9
de agosto de 2019 – TO - VIERNES DE LA XVIII
SEMANA
El que guarda
su vida la pierde
Lectura
del libro del Deuteronomio 4, 32-40
Moisés
habló al pueblo diciendo:
Pregúntale
al tiempo pasado, a los días que te han precedido desde que el Señor creó al
hombre sobre la tierra, si de un extremo al otro del cielo sucedió alguna vez
algo tan admirable o se oyó una cosa semejante.
¿Qué
pueblo oyó la voz de Dios que hablaba desde el fuego, como la oíste tú, y pudo
sobrevivir? ¿O qué dios intentó venir a tomar para si una nación de en medio de
otra, con milagros, signos y prodigios, combatiendo con mano poderosa y brazo
fuerte, y realizando tremendas hazañas, como el Señor, tu Dios, lo hizo por
ustedes en Egipto, delante de tus mismos ojos?
A
ti se te hicieron ver todas estas cosas, para que sepas que el Señor es Dios, y
que no hay otro dios fuera de él. El te hizo oír su voz desde el cielo para
instruirte; en la tierra te mostró su gran fuego, y desde ese fuego tú escuchaste
sus palabras. Por amor a tus padres, y porque eligió a la descendencia que
nacería de ellos, el Señor te hizo salir de Egipto con su presencia y su gran
poder; desposeyó a naciones más numerosas y fuertes que tú; te introdujo en sus
territorios y te los dio como herencia, hasta el día de hoy.
Reconoce
hoy y medita en tu corazón que el Señor es Dios -allá arriba, en el cielo y
aquí abajo, en la tierra- y no hay otro.
Observa
los preceptos y los mandamientos que hoy te prescribo. Así serás feliz, tú y
tus hijos después de ti, y vivirás mucho tiempo en la tierra que el Señor, tu
Dios, te da para siempre.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
76, 12-13. 14-15. 16 y 21 (R.: 12a)
R. Recuerdo
las proezas del Señor.
Yo
recuerdo las proezas del Señor,
sí,
recuerdo sus prodigios de otro tiempo;
evoco
todas sus acciones,
medito
en todas sus hazañas. R.
Tus
caminos son santos, Señor.
¿Hay
otro dios grande como nuestro Dios?
Tú
eres el Dios que hace maravillas,
y
revelaste tu poder entre las naciones. R.
Con
tu brazo redimiste a tu pueblo,
a
los hijos de Jacob y de José.
Tú
guiaste a tu pueblo como a un rebaño,
por
medio de Moisés y de Aarón. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Mateo 16, 24-28
Entonces
Jesús dijo a sus discípulos:
«El
que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz
y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su
vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo
entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
Porque
el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y
entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Les aseguro que algunos de
los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando
venga en su Reino.»
Palabra
del Señor.
Para reflexionar
El
Deuteronomio es el último de los cinco libros de la Ley. En el año 622 antes de
Jesucristo fue hallado en el Templo. Todo el Deuteronomio insiste en esta
verdad: que las relaciones de Dios con nosotros y nuestras relaciones con El
están regidas por el amor.
Este
título significa «segunda ley», pues contiene la despedida de Moisés, con la
memoria que hace de los cuarenta años de travesía por el desierto, y las normas
que quiere recordar a su pueblo.
Al
principio de la marcha por el desierto, en el Sinaí, les entregó la primera
ley, la Alianza. Pasado el tiempo y a punto de entrar en Canaán, Moisés, antes
de morir interpela frontalmente a su pueblo, despertando su memoria histórica,
dejándoles como testamento la recomendación de que no abandonen, y cumplan
aquella Alianza.
La
prédica que hace Moisés se basa en lo que Dios ha hecho por su pueblo, para
concluir pidiendo un estilo de vida de acuerdo con la alianza que han hecho:
«tú has oído la voz de Dios… amó a tus padres y eligió a su descendencia, El en
persona te sacó de Egipto… el Señor es el único Dios».
***
Las
palabras de Jesús parecen como una continuación del reproche que ayer dirigió a
Pedro, al rechazar oír hablar de la cruz.
Jesús
comienza a poner en evidencia la difícil situación que les espera al llegar a
Jerusalén y va revelando a sus discípulos el sentido del camino recorrido y del
camino por recorrer. Las pretensiones mesiánicas de los discípulos,
especialmente de Pedro, se podían convertir en un verdadero tropiezo para la
misión. Jesús presenta claramente las exigencias del discípulo para evitar que
quienes lo sigan se engañen.
Jesús
avisa a sus seguidores que, al igual que El mismo, en su camino hacia la
Pascua, a todos ellos les tocará «negarse a si mismos», «cargar con la cruz»,
«seguirlo», «perder la vida». Aceptar seguirlo, irse con El, indica el acto de
adhesión inicial que podrá continuar con el seguimiento. Las condiciones que
Jesús les presenta, muestran una identificación con su destino.
Las
condiciones son dos: «negarse a sí mismo» y «cargar con la cruz». La primera: «
Negarse a sí mismo », es una renuncia radical y primera a las propias
ambiciones. El discípulo no puede anteponer sus intereses a la urgencia de
realizar el Reino. Las seguridades humanas y los beneficios personales no son
compatibles con el seguimiento de Jesús.
