27
de septiembre de 2010 – TO – VIERNES DE LA XXV
SEMANA
Tú eres el
Mesías de Dios
Lectura
de la profecía de Ageo 1, 15b-2, 9
El
segundo año del rey Darío, el día veintiuno del séptimo mes, la palabra del
Señor llegó, por medio del profeta Ageo, en estos términos:
«Di
a Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judá, a Josué, hijo de Iehosadac,
el Sumo Sacerdote, y al resto del pueblo: ¿Queda alguien entre ustedes que haya
visto esta Casa en su antiguo esplendor? ¿Y qué es lo que ven ahora? ¿No es
como nada ante sus ojos? ¡Animo, Zorobabel! -oráculo del Señor-. ¡Animo, Josué,
hijo de Iehosadac, Sumo Sacerdote! ¡Animo, todo el pueblo del país! -oráculo
del Señor- . ¡Manos a la obra! Porque yo estoy con ustedes -oráculo del Señor
de los ejércitos según el compromiso que contraje con ustedes cuando salieron
de Egipto, y mi espíritu permanece en medio de ustedes. ¡No teman!
Porque
así habla el Señor de los ejércitos: Dentro de poco tiempo, yo haré estremecer
el cielo y la tierra, el mar y el suelo firme. Haré estremecer a todas las
naciones: entonces afluirán los tesoros de todas las naciones y llenaré de
gloria esta Casa dice el Señor de los ejércitos.
¡Son
míos el oro y la plata! -oráculo del Señor de los ejércitos-. La gloria última
de esta Casa será más grande que la primera, dice el Señor de los ejércitos, y
en este lugar yo daré la paz -oráculo del Señor de los ejércitos-.»
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
42, 1. 2. 3. 4 (R.: cf. 5bc)
R. Espero
en Dios, le daré gracias, a él,
que es mi salvador y mi Dios.
Júzgame,
Señor,
y
defiende mi causa
contra
la gente sin piedad;
líbrame
del hombre falso y perverso. R.
Si
tú eres mi Dios y mi fortaleza,
¿por
qué me rechazas?
¿Por
qué tendré que estar triste,
oprimido
por mi enemigo? R.
Envíame
tu luz y tu verdad:
que
ellas me encaminen
y
me guíen a tu santa Montaña,
hasta
el lugar donde habitas. R.
Y
llegaré al altar de Dios,
el
Dios que es la alegría de mi vida;
y
te daré gracias con la cítara,
Señor,
Dios mío. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 9, 18-22
Un
día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó:
«¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos
le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros,
alguno de los antiguos profetas que ha resucitado.»
«Pero
ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?»
Pedro,
tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios.»
Y
él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie.
«El
Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos,
los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al
tercer día.»
Palabra
del Señor.
Para reflexionar
Estamos
en octubre del 520. Después de un largo período de desaliento los repatriados
emprendieron la reconstrucción del Templo. Los israelitas, vueltos del
desierto, no contaban con todos los recursos que David había dejado a su hijo
Salomón para la construcción del Templo.
Muchos
se dejan invadir por el pesimismo. El profeta Ageo sigue animando a los que han
vuelto del destierro, a que reconstruyan equilibradamente su identidad; sin
descuidar los valores religiosos, representados en el templo.
Ageo
les presenta la reconstrucción del templo como el principio de una era de
prosperidad. Israel había experimentado las consecuencias del abandono del
templo; pero, una vez renovadas las obras de reconstrucción, Dios será fiel a
la alianza. De nuevo Yahvé «bendecirá» al pueblo.
Les
recuerda que Dios ha estado siempre cercano, tanto cuando los liberó de Egipto
como ahora, que los ha devuelto de Babilonia.
El
profeta defiende una comunidad centrada en el templo, pero esto no quiere decir
que tenga una visión puramente cultual de la religión, y mucho menos una moral
ritualista. La palabra de este día nos recuerda las promesas a los patriarcas.
***
Después
de haber dado el signo mesiánico por excelencia, Jesús se retira a orar como en
otros acontecimientos muy significativos para su ministerio. Los discípulos
están presentes mientras Jesús reza, pero no participan en la oración, no
comparten todavía su intimidad. Mientras tanto, flota en el ambiente la gran
pregunta: « ¿Será el Mesías?»
Los
discípulos, igual que muchos, al ver las actitudes de Jesús estaban
desconcertados respecto a su verdadera identidad. Jesús no se sometía a sus
expectativas nacionalistas, milagreras, autoritarias o de cualquier tipo. Jesús
se mostraba como un ser profundamente auténtico que fundaba su identidad humana,
en una inquebrantable fe en el Reino y en la relación filial con Dios.
Los
discípulos esperaban que Él fuera el liberador de Israel. Sus expectativas
mesiánicas, apuntaban a la liberación de la opresión romana con la
institucionalización de un gobierno propio.
Jesús
toma la iniciativa. Quiere que se definan. Entre la gente se barajan toda
suerte de opiniones. La mayoría lo tienen por una reencarnación de Juan
Bautista. Otros por Elías que había de preceder a la venida del Mesías. Unos
terceros creen que es un profeta de los antiguos que ha vuelto a la vida.
Nadie, se atreve a decir que es el Mesías. Lleva una carga política y peligrosa
en exceso. Además, tantos que pretendían serlo han fracasado y finalmente
fueron aplastados por los romanos.
Por
otro lado, la gente esperaba un Mesías-rey carismático, de casta davídica, con
fuerza y poder, con un ejército aguerrido. Jesús, por el contrario, habla del
reino de Dios, pero no lo entronca con David. No tiene a los poderosos de su
lado y no acepta la violencia.
