16
de enero de 2020 – TO – JUEVES DE LA I SEMANA
Si quieres,
puedes purificarme
Lectura
del primer libro de Samuel 4, 1b-11
Los
filisteos se reunieron para combatir contra Israel. Israel les salió al
encuentro para el combate, y acamparon en Eben Ezer, mientras los filisteos
acampaban en Afec. Los filisteos se alinearon en orden de batalla frente a
Israel, y se entabló un duro combate. Israel cayó derrotado delante de los
filisteos, y unos cuatro mil hombres fueron muertos en el frente de batalla, en
campo abierto.
Cuando
el pueblo regresó al campamento, los ancianos de Israel dijeron: « ¿Por qué el
Señor nos ha derrotado hoy delante de los filisteos? Vayamos a buscar a Silo el
Arca de la Alianza del Señor: que ella esté presente en medio de nosotros y nos
salve de la mano de nuestros enemigos.»
El
pueblo envió unos hombres a Silo, y trajeron de allí el Arca de la Alianza del
Señor de los ejércitos, que tiene su trono sobre los querubines. Jofní y
Pinjás, los dos hijos de Elí, acompañaban el Arca.
Cuando
el Arca de la Alianza del Señor llegó al campamento, todos los israelitas
lanzaron una gran ovación y tembló la tierra.
Los
filisteos oyeron el estruendo de la ovación y dijeron: « ¿Qué significa esa
estruendosa ovación en el campamento de los hebreos?» Al saber que el Arca del
Señor había llegado al campamento, los filisteos sintieron temor, porque
decían: «Un dios ha llegado al campamento.» Y exclamaron: « ¡Ay de nosotros,
porque nada de esto había sucedido antes! ¡Ay de nosotros! ¿Quién nos librará
de este dios poderoso? Este es el dios que castigó a los egipcios con toda
clase de plagas en el desierto. ¡Tengan valor y sean hombres, filisteos, para
no ser esclavizados por los hebreos, como ellos lo fueron por ustedes! ¡Sean
hombres y luchen!»
Los
filisteos libraron batalla. Israel fue derrotado y cada uno huyó a sus
campamentos. La derrota fue muy grande, y cayeron entre los israelitas treinta
mil hombres de a pie. El Arca del Señor fue capturada, y murieron Jofní y
Pinjás, los dos hijos de Elí.
Palabra
de Dios.
SALMO
Sal 43,10-11.14-15.24-25
¡Líbranos,
Señor, por tu misericordia!
Ahora,
Señor nos rechazaste y humillaste:
Dejaste
de salir con nuestro ejército,
Nos
hiciste retroceder ante el enemigo
Y
nuestros adversarios nos saquearon. R.
Nos
expusiste a la burla de nuestros vecinos,
A
la risa y al escarnio de los que nos rodean;
Hiciste
proverbial nuestra desgracia
Y
los pueblos nos hacen gestos de sarcasmo.R.
¡Despierta,
Señor! ¿Por qué duermes?
¡Levántate,
no nos rechaces para siempre!
¿Por
qué ocultas tu rostro
y
te olvidas de nuestra desgracia y opresión? R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Marcos 1, 40-45
Se
acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo:
«Si quieres, puedes purificarme.» Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó,
diciendo: «Lo quiero, queda purificado.» En seguida la lepra desapareció y
quedó purificado.
Jesús
lo despidió, advirtiéndole severamente: «No le digas nada a nadie, pero ve a
presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó
Moisés, para que les sirva de testimonio.»
Sin
embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo
sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna
ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de
todas partes.
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
La
presencia de Dios se concretizaba en el seno del pueblo, en el arca y pasará
después a la ciudad santa y a su templo, después al corazón del justo y del
servidor de Dios.
En
la lectura de hoy, aparece el desastre anunciado primero por un hombre de Dios
y después por Samuel y que se cumple en la batalla de Afeq hacia el 1050 antes
de Cristo.
Los
filisteos se reunieron para combatir a Israel. Se libró una gran batalla e
Israel fue vencido por los filisteos y cerca de cuatro mil hombres murieron. El
Arca de Dios fue capturada y murieron los dos hijos de Elí. Esta batalla debió
ser una auténtica catástrofe nacional para el pueblo de Israel.
De
repente los israelitas se acuerdan del «Arca» de Dios que debía de estar muy
olvidada. El Arca era un cofrecito que contenía las palabras principales de la
Alianza y que estaba cubierto con una tapa de oro y las imágenes de unos
querubines. Ella era para los israelitas, sobre todo durante su período nómada
por el desierto, uno de los símbolos de la presencia de Dios entre ellos.
El
sentimiento de fracaso que vivió el pueblo por este desastre fue muy grande,
porque habían puesto su confianza en esta Arca. Por otro lado el libro de
Samuel interpreta la derrota como castigo de Dios por los pecados de los hijos
de Elí.
Si
el Señor está con nosotros, entonces sí somos invencibles. Pero no tenemos que
absolutizar esa presencia sólo en unas cosas o unos objetos o unos actos. Dios
no es un amuleto de buena suerte. Dios es nuestro Padre, amoroso y
misericordioso y nuestra Alianza con Él no es sólo para recibir sus beneficios,
sino para que seamos fieles a su proyecto salvador.
***
En
el evangelio de Marcos se van sucediendo, en este primer capítulo los diversos
episodios de curaciones y milagros de Jesús. La lepra era la peor enfermedad de
su tiempo y nadie podía tocar ni acercarse a los leprosos. Al leproso se le
consideraba impuro y se le aislaba de la comunidad. Lo que el enfermo pide a
Jesús no es solamente una curación física, sino ser aceptado entre los suyos,
ser nuevamente parte de la comunidad. Jesús «sintiendo compasión, extendió la
mano» y lo curó.
