10 de agosto de 2019

10 de agosto de 2019 – TO - SÁBADO DE LA XVIII SEMANA

10 de agosto - San Lorenzo, diácono y mártir (F)

Si muere da mucho fruto

Lectura de la segunda carta del apóstol San Pablo
a los Corintios 9,6-10

Hermanos:
Sepan que el que siembra mezquinamente, tendrá una cosecha muy pobre; en cambio, el que siembra con generosidad, cosechará abundantemente.
Que cada uno dé conforme a lo que ha resuelto en su corazón, no de mala gana o por la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría.
Por otra parte, Dios tiene poder para colmarlos de todos sus dones, a fin de que siempre tengan lo que les hace falta, y aún les sobre para hacer toda clase de buenas obras.
Como dice la Escritura: El justo ha prodigado sus bienes: dio a los pobres y su justicia permanece eternamente.
El que da al agricultor la semilla y el pan que lo alimenta, también les dará a ustedes la semilla en abundancia, y hará crecer los frutos de su justicia. 
Palabra de Dios

SALMO    Sal 112(111) ,1-2.5-6.7-8.9. 
R.    Feliz el hombre que siempre camina en la ley de Dios.

Feliz el hombre que teme al Señor
y se complace en sus mandamientos.
Su descendencia será fuerte en la tierra:
la posteridad de los justos es bendecida. R.

Dichoso el que se compadece y da prestado,
y administra sus negocios con rectitud.
El justo no vacilará jamás,
su recuerdo permanecerá para siempre. R.

No tendrá que temer malas noticias:
su corazón está firme, confiado en el Señor.
Su ánimo está seguro, y no temerá,
hasta que vea la derrota de sus enemigos. R.

El da abundantemente a los pobres:
su generosidad permanecerá para siempre,
y alzará su frente con dignidad. R.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según San Juan 12,24-26

Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.
El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.
El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. 
Palabra del Señor.

Para reflexionar

En la metáfora del grano de trigo que muere en la tierra, la muerte, es la condición para que se libere toda la energía vital que la semilla contiene, y la vida allí encerrada, se manifieste plenamente. Con esta metáfora, Jesús afirma que el hombre no produce vida sin dar la propia. Amar es darse sin escatimar, hasta desaparecer, si es necesario.
Solamente el don total libera las capacidades del hombre. Esta muerte no es un suceso aislado, sino la culminación de un proceso de donación de sí mismo. La fecundidad no depende de la transmisión de una doctrina, sino de una muestra extrema de amor. La vida es fruto del amor y no brota si el amor no es pleno, si no llega al don total.
Jesús va a entregarse por los demás, es solidario con los necesitados y por ellos ha aceptado la muerte y prevé ya el fruto. Dar la propia vida es condición para la fecundidad, es la suprema medida del amor. Tal decisión no es una pérdida para el hombre, sino una máxima ganancia; no significa frustrar la propia vida, sino llevarla a su completo éxito. “El que se ama a sí mismo pierde su vida, pero el que ofrece su vida por los demás la salvará”. El temor a perder la vida es el gran obstáculo al compromiso por los demás, porque el amor a la propia vida lleva a todas las abdicaciones, a la injusticia, al silencio cómplice ante la realidad.
Cuando uno teme morir, puede encontrar serios obstáculos en su forma de amar. La fecundidad viene del amor verdadero, que Dios ha infundido en nuestros corazones. El verdadero discípulo de Jesús debe seguirlo a Él hacia su glorificación en Dios, sabiendo que, sin miedo a los riesgos, sin miedo a las amenazas de quienes quieran silenciar al enviado de Dios, debe incluso afrontar la propia muerte como un signo de amor fecundo; que haga brotar en uno mismo y en los demás, la vida eterna.
El que ofrece su vida por los demás: ama de verdad, se olvida del propio interés y seguridad, lucha por la vida, la dignidad y la libertad, en medio de una sociedad donde reina la muerte.

Para discernir

¿A qué conversión en mi amor, en mi entrega, en mi fecundidad me invita esta palabra?
¿Qué miedos son obstáculo para mi vida de discípulo/a?
¿Me fío del Señor como el único capaz de colmar mi plenitud?

Repitamos a lo largo de este día

Que sea generoso y alegre Señor

Para la lectura espiritual

«Si muere, da mucho fruto»

…”Cuando san Lorenzo vio que llevaban al obispo Sixto al martirio, se puso a llorar. No fue el sufrimiento de su obispo lo que le hizo derramar lágrimas sino el hecho de que fuera al martirio sin él. Por eso lo interpeló con estas palabras: « ¿Dónde vas, Pedro, sin tu hijo? ¿Hacia dónde te apresuras a ir sin tu diácono? ¡Tú tenías la costumbre de jamás ofrecer el sacrificio sin ministro!… Da, pues, prueba de que has escogido a un buen diácono: aquél a quien has encomendado el ministerio de la sangre del Señor, aquél con quien compartes los sacramentos ¿rechazarás comulgar con él el sacrifico de la sangre?»…
El papa Sixto respondió a Lorenzo: «No es verdad que me olvido de ti, hijo mío, ni te abandono, sino que te dejó para que sostengas más grandes combates. Soy viejo y no puedo sostener más que una ligera lucha, pero tú eres joven y te queda mantener un triunfo mucho más grande y glorioso contra el tirano. Muy pronto vendrás, seca tus lágrimas. Dentro de tres días, tú me seguirás…»
Tres días después Lorenzo fue arrestado. Se le pide que traiga los bienes y los tesoros de la Iglesia. Y promete obedecer. Al día siguiente lleva consigo a los pobres. Le preguntan dónde están los tesoros que debía llevarles. Les enseña los pobres diciendo: «Aquí tenéis los tesoros de la Iglesia. ¿Qué mejores tesoros tendría Cristo sino aquellos de quien dijo: ‘Lo que hagáis a uno de estos pequeños, me lo hacéis a mí’?» (Mt 25,40). Lorenzo mostró estos tesoros y venció porque el perseguidor no tenía ningún deseo de quitárselos. Pero, furioso, lo hizo quemar vivo”…

San Ambrosio (hacia 340-397) obispo de Milán y doctor de la Iglesia –
de los Oficios de los ministros I, 84; II, 28; PL 16,84

Para rezar

Padre, me abandono en tus manos
haz de mí lo que quieras.
Hagas lo que hagas, te lo agradezco.
Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo.
Hágase tu voluntad en mí
y en todas las criaturas.
Esto es todo lo que quiero, Señor.
En tus manos, Señor, encomiendo mi alma.
Te lo agradezco con todo el amor de mi corazón
porque te quiero, Señor.
No puedo menos de ofrecerme a mí mismo,
de entregarme en tus manos,
sin reservas y con ilimitada confianza,
porque tú eres mi Padre.

Carlos de Foucauld

Oremos

Dios nuestro, que inflamaste con el fuego de tu amor a San Lorenzo, para que brillara por la fidelidad a su servicio diaconal y por la gloria de un heroico martirio, haz que nosotros te amemos siempre como él te amó y practiquemos lo que él enseñó. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.


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