22
de agosto de 2019 – TO - JUEVES DE LA XX SEMANA
22 de agosto - Santa María, Reina (M.O)
Que se cumpla
en mí, lo que has dicho
Lectura
del libro del profeta Isaías 9, 1-6
El
pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que
habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz.
Tú
has multiplicado la alegría, has acrecentado el gozo; ellos se regocijan en tu
presencia como se goza en la cosecha, como cuando reina la alegría por el
reparto del botín.
Porque
el yugo que pesaba sobre él, la barra sobre su espalda y el palo de su
carcelero, todo eso lo has destrozado como en el día de Madián.
Porque
un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado. La soberanía reposa sobre sus
hombros y se le da por nombre: «Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para
siempre, Príncipe de la paz.» Su soberanía será grande, y habrá una paz sin fin
para el trono de David y para su reino; él lo establecerá y lo sostendrá por el
derecho y la justicia, desde ahora y para siempre. El celo del Señor de los
ejércitos hará todo esto.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
112, 1-2. 3-4.5-6. 7-8 (R.: cf. 2)
R.
Bendito sea el nombre del Señor para siempre.
Alaben,
servidores del Señor,
alaben
el nombre del Señor.
Bendito
sea el nombre del Señor,
desde
ahora y para siempre. R.
Desde
la salida del sol hasta su ocaso,
sea
alabado el nombre del Señor.
El
Señor está sobre todas las naciones,
su
gloria se eleva sobre el cielo. R.
¿Quién
es como el Señor, nuestro Dios,
que
tiene su morada en las alturas,
y
se inclina para contemplar
el
cielo y la tierra? R.
El
levanta del polvo al desvalido,
alza
al pobre de su miseria,
para
hacerlo sentar entre los nobles,
entre
los nobles de su pueblo. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas
1, 26-38
El
Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a
una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de
David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El
Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: « ¡Alégrate!, llena de gracia, el
Señor está contigo.»
Al
oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía
significar ese saludo.
Pero
el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y
darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será
llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,
reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.»
María
dijo al Ángel: « ¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún
hombre?»
El
Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado
Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez,
y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no
hay nada imposible para Dios.»
María
dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has
dicho.» Y el Ángel se alejó.
Palabra
del Señor.
Para reflexionar
Pío
XII en 1954, instituyó la fiesta Litúrgica del Reinado de María al coronar
a la Virgen en Santa María la Mayor, Roma. En esta ocasión el Papa
también promulgó el documento principal del Magisterio acerca de la dignidad y
realeza de María, la Encíclica Ad coeli Reginam (Oct 11, 1954).
El
pueblo cristiano, movido de un certero instinto sobrenatural, siempre invocó a
María como Reina, la Madre del “Rey de reyes y Señor de señores”.
Padres y Doctores, Papas y teólogos se hicieron eco de ese reconocimiento y
esta convicción ha aparecido en expresiones de arte, en la catequesis y en la
liturgia.
Al
ser Madre de Dios, María fue colmada por Él con todas las gracias. Fue
constituida Reina y Señora de todo lo creado, de los hombres y aún de los
ángeles. Es tan Reina poderosa, como Madre cariñosa, asociada como en la obra
redentora y en la consiguiente mediación y distribución de las gracias.
El
Concilio, después de recordar la Asunción de la Virgen «en cuerpo y alma a la
gloria del cielo», explica que fue «elevada (…) por el Señor como Reina del
universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores
(cf. Ap. 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte» (Lumen Gentium, 59).
A
partir del siglo V, casi en el mismo período en que el concilio de Efeso la
proclama «Madre de Dios», se empieza a atribuir a María el título de Reina. El
pueblo cristiano, con este reconocimiento, quiere ponerla por encima de todas
las criaturas, exaltando su función y su importancia en la vida de cada persona
y de todo el mundo.
El
evangelista Lucas reflexiona sobre la vocación de María y nos muestra en ella
aquella que supo escuchar la buena noticia y la llevó en su vientre. Por este
motivo, pudo discernir en medio de las dificultades humanas el paso de Dios.
