15
de diciembre de 2019 - Tiempo de Adviento - DOMINGO
III – Ciclo A
¿Debemos
esperar a otro?
PRIMERA
LECTURA
Lectura
del libro del profeta Isaías 35, 1-6a. 10
¡Regocíjense
el desierto y la tierra reseca, alégrese y florezca la estepa! ¡Sí, florezca
como el narciso, que se alegre y prorrumpa en cantos de júbilo! Le ha sido dada
la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón. Ellos verán la
gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios.
Fortalezcan
los brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes; digan a los que están
desalentados: « ¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios! Llega la venganza,
la represalia de Dios: él mismo viene a salvarlos.»
Entonces
se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos;
entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de
júbilo.
Volverán
los rescatados por el Señor; y entrarán en Sión con gritos de júbilo, coronados
de una alegría perpetua: los acompañarán el gozo y la alegría, la tristeza y
los gemidos se alejarán.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
145, 7. 8-9a. 9bc-10 (R.: cf. Is 35, 4)
R. Señor,
ven a salvarnos.
El
Señor mantiene su fidelidad para siempre,
hace
justicia a los oprimidos
y
da pan a los hambrientos.
El
Señor libera a los cautivos.
El
Señor abre los ojos de los ciegos
y
endereza a los que están encorvados.
El
Señor ama a los justos,
y
protege a los extranjeros.
y
entorpece el camino de los malvados.
El
Señor reina eternamente,
reina
tu Dios, Sión,
a
lo largo de las generaciones.
SEGUNDA
LECTURA
Lectura
de la carta del apóstol Santiago 5, 7-10
Tengan
paciencia, hermanos, hasta que llegue el Señor. Miren cómo el sembrador espera
el fruto precioso de la tierra, aguardando pacientemente hasta que caigan las
lluvias del otoño y de la primavera. Tengan paciencia y anímense, porque la
Venida del Señor está próxima. Hermanos, no se quejen los unos de los otros,
para no ser condenados. Miren que el Juez ya está a la puerta. Tomen como
ejemplo de fortaleza y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del
Señor.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Mateo 11, 2-11
Juan
el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de
sus discípulos para preguntarle: « ¿Eres tú el que ha de venir o debemos
esperar a otro?»
Jesús
les respondió: «Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven
y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los
muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel
para quien yo no sea motivo de tropiezo!»
Mientras
los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud,
diciendo:
«
¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a
ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven
en los palacios de los reyes.
¿Qué
fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta.
El es aquel de quien está escrito: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, para
prepararte el camino”.
Les
aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin
embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él.»
Palabra
del Señor.
Para reflexionar
Asolado
constantemente por la guerra, el pueblo de Israel ha conocido derrota tras
derrota. Jerusalén ha sido destruida, el Templo profanado, y el pueblo
deportado a Babilonia, condenado a trabajos forzados. Isaías medita y ora,
escucha a Dios, e inspirado por Él, invita al pueblo, desalentado y herido, a
que se ponga en camino en busca de su Dios Salvador. Este libro de la
Consolación es una vigorosa predicación de esperanza que anuncia un tiempo de
felicidad total, en el que Dios salvará a su pueblo.
***
El
texto de la carta de Santiago pretende llamar la atención sobre la venida del
Señor que se consideraba próxima, como sucedía en los ámbitos apocalípticos del
judaísmo y el cristianismo primitivo. Dos elementos resuenan con fuerza: “la
venida del Señor y la paciencia”. Se pone el ejemplo de la paciencia del
labrador esperando las gotas de agua que vienen sobre la tierra, hasta que un
día llegan y ve que se salva su cosecha. De nada vale desesperarse porque
llegará la lluvia, a pesar de las épocas de larga sequía. La paciencia de que
todo cambiará un día, es sinónimo de entereza y de ánimo. No debemos escuchar a
los catastrofistas que destruyen, sino a los profetas que construyen.
***
El
domingo pasado se presentaba la figura de Juan Bautista como un gigante del
desierto que con la certeza de que estaba de parte del Dios liberador de
Israel, denunció con valentía los abusos de los poderosos.
Hoy
presenta el evangelio al mismo personaje pero, en una situación totalmente
distinta. Por denunciar los pecados de Herodes es presionado por la amante del
rey y se encuentra en la cárcel.
El
que pregonó la venida del Mesías, el que lo reconoció y lo presentó como el
Cordero de Dios se encuentra perplejo. El Mesías realiza muchas obras, pero no
son las que esperaba el precursor. Ha oído hablar de las obras de Jesús, pero
no sabe interpretarlas. Esperaba un Mesías riguroso, victorioso; por eso se
asombra al enterarse que el Cristo anda con los pobres y se dedica a curar a
los enfermos.