Después
le hace la recomendación de no divulgar lo sucedido. Jesús no tiene una actitud
de falsa modestia, ni pretende pasar de incógnito. No quiere que la gente lo
reconozca como el Mesías a partir de acontecimientos maravillosos como los
milagros, a riesgo de no descubrir lo profundo del nuevo mensaje y las
exigencias que lleva descubrirse hermanos e hijos de un mismo Padre. No quiere
que su mesianismo se quede atrapado en las redes del espectáculo.
Al
tocar Jesús al leproso también se convirtió en “impuro”, según la ley. Sin
embargo, no es la impureza la que de ahora en adelante dominará, sino la
pureza. Jesús no queda impuro al tocar al leproso, sino que es éste, el que
queda puro.
El
leproso no puede contener su alegría y proclama quién lo ha curado, a pesar de
la expresa prohibición de Jesús. Los signos de curación que Jesús hace van
extendiendo su fama.
El
leproso del evangelio de hoy nos presenta una realidad muy cercana a nosotros:
la pobreza de nuestra condición humana. La experimentamos y nos la topamos a
diario: no sólo en las enfermedades, sino también en nuestro carácter que
dificulta nuestra relación con los demás; la inconstancia cotidiana, la
debilidad de nuestra voluntad, el egoísmo, la sensualidad, la soberbia … Sin
embargo, el caso del leproso nos muestra otra realidad que sobrepasa la
frontera de nuestras limitaciones humanas: Cristo. El, hoy, para cada uno de
nosotros sigue siendo el liberador total. El nos quiere comunicar su salud
pascual, la plenitud de su vida; vida en abundancia. Sólo necesita que igual
que el leproso, nos reconozcamos necesitados, nos acerquemos a Él, le pidamos,
confiando en su compasión, bondad y poder.
También
Marcos nos recuerda que están los «leprosos» de nuestra sociedad a los que por
distintas razones marginamos, segregamos, no queremos ni verlos, está prohibido
tocarlos, hablarles, los dejamos solos con su enfermedad. El ejemplo de Jesús
es claro: «Él manifestó su amor para con los pobres y los enfermos, para con
los pequeños y los pecadores. El nunca permaneció indiferente ante el
sufrimiento humano». Signo de que su salvación nos ha tocado y ha sanado es:
«que nos preocupamos de compartir en la caridad las angustias y las tristezas,
las alegrías y las esperanzas de los hombres, y así les mostramos el camino de
la salvación».
PARA DISCERNIR
¿Me
reconozco necesitado de purificación?
¿Me
acerco a pedirla con humildad?
¿Margino
y segrego a los que no son como yo?
REPITAMOS Y VIVAMOS HOY LA PALABRA
Purifícame
Señor y quedaré limpio
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
San
Francisco cura de sus miedos a un leproso
…”Un
día, cuando el joven Francisco montaba a caballo cerca de Asís, se le acercó un
leproso. Normalmente Francisco sentía horror hacia los leprosos, y por eso tuvo
que hacerse violencia; bajó del caballo y le dio una moneda de plata besándole
al mismo tiempo la mano. Después de recibir del leproso un beso de paz, volvió
a montar al caballo y siguió su camino. A partir de este momento fue
superándose cada vez más hasta llegar a una completa victoria sobre sí mismo
por la gracia de Dios.
Unos
días más tarde, habiéndose provisto de muchas monedas, se dirigió al hospicio
de los leprosos y, habiéndolos reunido a todos, dio a cada una limosna
besándole la mano al mismo tiempo. Al regresar, fue exactamente así: lo que antes
se le hacía amargo –es decir, ver y tocar a los leprosos- se le había
convertido en dulzura. Ver a los leprosos, tal como él mismo lo había dicho, le
era hasta tal punto penoso que no tan sólo rechazaba verlos sino que ni tan
sólo podía acercarse a su habitación; si alguna vez los veía o pasaba cerca de
la leprosería… giraba su rostro y se tapaba la nariz. Pero la gracia de Dios
hizo que los leprosos le fueran hasta tal punto familiares que, como dice él
mismo en su Testamento, vivía entre ellos y les servía humildemente. La visita
a los leprosos le había transformado”…
Narración de
tres compañeros de san Francisco de Asís (hacia 1244) § 11
PARA REZAR
TU
MANO APRETADA
No
pida yo nunca estar libre de peligros,
sino denuedo para afrontarlos.
No quiera yo que se apaguen mis dolores,
sino que sepa dominarlos mi corazón.
No busque yo amigos
por el campo de batalla de la vida
sino más fuerza en mí.
No anhele yo,
con afán temeroso, ser salvado
sino esperanza de conquistar,
paciente, mi libertad.
¡No sea yo tan cobarde, Señor,
que quiera tu misericordia en mi triunfo,
sino tu mano apretada en mi fracaso!
sino denuedo para afrontarlos.
No quiera yo que se apaguen mis dolores,
sino que sepa dominarlos mi corazón.
No busque yo amigos
por el campo de batalla de la vida
sino más fuerza en mí.
No anhele yo,
con afán temeroso, ser salvado
sino esperanza de conquistar,
paciente, mi libertad.
¡No sea yo tan cobarde, Señor,
que quiera tu misericordia en mi triunfo,
sino tu mano apretada en mi fracaso!
Tagore
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