María atesoraba en su corazón la esperanza que el pueblo pobre tenía depositada
en el Señor. Su vida sencilla, atravesada por la promesa y la palabra del
Señor, la prepararon para acompañar al hombre destinado por Dios para ser el
Mesías y Señor.
La
iglesia al proclamarla como «Reina» reconoce en ella el camino del discípulo o
discípula. El reinado de María, como el de su Hijo, es el servicio generoso y
desinteresado para los demás. Ella es reina porque primero dejó que Dios
reinara en su corazón y convirtiera su vientre en el arca divina de la
esperanza humana.
“El
título de Reina no sustituye al de Madre: su realeza sigue siendo un corolario
de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le ha sido
conferido para llevar a cabo esta misión. (…) Los cristianos miran con
confianza a María Reina, y esto aumenta su abandono filial en Aquella que es
madre en el orden de la gracia”. “La Asunción favorece la plena comunión
de María no sólo con Cristo, sino con cada uno de nosotros. Ella está junto a
nosotros porque su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro cotidiano
itinerario terreno. (…). Ella conoce todo lo que sucede en nuestra existencia y
nos sostiene con amor materno en las pruebas de la vida”. San Juan Pablo II
Para discernir
¿Recurro
con confianza a la intercesión poderosa de la Virgen?
¿Reconozco
que su reinado, al igual que el de su hijo, se realiza en el servicio?
¿Su
ejemplo de entrega me estimula en el camino de fe?
Repitamos a lo largo de este día
Tú
has multiplicado mi alegría
Para la lectura espiritual
María, Reina
del Universo
1.
La devoción popular invoca a María como Reina. El Concilio, después de recordar
la asunción de la Virgen «en cuerpo y alma a la gloria del cielo», explica que
fue «elevada (…) por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más
plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del
pecado y de la muerte» (Lumen Gentium, 59).
En
efecto, a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el concilio de
Efeso la proclama «Madre de Dios», se empieza a atribuir a María el título de
Reina. El pueblo cristiano, con este reconocimiento ulterior de su excelsa
dignidad, quiere ponerla por encima de todas las criaturas, exaltando su
función y su importancia en la vida de cada persona y de todo el mundo.
Pero
ya en un fragmento de una homilía, atribuido a Orígenes, aparece este
comentario a las palabras pronunciadas por Isabel en la Visitación: «Soy yo
quien debería haber ido a ti, puesto que eres bendita por encima de todas las
mujeres tú, la madre de mi Señor, tú mi Señora» (Fragmenta: PG 13, 1.902 D). En
este texto se pasa espontáneamente de la expresión «la madre de mi Señor» al
apelativo «mi Señora», anticipando lo que declarará más tarde san Juan
Damasceno, que atribuye a María el título de «Soberana»: «Cuando se convirtió
en madre del Creador, llegó a ser verdaderamente la soberana de todas las
criaturas» (De fide orthodoxa, 4, 14: PG 94 1.157).
2.
Mi venerado predecesor Pío XII en la encíclica Ad coeli Reginam, a la que se
refiere el texto de la constitución Lumen Gentium, indica como fundamento de la
realeza de María, además de su maternidad, su cooperación en la obra de la
redención. La encíclica recuerda el texto litúrgico: «Santa María, Reina del
cielo y Soberana del mundo, sufría junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo»
(MS 46 [1954] 634). Establece, además, una analogía entre María y Cristo, que
nos ayuda a comprender el significado de la realeza de la Virgen. Cristo es rey
no sólo porque es Hijo de Dios, sino también porque es Redentor. María es Reina
no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque, asociada como nueva Eva
al nuevo Adán, cooperó en la obra de la redención del género humano (MS 46
[1954] 635).
