11 de octubre de 2019


11 de octubre de 2019 – TO – VIERNES DE LA XXVII SEMANA

El Reino de Dios ha llegado a ustedes

Lectura de la profecía de Joel    1, 13-15; 2, 1-2

¡Vístanse de duelo y laméntense, sacerdotes! ¡Giman, servidores del altar! ¡Vengan, pasen la noche vestidos de penitencia, ministros de mi Dios! Porque se ha privado a la Casa de su Dios de ofrenda y libación.
Prescriban un ayuno, convoquen a una reunión solemne, congreguen a los ancianos y a todos los habitantes del país, en la Casa del Señor, su Dios, y clamen al Señor.
¡Ah, qué Día! Porque está cerca el Día del Señor, y viene del Devastador como una devastación.
¡Toquen la trompeta en Sión, hagan sonar la alarma en mi Montaña santa! ¡Tiemblen todos los habitantes del país, porque llega el Día del Señor, porque está cerca! ¡Día de tinieblas y oscuridad, día nublado y de sombríos nubarrones! Como la aurora que se extiende sobre las montañas, avanza un pueblo numeroso y fuerte como no lo hubo jamás, ni lo habrá después de él, hasta en las generaciones más lejanas. 
Palabra de Dios.

SALMO    Sal 9, 2-3. 6 y 16. 8-9 (R.: 9a) 
R.    El Señor gobierna al mundo con justicia.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón
y proclamaré todas tus maravillas.
Quiero alegrarme y regocijarme en ti,
y cantar himnos a tu Nombre, Altísimo. R.

Escarmentaste a las naciones,
destruiste a los impíos
y borraste sus nombres para siempre.
Los pueblos se han hundido en la fosa que abrieron,
su pie quedó atrapado en la red que ocultaron. R.

Pero el Señor reina eternamente
y establece su trono para el juicio:
él gobierna al mundo con justicia
y juzga con rectitud a las naciones. R.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Lucas    11, 15-26

Habiendo Jesús expulsado un demonio, algunos de entre la muchedumbre decían: «Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios.» Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo.
Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.
Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes.
El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.
Cuando el espíritu impuro sale de un hombre, vaga por lugares desiertos en busca de reposo, y al no encontrarlo, piensa: “Volveré a mi casa, de donde salí.” Cuando llega, la encuentra barrida y ordenada. Entonces va a buscar a otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí. Y al final, ese hombre se encuentra peor que al principio.» 
Palabra del Señor.

Para reflexionar

Hoy y mañana escuchamos al profeta Joel, que habló hacia el año 400 antes de Cristo. Sobre los campos israelitas se ha cernido una nube de langostas que ha dejado al pueblo sin alimentos y en un grave peligro, pues no hay grano para alimentarse, y los mismos animales, al faltarles el sustento, acabarán muriendo y poniendo en grave riesgo al pueblo.
Este hecho le permite comprender a Joel una realidad más profunda: ve en ella el anuncio del «día de Yahvé».
Será el día de la victoria de Yahvé, que «visitará» a los hombres no como salvador, sino como destructor.
Yahvé había «visitado» a su pueblo castigándolo duramente; en cambio, los gentiles -más pecadores aún que Israel- habían quedado triunfantes. Esto no les parece justo y se llega al convencimiento de que Dios les tiene reservado otro «día», que será a la vez de castigo para las naciones y de victoria para Israel.
El día de Yahvé continúa siendo un día de aspecto terrorífico, pero ahora las catástrofes sólo hacen referencia a los gentiles.
Joel interpreta este hecho como juicio de Dios contra la pereza y la dejadez del pueblo en la gran tarea de la reconstrucción moral, después de la vuelta del destierro. Han descuidado la vida de fe: “falta en el templo del Señor ofrenda y libación”.
El profeta quiere que se proclame la penitencia y el ayuno y que todos clamen a Dios pidiendo su ayuda, no vaya a ser el día del juicio peor todavía que la calamidad recién sufrida.
Por eso se convoca a todo el pueblo para que haga oración, para hacer penitencia. Dios, rico en misericordia, librará a los suyos de este ejército que se ha cernido sobre ellos; y, entonces, también el culto estará asegurado. Dios, todo amor con quien lo ama y con quien invoca su Nombre.
***
En la enseñanza del “Padre Nuestro”, Jesús invita a los discípulos que pidan la venida del reino. El “Reino” viene en la persona de Jesús, y todo lo que hace es signo de que el Reino de Dios está presente en medio de los seres humanos. La vida en el Reino de Dios supone victoria sobre las fuerzas del mal.
El recorrido misionero de Jesús ha implicado muchas cosas, conversiones, descubrimiento del sentido de la vida, pero también resistencias y obstinaciones. Jesús en este pasaje se enfrenta a un grupo que se resiste a ver en sus obras, las obras de Dios. Este ataque saca a relucir el por qué de su confrontación con Satanás.
Esta oposición contra Jesús llega a extremos curiosos: dicen que echa los demonios por arte de “Belzebul, el príncipe de los demonios”. Él les responde que dicha afirmación no es coherente, dado que es absurdo luchar contra el demonio, precisamente en nombre del demonio, además si fuera como ellos afirman, deberían decir lo mismo de los exorcismos que ellos mismos acostumbraban realizar.
Jesús aclara que sus exorcismos son precisamente una señal del cielo porque se trata del “dedo de Dios”, el poder de Dios, realizando esta obra. Toda la vida de Jesús revela que Él actúa con el poder de Dios para hacer que el bien reine en la humanidad. Mientras Él expulsa los demonios como una manifestación auténtica del obrar de Dios, ellos no hacen más que realizar actos mágicos que, a la hora de la verdad, no tienen eficacia a fondo sobre el mal. Toda la vida de Jesús revela que las victorias sobre los “demonios” que se realizan a lo largo de su ministerio, son un anticipo de la victoria final sobre Satanás que se realizará en la Cruz.
Tanto el ministerio de Jesús como nuestra vida de cristianos, se presenta como un campo de batalla en el que tenemos que tomar posición. En su Pascua Jesús se ha revelado como “el más fuerte” que ha vencido al poder del mal y ahora nos invita a que nos unamos a Él en esa lucha. No podemos ser meros espectadores en la gran batalla. El mal sigue existiendo y nos obliga a no permanecer neutrales, sino a posicionarnos estando siempre vigilantes. Vigilancia que no es estar a la defensiva, sino construyendo cotidianamente el bien, para no dar espacio ni lugar al mal. No basta con no hacer el mal o tratar de evitarlo. El mal se vence a fuerza de bien.
La lucha contra el mal es cotidiana porque somos frágiles e inestables y podemos volver a caer. Los poderes del mal aspiran siempre a volver a ocupar su antiguo lugar. No hay que dormirse teniendo una falsa seguridad en nuestra vida, creyendo que ya estamos salvados y hemos superado lo que nos ataba. La excesiva confianza en nosotros mismos, nos hace muchas veces imprudentes y descuidados.
No hay que darle chance al demonio con un retroceso. Para impedirlo, hay mantenerse en el campo de Jesús, construyendo la fidelidad en el aprendizaje del Evangelio, llenándonos de Dios para poder hacer el bien y por el bien hecho, quedar llenos de Dios. Esto es estar y recoger con Jesús.

