12
de septiembre de 2019 – TO – JUEVES DE LA XXIII
SEMANA
Amen a sus
enemigos
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo
a
los cristianos de Colosas 3, 12-17
Hermanos:
Como
elegidos de Dios, sus santos y amados, revístanse de sentimientos de profunda
compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia.
Sopórtense los unos a los otros, y perdónense mutuamente siempre que alguien
tenga motivo de queja contra otro. El Señor los ha perdonado: hagan ustedes lo
mismo. Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección.
Que
la paz de Cristo reine en sus corazones: esa paz a la que han sido llamados,
porque formamos un solo Cuerpo. Y vivan en la acción de gracias.
Que
la Palabra de Cristo resida en ustedes con toda su riqueza. Instrúyanse en la
verdadera sabiduría, corrigiéndose los unos a los otros. Canten a Dios con
gratitud y de todo corazón salmos, himnos y cantos inspirados.
Todo
lo que puedan decir o realizar, háganlo siempre en nombre del Señor Jesús,
dando gracias por él a Dios Padre.
Palabra
de Dios
SALMO Sal
150, 1-2. 3-4. 5-6 (R.: 6)
R. ¡Que
todos los seres vivientes alaben al Señor!
Alaben
a Dios en su Santuario,
alábenlo
en su poderoso firmamento;
alábenlo
por sus grandes proezas,
alábenlo
por su inmensa grandeza. R.
Alábenlo
con toques de trompeta,
alábenlo
con el arpa y la cítara;
alábenlo
con tambores y danzas,
alábenlo
con laúdes y flautas. R.
Alábenlo
con platillos sonoros,
alábenlo
con platillos vibrantes.
¡Que
todos los seres vivientes
alaben
al Señor! R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 6, 27-36
Jesús
dijo a sus discípulos:
«Yo
les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los
que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los
difaman. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te
quite el manto, no le niegues la túnica. Dale a todo el que te pida, y al que
tome lo tuyo no se lo reclames.
Hagan
por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes. Si aman a
aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a
aquellos que los aman. Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes,
¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestan a aquellos
de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a
los pecadores, para recibir de ellos lo mismo.
Amen
a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la
recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es
bueno con los desagradecidos y los malos.
Sean
misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no
serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.
Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada,
sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará
para ustedes.»
Palabra
del Señor.
Para reflexionar
Concluimos
la lectura de la carta a los Colosenses, con un fuerte programa de vida
cristiana que Pablo les presenta a ellos y también a nosotros.
Pablo
utiliza esta vez la imagen de la vestidura, para mostrar, sobre todo, las
relaciones de unos con otros en la vida de la comunidad: “la misericordia, la
bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión, el amor, la paz”.
Es
un programa elevado, pero concreto. Con respecto a Dios: ante todo la escucha
de su Palabra, con una actitud de acción de gracias, con nuestra oración y,
sobre todo, en la misma vida. Con relación a los hermanos: usar misericordia,
ser comprensivos, amables, “sobrellevarnos mutuamente y perdonarnos cuando
alguno tenga quejas contra otro”. La razón es convincente: “el Señor os ha
perdonado: haced vosotros lo mismo”.
En
el cuadro que nos presenta no aparecen cosas difíciles de entender, pero implica
organizar nuestro día y nuestras actividades en clave de vida cristiana. Pablo
apunta a una propuesta fuerte para que vayamos madurando en la vida de fe, con
la consigna de que en esta maduración nos debemos ayudar fraternalmente.
Como
Iglesia de Dios, estamos llamados a reflejar con nuestras buenas obras que el
Señor no sólo está en medio de nosotros, sino que habita como huésped en el
corazón de los creyentes. Por eso hemos de vivir a la altura de la fe recibida,
de tal forma que seamos un vivo reflejo del Señor en medio del mundo.
***
Este
pasaje se sitúa en el centro mismo del evangelio de Jesús, descubriendo el
sentido de Dios y de la vida humana. Esta segunda parte del discurso del llano
va orientada a todo el pueblo y está estructurado en dos partes.
Primero,
trata del amor a los enemigos y después hace una invitación a no condenar a
nadie. Jesús invita a todos a un amor generoso y universal, a fin de llegar a
asemejarnos al Padre del cielo. El hombre que se abre al amor se vuelve
generoso como el Dios de la creación. Frente a cualquier reduccionismo o
ideología, el Evangelio ofrece un claro y desafiante proyecto: “Amar a los
enemigos”.
A
la idea jurídica de recompensa, Lucas sustituye la de “agradecimiento”.
Mientras que en el mundo griego el amor consistía en la búsqueda de la plenitud
personal, en el cristianismo consiste en el sacrificio y en la entrega de la
propia vida por los demás, teniendo como modelo el amor, la entrega y
sacrificio de Jesús. Dios es el Padre de Jesús, que ama de tal forma a la
humanidad que se entrega en la persona de su Hijo, se sacrifica en el intento
de salvarnos.
Es
un amor que busca el camino de la confrontación, del diálogo, de la tolerancia,
que no responde con agresión porque sabe que ni la violencia ni la venganza, es
la medida con la que Dios juzga al mundo. Sólo el reconocimiento del enemigo
como persona, como ser humano puede llevar a responder desde la misericordia de
Dios, a la maldad ajena.