En
el evangelio según san Marcos leemos que el día de la Ascensión el Señor Jesús
«fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16, 19). En el
lenguaje bíblico, «sentarse a la diestra de Dios» significa compartir su poder
soberano. Sentándose «a la diestra del Padre», él instaura su reino, el reino
de Dios. Elevada al cielo, María es asociada al poder de su Hijo y se dedica a
la extensión del Reino, participando en la difusión de la gracia divina en el
mundo.
Observando
la analogía entre la Ascensión de Cristo y la Asunción de María, podemos
concluir que, subordinada a Cristo, María es la reina que posee y ejerce sobre
el universo una soberanía que le fue otorgada por su Hijo mismo.
3.
El título de Reina no sustituye, ciertamente, el de Madre: su realeza es un
corolario de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le
fue conferido para cumplir dicha misión.
Citando
la bula Ineffabilis Deus, de Pío IX, el Sumo Pontífice Pío XII pone de relieve
esta dimensión materna de la realeza de la Virgen: «Teniendo hacia nosotros un
afecto materno e interesándose por nuestra salvación ella extiende a todo el
género humano su solicitud. Establecida por el Señor como Reina del cielo y de
la tierra, elevada por encima de todos los coros de los ángeles y de toda la
jerarquía celestial de los santos, sentada a la diestra de su Hijo único,
nuestro Señor Jesucristo, obtiene con gran certeza lo que pide con sus súplicas
maternal; lo que busca, lo encuentra, y no le puede faltar» (MS 46 [1954]
636-637).
4.
Así pues, los cristianos miran con confianza a María Reina, y esto no sólo no
disminuye, sino que, por el contrario, exalta su abandono filial en aquella que
es madre en el orden de la gracia.
Más
aún, la solicitud de María Reina por los hombres puede ser plenamente eficaz
precisamente en virtud del estado glorioso posterior a la Asunción. Esto lo
destaca muy bien san Germán de Constantinopla, que piensa que ese estado
asegura la íntima relación de María con su Hijo, y hace posible su intercesión
en nuestro favor. Dirigiéndose a María, añade: Cristo quiso «tener, por decirlo
así, la cercanía de tus labios y de tu corazón; de este modo, cumple todos los
deseos que le expresas, cuando sufres por tus hijos, y él hace, con su poder
divino, todo lo que le pides» (Hom 1: PG 98, 348).
5.
Se puede concluir que la Asunción no sólo favorece la plena comunión de María
con Cristo, sino también con cada uno de nosotros: está junto a nosotros,
porque su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro itinerario terreno
diario. También leemos en san Germán: «Tú moras espiritualmente con nosotros, y
la grandeza de tu desvelo por nosotros manifiesta tu comunión de vida con nosotros»
(Hom 1: PG 98, 344).
Por
tanto, en vez de crear distancia entre nosotros y ella, el estado glorioso de
María suscita una cercanía continua y solícita. Ella conoce todo lo que sucede
en nuestra existencia, y nos sostiene con amor materno en las pruebas de la
vida.
Elevada
a la gloria celestial, María se dedica totalmente a la obra de la salvación
para comunicar a todo hombre la felicidad que le fue concedida. Es una Reina
que da todo lo que posee compartiendo, sobre todo, la vida y el amor de Cristo.
Catequesis de
San Juan Pablo II
Audiencia
General de los Miércoles, 23 de julio de 1997.
Para rezar
Reina
del Cielo
Reina
del Cielo alégrate, aleluya,
porque aquél a quien mereciste llevar, aleluya,
resucitó como lo dijo, aleluya, aleluya, aleluya.
Gózate y alégrate Virgen María, aleluya
porque el Señor verdaderamente resucitó,
aleluya, aleluya, aleluya.
porque aquél a quien mereciste llevar, aleluya,
resucitó como lo dijo, aleluya, aleluya, aleluya.
Gózate y alégrate Virgen María, aleluya
porque el Señor verdaderamente resucitó,
aleluya, aleluya, aleluya.
O de la feria
Muchos son los
llamados, pero pocos son elegidos
Lectura
del libro de los Jueces 11, 29-39a
El
espíritu del Señor descendió sobre Jefté, y este recorrió Galaad y Manasés,
pasó por Mispá de Galaad y desde allí avanzó hasta el país de los amonitas.
