban, las cosas que encuentro en mi camino (…). ¿Qué ocurriría si Dios reinase verdaderamente en mí? Mi corazón, mi voluntad lo experimentarían como Aquel que da a todo evento humano significado pleno (…). Yo percibiría con temor sagrado que mi persona humana es nada excepto por el modo en que Dios me llamó y en el que debo responder a su llamada. De aquí me vendría el don supremo: la santa comunidad de amor entre Dios y mi sola persona. Pero el nuestro es un reino del hombre, reino de cosas, reino de intereses terrenos que ocultan a Dios y sólo al margen le hacen sitio. ¿Cómo es posible que el árbol a cuyo encuentro voy me sea más real que El? ¿Cómo es posible que Dios sea para mí sólo una mera palabra y no me invada, omnipotente, el corazón y la conciencia? y ahora Jesús proclama que después del reino de los hombres y de las cosas ha de venir el reino de Dios. El Poder de Dios irrumpe y quiere asumir el dominio; quiere perdonar, santificar, iluminar, no por la violencia física, sino por la fe. Los hombres deberían apartar su atención de las cosas y dirigirla hacia Dios, así como tener confianza en lo que Jesús les dice con su palabra y actitud: entonces llegaría el reino de Dios”…

Romano Guardini, El Señor, Madrid 1965.

PARA REZAR

TU REINO SEÑOR

Tu Reino, Señor Jesús, habita dentro de mí
tu Reino es como un tesoro escondido dentro de un campo;
llevo en el fondo de mi ser la libertad y el amor,
la justicia y la verdad, la luz y la belleza.
Llevo dentro de mí el amor de tu Padre que me llama:
la gracia de tu amor que me salva y libera,
la amistad y la comunión de tu Espíritu que me hace fuerte.
¡Tu Reino, Señor, habita dentro de mí, gracias!
Tu Reino, Señor, habita en medio del mundo.
Tu Reino está presente oculto en medio de los hombres.
Donde el amor es más fuerte que el odio, allí está tu Reino.
Donde el perdón es más fuerte que la venganza,
allí está tu Reino.
Donde la verdad es más fuerte que la mentira,
allí está tu Reino.
Donde la justicia es más fuerte que la opresión,
allí está tu Reino.
Donde la libertad es más fuerte que la esclavitud,
allí está tu Reino.
Donde la ternura es más fuerte que el desamor,
allí está tu Reino.
¡Tu Reino, Señor, habita en el corazón de los hombres
que te aman, se aman y te siguen!

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