La
confesión de fe de Pedro, aunque reconoce el carácter trascendente de la misión
de Jesús, tiene todavía el tinte de sus ideales políticos. Por eso, Jesús tiene
que aclararle cuál es el destino del “Hijo del Hombre”. La misión y la vida de
Jesús rebasaban las expectativas vigentes e iniciaban una nueva manera de
concebir las relaciones con Dios, con el hermano y la búsqueda de un mundo
mejor.
“El
hijo del Hombre tiene que padecer mucho”… Jesús anuncia el fracaso como el
Mesías humano que esperan. Se lo predice a los discípulos para que cambien de
manera de pensar y se habitúen a ser también ellos unos fracasados ante la
sociedad judía, aceptando incluso una muerte infame con tal de cumplir su
misión.
Pero
el fracaso no será definitivo. La resurrección del Hijo del Hombre marcará el
principio de la verdadera liberación. El éxodo del Mesías a través de una
muerte ignominiosa, posibilitará la entrada a la tierra prometida de la vida
nueva, donde no pueda instalarse ninguna clase de poder que domine al hombre.
El
fracaso libremente aceptado es el único camino que puede ayudar al discípulo a
cambiar de mentalidad frente a los intocables valores del éxito y de la
eficacia.
La
primera etapa del discipulado nos conduce a la adhesión a la Persona de Jesús,
como única respuesta valedera, a nuestras búsquedas más profundas.
Pero
después se hace necesario dar un paso más. El Mesías, necesita recorrer el
camino hacia Jerusalén en que tiene lugar la historia de la Pasión. Esta es la
suerte reservada al Hijo del Hombre y es también la suerte que debe ser asumida
por todos sus seguidores si quieren, como Él, ser agentes de transformación de
un mundo dominado por el egoísmo, la injusticia y el éxito aparente.
La
lucha por la verdad nos coloca en el horizonte de la Pasión, entendida como una
actitud de coraje para encarnar los valores del Reino, en un mundo que trata de
acallarlos a cualquier precio.
El
martirio es siempre una posibilidad real para los que asumen el camino del
discipulado. La causa de Jesús necesita testigos confiables que asuman la
posibilidad de la entrega de la propia vida para que los hombres tengan Vida.
Para discernir
¿Acepto
la cruz en el horizonte de mi camino de fe?
¿Me
puedo identificar con un Mesías entregado y sufriente?
¿Vivo
mi fe de acuerdo a las categorías del mundo?
Repitamos a lo largo de este día
Creo
Señor, que eres el Mesías
Para la lectura espiritual
«Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
…”¡Cristo!
Siento la necesidad de anunciarlo, no puedo callarlo: «¡Desdichado de mí si no
anuncio el Evangelio! (1C 9,16). Para esto he sido enviado; soy apóstol, soy
testigo. Cuanto más lejos está el objetivo más difícil es la misión, más me
siento apremiado por el amor (2C 5,14). Debo proclamar su nombre: Jesús es el
Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16). Él es quien nos ha revelado al Dios
invisible, el primer nacido de toda criatura, es el fundamento de toda cosa
(Col 1,15s). Es el Señor de la humanidad y el Redentor: nació, murió y resucitó
por nosotros; es el centro de la historia y del mundo. Él es el que nos conoce
y nos ama; es el compañero y el amigo de nuestra vida. Es el hombre del dolor y
de la esperanza; es el que ha de venir y un día será también nuestro juez,
nosotros le esperamos, es la plenitud eterna de nuestra existencia, nuestra
bienaventuranza.
Nunca
acabaría de hablar de él: él es la luz, es la verdad; mucho más, es «el Camino,
la Verdad y la Vida» (Jn 14,6). Es el Pan, la Fuente de agua viva que sacian
nuestra hambre y nuestra sed (Jn 6, 35; 7, 38); Es el Pastor, nuestro guía,
nuestro ejemplo, nuestro consuelo, nuestro hermano. Igual que nosotros, y más
que nosotros, ha sido pequeño, pobre, humillado, trabajador, desdichado y
paciente. Para nosotros habló, hizo milagros, y fundó un Reino nuevo en el que
los pobres serán dichosos, en el que la paz es el principio de la vida de todos
juntos, en el que los que son puros de corazón y los que lloran serán exaltados
y consolados, en el que los que suspiran por la justicia serán escuchados, en
el que los pecadores pueden ser perdonados, en el que todos son hermanos.
Jesucristo:
vosotros habéis oído hablar de él, e incluso la mayoría sois ya de los suyos,
sois cristianos. ¡Pues bien! A vosotros cristianos os repito su nombre, a todos
os lo anuncio: Jesucristo es «el principio y el fin, el alfa y la omega» (Ap
21,6). ¡Él es el rey del mundo nuevo; es el secreto de la historia, la llave de
nuestro destino; es el Mediador, el puente entre la tierra y el cielo…; el Hijo
del hombre, el Hijo de Dios…, el Hijo de María… Jesucristo! Acordaos: es el
anuncio que hacemos para la eternidad, es la voz que hacemos resonar por toda
la tierra (Rm 10,18) y por los siglos de los siglos”…
San Pablo VI,
papa de 1963-1978 – Homilía en Manila, 29-11-1979
Para rezar
Ven
Señor Jesús
Ven
Señor Jesús, hijo de Dios
que
entraste en el mundo como uno de tantos,
que
podamos en tu Iglesia mostrarte
como
único salvador y redentor.
Ven
Señor Jesús, a nuestra historia
de
miseria y de pecado para que comprendiendo
tu
amor redentor descubramos que cada momento
de
nuestra existencia
forma
parte de una historia de salvación.
Ven
Señor Jesús, y danos tu sabiduría y dulzura
que
nos permita trabajar en las cosas cotidianas
dejando
una impronta de tu presencia.
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