Entonces hizo al Señor el siguiente voto: «Si entregas a los amonitas en mis
manos, el primero que salga de la puerta de mi casa a recibirme, cuando yo
vuelva victorioso, pertenecerá al Señor y lo ofreceré en holocausto.» Luego
atacó a los amonitas, y el Señor los entregó en sus manos. Jefté los derrotó,
desde Aroer hasta cerca de Minit -eran en total veinte ciudades- y hasta Abel Queramím.
Les infligió una gran derrota, y así los amonitas quedaron sometidos a los
israelitas.
Cuando
Jefté regresó a su casa, en Mispá, le salió al encuentro su hija, bailando al
son de panderetas. Era su única hija; fuera de ella, Jefté no tenía hijos ni hijas.
Al verla, rasgó sus vestiduras y exclamó: « ¡Hija mía, me has destrozado!
¿Tenías que ser tú la causa de mi desgracia? Yo hice una promesa al Señor, y
ahora no puedo retractarme.»
Ella
le respondió: «Padre, si has prometido algo al Señor, tienes que hacer conmigo
lo que prometiste, ya que el Señor te ha permitido vengarte de tus enemigos,
los amonitas.» Después añadió: «Sólo te pido un favor: dame un plazo de dos
meses para ir por las montañas a llorar con mis amigas por no haber tenido
hijos.»
Su
padre le respondió: «Puedes hacerlo.» Ella se fue a las montañas con sus
amigas, y se lamentó por haber quedado virgen. Al cabo de los dos meses
regresó, y su padre cumplió con ella el voto que había hecho.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
39, 5. 7-8. 9. 10 (R.: cf. 8a y 9a)
R. Aquí
estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
¡Feliz
el que pone en el Señor
toda
su confianza,
y
no se vuelve hacia los rebeldes
que
se extravían tras la mentira! R.
Tú
no quisiste víctima ni oblación;
pero
me diste un oído atento;
no
pediste holocaustos ni sacrificios,
entonces
dije: Aquí estoy. R.
En
el libro de la Ley está escrito
lo
que tengo que hacer:
yo
amo, Dios mío, tu voluntad,
y
tu ley está en mi corazón. R.
Proclamé
gozosamente tu justicia
en
la gran asamblea;
no,
no mantuve cerrados mis labios,
tú
lo sabes, Señor. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Mateo 22, 1-14
Jesús
les habló otra vez en parábolas, diciendo: «El Reino de los Cielos se parece a
un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para
avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir.
De
nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: “Mi
banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores
animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas.” Pero ellos no tuvieron en
cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los
demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.
Al
enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con
aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: “El
banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él.
Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren.”
Los
servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron,
buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.
Cuando
el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el
traje de fiesta. “Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de
fiesta?.” El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias:
“Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto
y rechinar de dientes.”
Porque
muchos son llamados, pero pocos son elegidos.»
Palabra
del Señor.
Para reflexionar
La
historia de Jefté adquiere relevancia por el voto que hizo de sacrificar a
Yahvé una persona humana. Su historia tiene un comienzo penoso, dado que sus
hermanastros no lo dejan compartir su herencia porque era hijo de una
prostituta.
Jefté
huye cuando le dicen que no puede heredar en la casa de su padre y le declaran
la enemistad. Se agrupa con otros desocupados y organiza una banda, de la cual
será el jefe. Sus compatriotas cuando se hallan oprimidos por los amonitas le
ofrecen el mando de las tropas. Es otra historia más de las muchas que hay en
la Biblia, donde el que es injustamente rechazado, desempeña un papel
importante en la vida del pueblo.
Cree
en Yahvé, pero su fe está mezclada con actitudes paganas. Hace un voto que
resulta totalmente irreconciliable con el espíritu de la Alianza: si le da la
victoria, sacrificará la vida de la primera persona que salga a recibirle, a la
vuelta; que resulta ser su hija, una doncella, que no llegará a ser ni esposa
ni madre. Por eso las jóvenes israelitas hicieron cada año unos días de
conmemoración de esa muerte, mostrando así su solidaridad con la hija de Jefté
y la protesta contra esa muerte injusta.