Juan
lo “veía” con la horquilla en la mano, dispuesto a limpiar la era, a barrer a
los enemigos, a separar con absoluta claridad a los buenos de los malos, a
poner en orden definitivamente las cosas. Jesús, por el contrario, recibe a
todos, come con los publicanos y pecadores, el juicio en las manos del Padre.
Juan amenazaba con la justicia; Jesús predicaba la gracia. Juan creía que todo
terminaría pronto; Jesús hablaba de un proceso lento. Juan lo había anunciado
con un hacha para cortar desde la raíz los árboles que no dan fruto. Y Jesús, al
contrario, abre el tiempo de la misericordia y del perdón.
Juan
lo había descrito como un fuego devorador. Y Jesús se muestra como la ternura
del Padre volcada a la humanidad. Juan necesitaba ver la fuerza de Dios; Jesús
manifestaba la debilidad del hombre y la del mismo Dios.
La
línea de sencillez y de misericordia de Jesús lo despista. ¿Cómo es que Dios no
establecía ya con su poder la justicia? ¿Vencerían de nuevo los de siempre? ¿Se
habría vuelto a olvidar Dios de su pueblo? Lleno de incertidumbre envía a dos
discípulos a preguntarle si era él o había que esperar a otro.
Jesús
apela a los profetas que hablaron del Mesías para responder a Juan. Con la
alusión a los oráculos de Isaías, está diciendo que sus obras inauguran los
tiempos mesiánicos; pero con el sello de la bondad y la salvación, y no de
violencia y castigo. Él es el Señor. Jesús muestra las señales de su venida,
que son señales de liberación: los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos
saltan de gozo, los pobres son evangelizados.
La
venida de Jesús sorprende a sus contemporáneos y sigue sorprendiéndonos a todos
nosotros. El reino de Dios que anuncia Jesús es una realidad totalmente nueva.
Ante él caen todas las grandezas humanas y todos los aparatos seudo salvadores.
La
duda de Juan resulta paradigmática. Dios es lo más esperado, pero también es lo
más sorprendente porque no sigue nuestros criterios, ni se adapta a nuestros
programas. Los signos de los tiempos no llegan según nosotros esperamos. Seguro
que si el Mesías se volviera a encarnar hoy, no lo reconoceríamos. Dios siempre
rompe nuestros esquemas y se hace presente no cómo y cuándo queremos o creemos.
Hay que estar atentos. No siempre llega en la oración o por los “medios
ordinarios e institucionalizados” sino que lo puede hacer en el dolor o el
fracaso, en el trabajo, o en el pobre, o en cualquier jugada de la naturaleza.
Muchas veces puede suceder que no sabemos reconocer los signos mesiánicos, que
a lo mejor se encuentran también fuera de nuestras formas institucionalizadas,
y rechazamos en bloque muchas cosas sólo porque no concuerdan con nuestros
esquemas.
Se
trata, de abrirnos y de mirar los hechos sin prejuicio; de contemplar los
signos sin esquemas prefabricados; sin irnos preguntando en el color o la
etiqueta. Lo que verdaderamente importa es la realidad. «¡Nadie hay que haga
milagros en mi nombre y que luego pueda decir mal de mí! el que no está contra
nosotros, está por nosotros» dirá Jesús más tarde.
El
Mesías está siempre donde hay signos de liberación y de amor: Dónde recuperan
la vista los ciegos y dónde se limpian los leprosos y se liberan los esclavos y
viciosos. Donde se iluminan los descreídos y se entusiasman los desencantados,
dónde son evangelizados los pobres y se superan situaciones injustas y se
promueve el verdadero desarrollo, dónde se conjuga el verbo compartir y se crea
verdadera comunidad.
El
reino anunciado por el Mesías aparece cuando los hombres esperamos contra toda
esperanza, cuando creemos en el progreso verdadero, en lo nuevo, en la
posibilidad de una sociedad distinta, en las relaciones fraternales. El tiempo
del Mesías esperado se hace presente cada vez que el fracaso anima a comenzar
una nueva etapa de la historia sin complejos ni derrotismos, cuando cada pueblo
trata de reencontrarse desde la reconciliación y el perdón.
El
tiempo mesiánico es tiempo de todo hombre y todo el hombre, de las comunidades,
tiempo de buscar nuevos senderos, de tomar conciencia, de maduración y de
acción, es momento de fortalecer a los débiles, de dar fuerza a los vacilantes,
de animar a los que caminan aplastados por la opresión personal o social.
Traer
a la tierra los tiempos mesiánicos es tarea, sobre todo, de los discípulos
misioneros. Solamente se podrá ir descubriendo el plan definitivo de Dios sobre
el mundo, cuando los pequeños e iniciales frutos de ese plan comienzan a
manifestarse.
