24
de enero de 2020 – TO – VIERNES DE LA II SEMANA
Llamó a los
que quiso
Lectura
del primer libro de Samuel 24, 3-21
Saúl
reunió a tres mil hombres seleccionados entre todo Israel y partió en busca de
David y sus hombres, hacia las Peñas de las Cabras salvajes. Al llegar a los
corrales de ovejas que están junto al camino, donde había una cueva, Saúl entró
a hacer sus necesidades. En el fondo de la cueva, estaban sentados David y sus
hombres. Ellos le dijeron: «Este es el día en que el Señor te dice: “Yo pongo a
tu enemigo en tus manos; tú lo tratarás como mejor te parezca”.»
Entonces
David se levantó y cortó sigilosamente el borde del manto de Saúl. Pero después
le remordió la conciencia, por haber cortado el borde del manto de Saúl, y dijo
a sus hombres: « ¡Dios me libre de hacer semejante cosa a mi señor, el ungido
del Señor! ¡No extenderé mi mano contra él, porque es el ungido del Señor!» Con
estas palabras, David retuvo a sus hombres y no dejó que se abalanzaran sobre
Saúl. Así Saúl abandonó la cueva y siguió su camino.
Después
de esto, David se levantó, salió de la cueva y gritó detrás de Saúl: « ¡Mi
señor, el rey!» Saúl miró hacia atrás, y David, inclinándose con el rostro en
tierra, se postró y le dijo: « ¿Por qué haces caso a los rumores de la gente,
cuando dicen que David busca tu ruina? Hoy has visto con tus propios ojos que
el Señor te puso en mis manos dentro de la cueva. Aquí se habló de matarte,
pero yo tuve compasión de ti y dije: “No extenderé mi mano contra mi señor,
porque es el ungido del Señor”.
¡Mira,
padre mío, sí, mira en mi mano el borde de tu manto! Si yo corté el borde de tu
manto y no te maté, tienes que comprender que no hay en mí ni perfidia ni
rebeldía, y que no he pecado contra ti. ¡Eres tú el que me acechas para
quitarme la vida! Que el Señor juzgue entre tú y yo, y que él me vengue de ti.
Pero mi mano no se alzará contra ti.
“La
maldad engendra maldad”, dice el viejo refrán. Pero yo no alzaré mi mano contra
ti. ¿Detrás de quién ha salido el rey de Israel? ¿A quién estás persiguiendo?
¡A un perro muerto! ¡A una pulga! ¡Que el Señor sea el árbitro y juzgue entre
tú y yo; que él examine y defienda mi causa, y me haga justicia, librándome de
tu mano!»
Cuando
David terminó de dirigir estas palabras a Saúl, este exclamó: « ¿No es esa tu
voz, hijo mío, David?», y prorrumpió en sollozos. Luego dijo a David: «La
justicia está de tu parte, no de la mía. Porque tú me has tratado bien y yo te
he tratado mal. Hoy sí que has demostrado tu bondad para conmigo, porque el
Señor me puso en tus manos y tú no me mataste. Cuando alguien encuentra a su
enemigo, ¿lo deja seguir su camino tranquilamente? ¡Que el Señor te recompense
por el bien que me has hecho hoy! Ahora sé muy bien que tú serás rey y que la realeza
sobre Israel se mantendrá firme en tus manos.»
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
56, 2. 3-4. 6 y 11 (R.: 2a)
R. Ten
piedad de mí, Dios mío, ten piedad.
Ten
piedad de mí, Dios mío, ten piedad,
porque
mi alma se refugia en ti;
yo
me refugio a la sombra de tus alas
hasta
que pase la desgracia. R.
Invocaré
a Dios, el Altísimo,
al
Dios que lo hace todo por mí:
él
me enviará la salvación desde el cielo
y
humillará a los que me atacan.
¡Que
Dios envíe su amor y su fidelidad! R.
¡Levántate,
Dios, por encima del cielo,
y
que tu gloria cubra toda la tierra!
Porque
tu misericordia se eleva hasta el cielo,
y
tu fidelidad hasta las nubes. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Marcos 3, 13-19
Jesús
subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él, y
Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar
con el poder de expulsar a los demonios.
Así
instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro; Santiago,
hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre de
Boanerges, es decir, hijos del trueno; luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo,
Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el
mismo que lo entregó.