La
triste historia nos puede dar lecciones. Sólo Dios es dueño de la vida y de la
muerte. Hay que rechazar todo «sacrificio de la vida humana». La vida humana se
ha de respetar absolutamente. Y eso desde su inicio hasta el final.
Por
otro lado; aunque la actuación de Jefté no tiene justificación, queda en pie
que, tratándose de cosas buenas, los votos hechos a Dios hay que cumplirlos,
aunque resulten costosos.
***
En
Jerusalén Jesús se enfrenta a la intransigencia de los sacerdotes y los
fariseos. Estos no aceptan las palabras proféticas del Nazareno y se mantienen
en su soberbia religiosa. Jesús siguiendo su particular modo de enseñanza,
propone una parábola. El Reino de los cielos es comparable a un Rey que celebra
el banquete de bodas de su Hijo. Como en la parábola anterior ocupa un lugar
importante la figura de un “hijo”. Habiendo ya avisado previamente a los
invitados, envía sirvientes a concretar la invitación. La negativa de acudir es
total por parte de aquellos, a tal extremo, que uno se fue a su campo, otro a
su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los ultrajaron y los mataron.
Sin embargo, el rechazo fundamenta otra decisión: la salida de los sirvientes
“al extremo de las calles”.
Los
invitados son pordioseros, prostitutas, desempleados, enfermos. Así, los
marginados se convierten en los invitados al banquete del Reino, pero a este
banquete no se puede entrar de cualquier manera, es necesario llevar vestido de
fiesta.
La
intención es clara: el pueblo de Israel ha sido el primer invitado, porque es
el pueblo de la promesa y de la Alianza. Pero se resiste a reconocer en Jesús
al Mesías, no sabe aprovechar la hora de la gracia. Y entonces Dios invita a
otros al banquete que tiene preparado. Cuando Mateo escribe el evangelio,
Jerusalén ya ha sido destruida y van entrando pueblos paganos en la Iglesia.
De
esta forma, se afirma la invitación universal a la salvación del mensaje de
Jesús, que supera los límites de todo particularismo. La invitación no tiene
límites de nacionalidad, raza ni de comportamiento ético como se muestra en
que, entre los reunidos, se encuentran “malos y buenos”.
De
nuevo se trata de la gratuidad de Dios a la hora de su invitación a la fiesta.
Pero
no basta con entrar en la fiesta, hay que llevar el “traje de boda”; se
requiere una actitud coherente con la invitación, para no ser echado a las
tinieblas. La exclusión del hombre “sin traje de fiesta”, sirve como
advertencia a cada miembro comunitario, sobre la coherencia de su actuación
para permanecer en el banquete.
Dios
sueña en una fiesta universal para la humanidad. Jesús compara la fiesta, la
boda y el banquete con la boda de Dios con la humanidad; es la boda de Cristo
con su Iglesia. Dios casa a su Hijo con la humanidad, y el Padre es feliz de
ese amor de su Hijo.
El
sentido de la vida del hombre, alcanzar la plenitud, está en su “relación” con
Dios, en amar a un Dios que nos amó primero. Y cada uno está invitado a
responder a ese amor. Todos los amores verdaderos de la tierra son imagen,
preparación y signo de ese amor profundo y gratuito a la vez, portador de una
mayor plenitud.
Dios
quiere salvar a todos los hombres, Dios nos invita a todos. La Iglesia,
comunidad con mezcla de toda clase de razas y de condiciones sociales, pueblo
de puros y de santos, pueblo de malos y de pecadores, cizaña y buen trigo está
llamada a ser instrumento de salvación para todos.
Llevar
el “traje”: para entrar en el Reino, en el lenguaje de San Pablo es “revestirse
de Cristo”. La salvación no es automática: hay que ir correspondiendo al don de
Dios.