El
Reino se presenta con hechos; luego, con palabras que los interpretan,
explican, aclaran y profundizan. Estos hechos constituyen el Evangelio, Buena
Noticia. Sin hechos no hay noticia. Una noticia sin hechos es una mentira.
Mentira es toda palabra que no va respaldada por hechos.
El
discípulo de Cristo no es un espectador del mundo. Participamos de las alegrías
y gozos así como de las penas y sufrimientos de los hombres. “El gozo y la esperanza,
la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los
pobres y de toda clase de afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y
angustia de los discípulos de Cristo, y nada hay verdaderamente humano que no
encuentre eco en su corazón”.
Como
Iglesia tenemos que ir encontrando, cada vez más, caminos de testimonio en
favor de los hombres más pobres, de los más desheredados repitiendo la
experiencia del Señor. Una «iglesia triunfal» no será nunca la verdadera
respuesta. La respuesta será siempre la de Jesús: «evangelizar a los pobres»,
hacerse pobre con los pobres, poniendo junto a ellos nuestra propia impotencia
empapada de esperanza. Esperanza que no es “providencialismo” ni simple espera
pasiva. La esperanza verdadera tiene un sentido activo, concreto, eficaz, por
eso, siempre compromete. La esperanza es “desear provocando lo que se desea”.
En el compromiso de la persona, se ve su esperanza.
Jesús
nos anuncia la llegada de un tiempo nuevo, por eso la única condición es luchar
para que sea posible, dejándonos invadir por la gracia “de Aquel que viene en
nombre de Dios” y que con su presencia desborda nuestros cálculos y
posibilidades humanas.
Para discernir
¿Me
siento necesitado de salvación?
¿Dónde
busco respuesta a mis angustias y desconsuelos?
¿Qué
espero de Dios?
Repitamos a lo largo de este día
Ven
Señor Jesús…
Para la lectura espiritual
«No
ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño
en el Reino de los cielos es más grande que él»
Reverenciemos
la compasión de un Dios que ha venido a salvar y no a juzgar al mundo. Juan, el
precursor del Maestro, que hasta entonces había ignorado este misterio, cuando
supo que Jesús era verdaderamente el Señor, a voz en grito dijo a los que
venían a hacerse bautizar: «’Raza de víboras’ (Mt 3,6), ¿por qué me miráis con
tanta insistencia? Yo no soy el Cristo. Soy un servidor y no el Señor. Soy un
simple sujeto, no el rey. Soy una oveja, no el pastor. Soy un hombre, no un
Dios. Al venir al mundo he curado la esterilidad de mi madre, no he hecho
fecunda su virginidad; he sido sacado de lo bajo, no he descendido desde las
alturas. He atado la lengua de mi padre (Lc 1,20), no he desplegado la gracia
divina… Soy vil y pequeño, pero después de mí viene el que es anterior a mí (Jn
1,30). Viene después en el tiempo; pero antes, estaba en la luz inaccesible e
inefable de la divinidad. ‘Viene el que puede más que yo, y no merezco ni
llevarle las sandalias. Él os bautizará con el Espíritu Santo y fuego’ (Mt
3,11). Yo soy un subordinado; él es libre. Yo estoy sujeto al pecado, él
destruye el pecado. Yo enseño la Ley, él lleva la luz de la gracia. Yo predico
como esclavo, el legisla como maestro. Tengo por capa el sol, él los cielos. Yo
bautizo con el bautismo de penitencia, él da la gracia de la adopción. ‘Él os
bautizará con el Espíritu Santo y fuego’. ¿Por qué me queréis reverenciar? Yo no
soy el Cristo» .
San
Hipólito de Roma
Para rezar
Si
hacés justicia a los oprimidos,
¿por
qué triunfan los opresores?
Si
das pan a los hambrientos,
¿por
qué hay millones que mueren de hambre?
Si
das libertad a los cautivos,
¿por
qué tantos inocentes se pudren en las cárceles?
Ven,
Señor, a salvarnos.
“El
Señor abre los ojos al ciego”.
Pues
¿dónde está su consulta?
¡Hay
tantos en listas de espera!
“El
Señor endereza a los que ya se doblan”.
¿Han
oído, hermanos míos,
los
que están doblados y aplastados en la vida?
El
Señor les va a quitar definitivamente
los
pesos y cargas que los asfixian.
Ven,
Señor, a salvarnos.
Peregrinos,
transeúntes, emigrantes,
refugiados,
desterrados,
villeros,
mendigos:
el
Señor los guarda a todos;
les
dará refugio, una tierra, una casa y un trabajo.
Y
ustedes, huérfanos y viudas, madres solteras,
hijos
de divorciados, viejos abandonados,
sidosos
y drogadictos:
ya
tienen un protector,
manos
fuertes que los sustenten
y
los libren de abusos y soledades.
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