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
Acosado
por la envidia y la locura de Saúl, David se ve obligado a llevar su vida en la
clandestinidad. David perdona a Saúl el daño que quería hacerle, y huye
escondiéndose en las cuevas, aunque arma trampas astutamente.
Con
tres mil hombres persigue Saúl a David. Un día, Saúl por casualidad, entra en
una cueva donde está escondido David para hacer sus necesidades.
A
pesar de estar en guerrilla, y en estado de legítima defensa, en lugar de
vengarse se contenta con cortarle una punta del manto.
David
es un hombre que contrasta con su época. No se deja llevar por la violencia ni
el odio. Con un corazón noble guarda memoria del bien recibido en otro tiempo
por Saúl. Ante su adversario que quiere su muerte, se muestra generoso respetando
su vida y siendo capaz de perdonarlo. El juicio le corresponde a Dios.
Saúl
reconoce que David es más justo que él y que por eso reinará sobre Israel.
***
La
montaña representa el lugar del encuentro con Dios: Moisés y el pueblo de
Israel recibieron la Ley en la cumbre del Sinaí; allí se refugió el profeta
Elías, cuando era perseguido por los reyes idólatras de su pueblo. Salomón
construyó el templo de Dios sobre el monte Sión, en la ciudad de Jerusalén.
Jesús
hace lo mismo, sube a una montaña, para “llamar a los que quiso” y a los que da
el nombre de Apóstoles -que en griego, significa enviado-. Los llama para que
compartan su misión mesiánica y sean la base de la nueva comunidad de
salvación.
El
número de doce no es casual, evidencia un simbolismo, que apunta a las doce
tribus de Israel. La Iglesia va a ser desde ahora el nuevo Israel, unificado en
torno a Cristo Jesús.
La
elección de Jesús es gratuita. No elige a sus apóstoles por sus méritos, ni
porque sean los más santos, ni los más sabios o porque estén llenos de
cualidades humanas. Son personas comunes y débiles: uno lo traicionó, otros lo
abandonaron en el momento de la crisis, y el que Él puso como jefe lo negó
cobardemente. Jesús, prefirió lo que no contaba social y humanamente, para que
así se manifieste mejor la acción y la fuerza salvadora de Dios.
Para
Marcos, el llamado a la misión comporta: “estar con Jesús, anunciar el Reino y
expulsar demonios”. Compartir la vida con el Maestro significa aprender
directamente de su vida, cómo hay que vivir y lo que hay que hacer. Convivir y
saber cuáles son sus planes, sus proyectos; en este caso, conocer el plan, el
proyecto de salvación de Dios sobre la humanidad. Y también ser uno mismo
objeto de esa voluntad salvífica. Entonces se podrá ir no sólo como profeta,
sino como testigo del amor y de la misericordia de Dios.
Jesús
da a los Doce el poder de expulsar demonios. Demonio era el símbolo donde se
acumulaba lo negativo de la historia: enfermedad, injusticia, pecado. El poder
de expulsar demonios no se puede reducir al poder de hacer milagros y
exorcismos, sino como la capacidad de humanizar al ser humano, para que en
comunión con Jesús pueda ser la imagen fiel de Dios Padre.
Desde
esta perspectiva, el apóstol se convierte en la prolongación de Jesús en la
historia; es el memorial del Señor que continúa salvando, que continúa
liberando al hombre de sus esclavitudes, y que continúa entregando su vida para
que a todos llegue el perdón de Dios, la Vida, y el Espíritu que Él ofrece a
quienes creen en su Nombre.
A
partir de nuestra unión con Jesucristo por la fe, podremos ver con sus ojos el
mundo y su historia; entonces podremos sentir como nuestras las miserias de los
demás y buscaremos creativamente soluciones adecuadas, no desde nuestra
imaginación, sino desde el corazón misericordioso de Dios.
Jesús
nos llama hoy a ser sus apóstoles con nuestra propia vida, con nuestro modo de
actuar, de hablar, de pensar. No nos impone una carga, sino que nos da la
oportunidad de dar un sentido pleno a nuestra vida en este mundo, en la empresa
de ayudarlo en la salvación de la humanidad.
PARA DISCERNIR
¿Vivimos
auténticamente lo que somos?
¿Profundizamos
en el conocimiento de la persona de Jesús, de su obra y de su mensaje?
¿Avanzamos,
nos estancamos o retrocedemos en el seguimiento del Maestro?
¿Somos
audaces para invitar a otros a embarcarse con alegría y generosidad en la gran
aventura del seguimiento?