No
basta entrar en la Iglesia, o pertenecer a una familia cristiana o a una
comunidad religiosa. Se requiere una conversión y una actitud de fe coherente
con la invitación: Jesús pide a los suyos, no sólo palabras, sino obras, y una
«justicia» mayor que la de los fariseos.
El
vestido de fiesta es el cambio de mentalidad, la conversión necesaria para
entrar en la dimensión novedosa y gozosa del Reino. La nueva mentalidad que se
apoya en la gratuidad del amor de Dios, y por lo tanto en el amor sin límites a
los hermanos. Es en lo que Jesús quiere formar a sus discípulos. Sin este
cambio, es imposible participar del Reino.
Para discernir
¿Me
siento invitado a la fiesta de Dios? ¿Acepto y me dejo “revestir” cada día?
¿Qué
cambio de mentalidad, qué incoherencias soy invitado/a a convertir en este
tiempo de mi vida?
¿Escucha
mi corazón el llamado a ir al “extremo de las calles” a buscar a otros?
Repitamos a lo largo de este día
Dichosos
los invitados al banquete de bodas del Cordero
Para la lectura espiritual
…”En
nuestros días lleva una vida dura el ángel del nuevo arranque. La atmósfera que
se respira en nuestra época no es la del nuevo arranque, como sucedía, por
ejemplo, cuando en los años sesenta, gracias sobre todo al Concilio Vaticano
II, estaba difundida en la sociedad y en la Iglesia la sensación de un nuevo
comienzo. Hoy, la atmósfera dominante es más bien la de la resignación, la de
la autocompasión, la de la depresión, la del lloriqueo. Estamos inclinados a
lamentarnos porque todo es difícil y no hay nada que hacer.
Por
eso, precisamente hoy, tenemos necesidad del ángel del nuevo arranque.
Necesitamos que nos dé esperanza para nuestro tiempo. Necesitamos que nos haga
partir para nuevas orillas. Necesitamos, por último, que nos haga capaces de
incitarnos en el viaje, a fin de que puedan florecer nuevas perspectivas
asociativas, nuevas posibilidades de relación con la creación y una nueva
fantasía tanto en la política como en la economía.
Por
estas razones es preciso abandonar ciertas representaciones demasiado
estructuradas e imágenes endurecidas. Hay que hacer saltar los bloqueos
interiores, hay que suprimir una cierta discreción, es preciso abandonar las
costumbres antiguas y las seguridades patrimoniales: todo eso abre la
posibilidad de encaminarse hacia nuevos modos de vida hacia nuevas estaciones
de la vida, más allá de nuestras dudas -porque no sabemos adónde nos conducirá
este camino-. Tenemos, pues, como los israelitas, necesidad de un ángel que nos
dé el coraje de ponernos en marcha, que levante su bastón sobre el mar Rojo de
nuestra angustia, a fin de que podamos avanzar confiados y seguros a través de
las olas de nuestra vida”…
Anselm Grün,
Cincuenta ángeles para comenzar el año,
Sígueme, Salamanca
1999.
Para rezar
Hoy
es fiesta
Vayamos
y digamos que hoy es fiesta,
que
Cristo resucitado camina con nosotros
y
la fiesta está dispuesta.
Vayamos
y digamos por las calles,
las
plazas y los mercados,
por
caminos y veredas
que
Cristo resucitado camina con nosotros
Que
el amor, como sol brilla.
Digámoslo
de puerta en puerta.
Digámoslo
que no hay nada igual,
que
la muerte está bien muerta
y
la vida camina hacia adelante.
Vayamos
y digamos por las calles,
a
los niños y a los ancianos.
al
que es joven o maduro,
que
Jesús está a su lado.
Que
Dios ya no está en los cielos.
Que
ha bajado de las nubes,
que
ahora vive en nuestros ojos
y
nuestros rostros asume.
Que
Dios marcha por delante,
que
nos invita a la danza,
que
es un viento irresistible…
Vayamos
a encender la esperanza.
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