Para discernir

¿Trato de vencer el mal con mis solas fuerzas?
¿Venzo el mal a fuerza de bien?
¿Hice una opción fundamental por el Reino?

Repitamos a lo largo de este día

Contigo, Jesús, contigo venceré al mal

Para la lectura espiritual

…”Vivir la vida cristiana significa vivir en el mundo sin ser del mundo. Es en la soledad donde esta libertad interior puede crecer y desarrollarse. Jesús se marchó a un lugar solitario para orar, es decir, para hacer crecer en él la conciencia de que todo el poder que poseía le había sido conferido; de que todas las palabras que profería venían de su Padre, y de que todas las obras que realizaba no eran realmente suyas, sino obras de aquel que le había enviado. En aquel lugar donde reinaba la soledad, Jesús fue dejado libre de fracasar.
Una vida que no conozca un ámbito de soledad —es decir, una vida privada de un centro de quietud— se vuelve fácilmente presa de dinámicas destructivas. Cuando nos aferramos a los resultados de nuestras acciones convirtiéndolos en nuestro único medio de autoidentificación, nos volvemos posesivos, proclives a mantenernos a la defensiva, a considerar a nuestro prójimo más como un enemigo al que debemos mantener a distancia que como un amigo con el que compartir los dones de la vida.
En la soledad, en cambio, vamos adquiriendo gradualmente la capacidad de desenmascarar la naturaleza ilusoria de nuestro carácter posesivo y de descubrir, en lo hondo de nuestro ser, que no somos algo que podamos conquistar, sino algo que nos ha sido dado. En la soledad podemos escuchar la voz de aquel que nos habló antes de que nosotros pudiéramos proferir una sola palabra, que nos sanó antes de que nosotros pudiéramos hacer un solo gesto de ayuda a los otros, que nos liberó mucho antes de que nosotros estuviéramos en condiciones de liberar a otros, que nos amó mucho antes de que nosotros pudiéramos amar a cualquier otro. En esta soledad es donde descubrimos que ser es más importante que tener, y que nuestro valor consiste en algo más importante que los meros resultados de nuestros esfuerzos. En la soledad descubrimos que nuestra vida no es una obsesión que debamos defender, sino un don para compartir [...], que el amor que consigamos expresar forma parte de un amor más grande”…

H. J. M. Nouwen, La fuerza de la soledad, Brescia 1998, pp. 19-21.

Para rezar

Dios, en tus manos me abandono

Yo me abandono ¡oh Dios! en tus manos.
Toma este barro y trabájalo
como arcilla entre las manos del alfarero
dale una forma y después, rómpela, si quieres
como es despedazada la vida de tantos hermanos.

Pide, ordena ¿Qué quieres que haga?
¿Qué quieres que no haga?
Ensalzado o humillado, perseguido,
incomprendido,
calumniado, alegre o triste,
o inútil para todo, sólo diré,
a ejemplo de tu Madre:
“Hágase en mí según tu palabra”.

Dame el amor por excelencia,
el amor de la cruz.
Pero no de las cruces heroicas
que podrían nutrir mi vanidad,
sino de las cruces vulgares que,
sin embargo, llevo con repugnancia.

De esas que se encuentran cada día
en la contradicción,
en el olvido, en los juicios falsos,
en la frialdad del alma,
en los desaires y desprecios de los demás;
en el malestar y defectos del cuerpo,
en la oscuridad de la mente
y en el silencio y aridez del corazón.

Entonces sólo Tú sabrás que te amo,
aunque ni yo lo sepa, con eso me basta.

Amén


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