REPITAMOS Y VIVAMOS HOY LA PALABRA
Aquí
estoy Señor, envíame
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
«Llamó
a los que quiso»
…”Este
santo Concilio, siguiendo las huellas del Vaticano I, enseña y declara a una
con él que Jesucristo, eterno Pastor, edificó la santa Iglesia enviando a sus
Apóstoles como El mismo había sido enviado por el Padre (cf. Jn., 20,21), y
quiso que los sucesores de éstos, los Obispos, hasta la consumación de los
siglos, fuesen los pastores en su Iglesia. Pero para que el episcopado mismo
fuese uno solo e indiviso, estableció al frente de los demás apóstoles al
bienaventurado Pedro, y puso en él el principio visible y perpetuo fundamento
de la unidad de la fe y de comunión…
El
Señor Jesús, después de haber hecho oración al Padre, llamando a sí a los que
El quiso, eligió a los doce para que viviesen con El y enviarlos a predicar el
Reino de Dios (cf. Mc., 3,13-19; Mt., 10,1-42): a estos, Apóstoles (cf. Lc.,
6,13) los fundó a modo de colegio, es decir, de grupo estable, y puso
al frente de ellos, sacándolo de en medio de los mismos, a Pedro (cf. Jn., 21,15-17). A éstos envió Cristo, primero a los hijos de Israel, luego a todas las gentes (cf. Rom., 1,16), para que con la potestad que les entregaba, hiciesen discípulos suyos a todos los pueblos, los santificasen y gobernasen (cf. Mt., 28,16-20; Mc., 16,15; Lc., 24,45-48; Jn., 20,21-23) y así dilatasen la Iglesia y la apacentasen, sirviéndola, bajo la dirección del Señor, todos los días hasta la consumación de los siglos (cf. Mt., 28,20). En esta misión fueron confirmados plenamente el día de Pentecostés (cf. Act., 2,1-26), según la promesa del Señor: “Recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos así en Jerusalén como en toda la Judea y Samaría y hasta el último confín de la tierra” (Act., 1,8).
al frente de ellos, sacándolo de en medio de los mismos, a Pedro (cf. Jn., 21,15-17). A éstos envió Cristo, primero a los hijos de Israel, luego a todas las gentes (cf. Rom., 1,16), para que con la potestad que les entregaba, hiciesen discípulos suyos a todos los pueblos, los santificasen y gobernasen (cf. Mt., 28,16-20; Mc., 16,15; Lc., 24,45-48; Jn., 20,21-23) y así dilatasen la Iglesia y la apacentasen, sirviéndola, bajo la dirección del Señor, todos los días hasta la consumación de los siglos (cf. Mt., 28,20). En esta misión fueron confirmados plenamente el día de Pentecostés (cf. Act., 2,1-26), según la promesa del Señor: “Recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos así en Jerusalén como en toda la Judea y Samaría y hasta el último confín de la tierra” (Act., 1,8).
Los
Apóstoles, pues, predicando en todas partes el Evangelio (cf. Mc., 16,20), que
los oyentes recibían por influjo del Espíritu Santo, reúnen la Iglesia
universal que el Señor fundó sobre los Apóstoles y edificó sobre el
bienaventurado Pedro su cabeza, siendo la piedra angular del edificio Cristo
Jesús (cf. Ap., 21,14; Mt., 16,18; Ef., 2,20). Esta divina misión confiada por
Cristo a los Apóstoles ha de durar hasta el fin de los siglos (cf. Mt., 28,20),
puesto que el Evangelio que ellos deben transmitir en todo tiempo es el
principio de la vida para la Iglesia”…
Concilio
Vaticano II
Constitución
dogmática sobre la Iglesia, «Lumen Gentium», § 18-19
PARA REZAR
Oración
del Apóstol (S. XVI)
Cristo,
no tiene manos
tiene
solamente nuestras manos
para
hacer el trabajo de hoy.
Cristo
no tiene pies,
tiene
solamente nuestros pies
para
guiar a los hombres en sus sendas.
Cristo,
no tiene labios,
tiene
solamente nuestros labios
para
hablar a los hombres de sí.
Cristo
no tiene medios,
tiene
solamente nuestra ayuda
para
llevar a los hombres a sí.
Nosotros
somos la única Biblia,
que
los pueblos leen aún;
somos
el último mensaje de Dios
escrito
en obras y palabras.
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