Amar
a quien nos odia es la medida del verdadero amor. Porque quién sólo ama a quien
le retribuye con los mismos sentimientos, no sobrepasa la medida del amor
egoísta. Beneficiar a quien nos causa daño, bendecir al que nos maldice, y ser
generosos con los egoístas, invierte la lógica del mundo. Esta manera de actuar
no nace de la ingenuidad, sino de la conciencia de que el Hombre Nuevo es
superior a cualquier mezquindad.
Jesús
no sólo pide que seamos buenos o que mejoremos nuestro modo de ser, nos pide
que nos abramos a Dios y cambiemos la mediocridad de nuestro egoísmo por la grandeza
de la generosidad.
Los
discípulos deben ser reconocibles por el amor. Un amor que Jesús no concibe
como un simple sentimiento, sino como una actitud que tiene la raíz existencial
en la paternidad de Dios. Por el amor, Dios reconoce al hombre como hijo suyo y
el hombre se reconoce hijo de Dios. El premio del que habla Jesús es
experimentar a Dios como Padre.
Es
el Padre quien da sentido y coherencia a la vida de los hermanos. Sólo así
tiene sentido que podamos y tengamos que amar a todo hombre, que no es nada más
ni nada menos que un hermano mío.
Sólo
a un hermano se lo comprende, se lo acepta, se lo soporta, no se lo juzga, no
se lo condena, se lo corrige, se lo espera, se lo perdona.
Las
relaciones con el prójimo son vistas desde la perspectiva de la misericordia.
El discípulo no es aquel que tiene el oficio de condenar, sino la tarea de ser
bondadoso y compasivo; es aquel que, como el Padre del cielo, otorga
misericordia y encuentra el gozo en la entrega y el amor.
El
seguimiento de Jesucristo no se trata en absoluto de reproducir materialmente
una u otra actitud, sino de mirar la realidad como El lo ha hecho, estar
disponible como El ante el acontecimiento. Se trata no de reproducir sino de
inventar, ya que cada acontecimiento es siempre nuevo y único, por lo tanto el
discípulo tratará de que su respuesta esté a la altura del acontecimiento.
El
amor al enemigo no es un dato marginal, sino el sentido y centro del amor de
los cristianos. Sólo cuando se da sin esperar recompensa, cuando se ama sin que
el otro lo merezca, cuando se pierde para que el otro gane, sólo entonces se ha
llegado hasta el misterio del amor que nos enseña y nos ofrece Cristo.
Para discernir
¿Mi
amor alcanza hasta el perdón a los enemigos?
¿Qué
actitud tengo hacia mis enemigos?
¿Me
dejo llevar por sentimientos de rencor y venganza ante las ofensas?
Repitamos a lo largo de este día
Dame
tu amor Señor
Para la lectura espiritual
…Viendo
Dios que los hombres se hacen atraer por beneficios, quiso cautivarlos para su
amor por medio de los suyos. Dijo por tanto: «Quiero atraer a los hombres para
que me amen con aquellos lazos con que los hombres se hacen atraer, a saber:
con los vínculos del amor». Esos fueron precisamente los dones que Dios hizo al
hombre. El, después de haberlos dotado de alma con potencias a su imagen, de
memoria, intelecto y voluntad, así como de un cuerpo provisto de sentidos, creó
para él el cielo y la tierra y tantas otras cosas, todas ellas por amor al
hombre; a fin de que sirvieran al hombre y éste le amara por gratitud a tantos
dones.
Pero
Dios no se contentó con darnos todas estas hermosas criaturas. Para hacerse con
todo nuestro amor, llegó a dársenos todo él mismo. El Padre eterno llegó a
darnos a su mismo y único Hijo. Al ver que todos nosotros estábamos muertos y
privados de su gracia a causa del pecado, ¿qué hizo? Por su amor inmenso -más
aún, como escribe el apóstol, por el excesivo amor que nos tenía-, mandó a su
Hijo amado para que satisficiera por nosotros y para devolvernos así aquella
vida que el pecado nos había arrebatado. Y al darnos a su Hijo (no perdonando a
su Hijo para perdonarnos a nosotros), junto con el Hijo nos dio todo bien: su
gracia, su amor y el paraíso”…
Alfonso María de
Ligorio,
[edición
española: Práctica del amor a Jesucristo, Rialp, Madrid 1999]
Para rezar
Cristo,
nuestro Dios,
que
oraste por quienes te crucificaron,
y
nos pediste, a nosotros, tus discípulos,
que
orásemos por nuestros enemigos:
perdona
a quienes nos odian y nos oprimen,
y
por medio de tu gracia y tu amor por la humanidad,
cambia
sus vidas para que, dejando de hacer el mal,
amen
a su prójimo y tengan una vida plena de bondad.
Que
ninguno de ellos perezca por nuestra causa,
sino
que a ellos y nosotros, juntos, nos alcance tu misericordia.
Ayúdanos,
Señor, a cumplir, tanto cuanto seamos capaces,
tu
mandamiento de amar a nuestros enemigos
y
de hacer el bien a quienes nos odian.
Te
imploramos y rogamos: Tú, el Misericordioso,
transforma
los odios de nuestros enemigos
en
actos de amor y reconciliación,
Te
rogamos, Señor nuestro misericordioso,
escúchanos
y ten piedad.
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