Es
llevar a la práctica de forma concreta la primera bienaventuranza, «elegir ser
pobre». Los que “ganan el mundo”, empeñan la propia vida en una cantidad muy
grande de trabajos y preocupaciones con la ilusión de que les traerán la
felicidad en esta vida y en la otra. La realidad, sin embargo, es otra. Los que
ganan este mundo pierden su propia vida.
El
camino del Maestro es el camino del discípulo. Desde el momento en que el
discípulo decide seguir a Jesús se abre completamente a la novedad de Dios y, a
la vez, acepta el conflicto que lo enfrentará con los criterios de este mundo.
En
el camino del seguimiento: «cargar con la propia cruz» significa aceptar ser
perseguido y aún condenado a muerte, vivir sin concesiones la última
bienaventuranza: «ser perseguidos a causa de la fidelidad al reino». Vivir
estas dos bienaventuranzas constituyen la esencia del camino del discípulo; son
la “regla de oro” que ningún discípulo puede dejar de aceptar.
La
vida no está hecha para ser guardada, sino para ser entregada. Amar no es
“sentir emoción”, no es desear poseer al otro, es olvidarse de sí mismo para darse
al otro. “Tomar” para sí es dejar de amar. Amar de verdad, implica ser capaz de
renunciar, de morir a uno mismo en beneficio de aquel a quien se ama. La
renuncia no tiene su fin en sí misma; es la condición de una “vida” en
plenitud. La “cruz” de Jesús no es solamente un instrumento de tortura y
suplicio: es el signo del amor más grande que haya podido abrazar a un corazón.
Por
la renuncia y la cruz, Jesús no propone una destrucción, sino un
perfeccionamiento, una transformación, un crecimiento total y definitivo.
Nuestra
esperanza está íntimamente asociada a la realidad del dolor y el sufrimiento
humano. Las circunstancias en que se desarrolla la vida del discípulo exigen la
capacidad de asumir el padecimiento necesario para la transformación de la realidad,
para poder llevar a cabo el plan de Dios.
Las
acciones humanas adquieren consistencia en Dios. La capacidad y donación
semejantes a las mostradas por Jesús en su vida terrena, son los únicos
criterios que pueden asegurar la vida presente en íntima relación con el futuro
definitivo.
De
esa forma, el futuro, se hace realidad en la existencia del discípulo, que
tiene la posibilidad de acceder a ese Reino, anticipadamente, identificándose
con la vida del Maestro y compartiendo su suerte.
Para discernir
¿Soy
capaz de sacrificarme por los demás?
¿Vivo
la cruz como un castigo o como una opción?
¿Experimento
la cruz como fuente de gracia y bendición?
Repitamos a lo largo de este día
Envía
Señor a tu mensajero de paz
Para la lectura espiritual
«Me
hice perdidiza, y fui ganada»
…Tal
es el que anda enamorado de Dios, que no pretende ganancia ni premio, sino sólo
perderlo todo y a sí mismo en su voluntad por Dios, y ésa tiene por su
ganancia; y así lo es, según dice san Pablo (Fl. 1, 21) diciendo: Mi morir por
Cristo es mi ganancia, espiritualmente a todas las cosas y a sí mismo. Y por
eso dice el alma: fui ganada, porque el que así no se sabe perder, no se gana,
antes se pierde, según dice Nuestro Señor en el Evangelio (Mt. 16, 25), diciendo:
El que quisiere ganar para sí su alma, ése la perderá: y el que la perdiere
para consigo por mí, ése la ganará.
Y
si queremos entender el dicho verso más espiritualmente y más al propósito que
aquí se trata, es de saber, que cuando un alma en el camino espiritual ha
llegado a tanto que se ha perdido a todos los caminos y vías naturales de
proceder en el trato con Dios, que ya no le busca por consideraciones ni formas
ni sentimientos ni otros modos algunos de criaturas ni sentido, sino que pasó sobre
todo eso y sobre todo modo suyo y manera, tratando y gozando a Dios en fe y
amor, entonces se dice haberse de veras ganado a Dios, porque de veras se ha
perdido a todo lo que no es Dios ya lo que es en sí…
San Juan de la
Cruz (1542-1591), carmelita descalzo,
doctor de la
Iglesia - Cántico espiritual, 20
Para rezar
Dar
hasta que duela
El
amor, para que sea auténtico,
tiene
que pasar por el crisol del sufrimiento.
Si
Cristo no hubiera derramado su sangre,
no
hubiera llegado la salvación”.
Sin sufrimiento, nuestro amor y caridad
Sin sufrimiento, nuestro amor y caridad
no
sería más que una asistencia social,
pero
no sería el verdadero amor redentor.
Sólo
compartiendo con el prójimo sus sufrimientos,
siendo
parte de los que sufren, podemos redimirlos,
podemos
llevarlos a Dios y hacer que Dios,
que
es Amor, entre en sus vidas.
Un amor que no está dispuesto a compartir los sufrimientos
Un amor que no está dispuesto a compartir los sufrimientos
con
la persona amada, en el fondo no es más
que
un egoísmo disfrazado.
Hay
que amar hasta que duela.
El
dolor es la prueba del verdadero amor.
Dime
cuanto sufres y te diré cuanto amas.
El dolor por sí mismo, independiente del amor,
El dolor por sí mismo, independiente del amor,
conduce
al masoquismo o a un orgulloso estoicismo.
Lo que no se asume, no se redime.
Lo que no se asume, no se redime.
Solamente
los que son capaces de bajar
al
infierno de la desesperación de los pobres,
podrán
sacar de la miseria material
y
espiritual a los marginados.
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