8 de mayo de 2018


8 de mayo de 2028 - Martes de la semana VI de Pascua

8 de mayo – Ntra. Sra de Luján (S)

Aquí tienes a tu hijo. Aquí tienes a tu Madre

Lectura del libro del profeta Isaías:    35, 1-6a.10

¡Regocíjense el desierto y la tierra reseca, alégrese y florezca la estepa! ¡Sí, florezca como el narciso, que se alegre y prorrumpa en cantos de júbilo! Le ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón. Ellos verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios.
Fortalezcan los brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes; digan a los que están desalentados: « ¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios! Llega la venganza, la represalia de Dios: él mismo viene a salvarlos.»
Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos; entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo. Porque brotarán aguas en el desierto y torrentes en la estepa; el páramo se convertirá en un estanque y la tierra sedienta en manantiales; la morada donde se recostaban los chacales será un paraje de caña y papiros. 
Palabra de Dios.

SALMO     Lc 1, 46-48. 49-50. 51-53. 54-55 (R.: cf. 49) 
R.    El Señor hizo en mí maravillas: ¡gloria al Señor!

«Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador,
porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora.
En adelante todas las generaciones me llamarán feliz. R.

Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas:
¡su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de generación en generación
sobre aquellos que lo temen. R.

Desplegó la fuerza de su brazo,
dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono
y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos vacías. R.

Socorrió a Israel, su servidor,
acordándose de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abraham
y de su descendencia para siempre.» R.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Efeso    1, 3 – 14

Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor.
Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido.
En él hemos sido constituidos herederos, y destinados de antemano -según el previo designio del que realiza todas las cosas conforme a su voluntad- a ser aquellos que han puesto su esperanza en Cristo, para alabanza de su gloria. 
Palabra de Dios.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Juan    19, 25-27

Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo.» Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre.»
Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa. 
Palabra del Señor.

Para reflexionar

El Señor dirige su palabra a estos testigos fieles y silenciosos que permanecen al pie de la cruz: María y Juan que lo observan con dolorosa atención. Jesús mirando a la Madre le dice: “Mujer, he aquí a tu hijo”. Jesús le encomienda la nueva misión de extender su maternidad a todos los hombres representados por Juan.
En el momento oportuno, cuando Jesús llega a su máxima entrega, María está a la altura del Amor de su Hijo y se entrega plenamente a la voluntad de Dios sobre los hombres, y por eso se le encarga la maternidad de todos los hombres.
Esta nueva maternidad de María, engendrada por la fe, es fruto del nuevo amor que maduró en ella definitivamente al pie de la cruz. La esperanza de María al pie de la cruz encierra una luz más fuerte que la oscuridad que reina en los que lo llevaron a la cruz. Al pie de la cruz nace la esperanza de la Iglesia y de la humanidad.
Esta es la gran herencia que Cristo concede desde la Cruz a la humanidad. Es como una segunda Anunciación para María. Hacía más de treinta años que el ángel la invitaba a entrar en los planes salvadores de Dios. Ahora, es su propio Hijo el que le anuncia la nueva tarea. María desde ese momento es la Madre por excelencia. María Madre de Dios, Madre de Cristo, Madre de los hombres. Esta nueva maternidad agranda su corazón, aún más, hasta límites insospechados. Jesús entrega a su Madre como Madre de todos los vivientes: a los solos, a los abandonados, a los desprotegidos, a todos los que se harán hijos de Dios por la gracia.
…”Con la maternidad divina, María abrió plenamente su corazón a Cristo y, en él, a toda la humanidad. La entrega total de María a la obra de su Hijo se manifiesta sobre todo, en la participación en su sacrificio. Según el testimonio de san Juan, la Madre de Jesús «estaba junto a la cruz». Por consiguiente, se unió a todos los sufrimientos que afligían a Jesús. Participó en la ofrenda generosa del sacrificio por la salvación de la humanidad. Esta unión con el sacrificio de Cristo dio origen en María a una nueva maternidad. Ella que sufrió por todos los hombres, se convirtió en madre de todos los hombres. Jesús mismo proclamó esta nueva maternidad cuando le dijo desde la cruz: «Mujer, he ahí a tu hijo». Así quedó María constituida madre del discípulo amado y, en la intención de Jesús, madre de todos los discípulos, de todos los cristianos. Esta maternidad universal de María, destinada a promover la vida según el Espíritu, es un don supremo de Cristo crucificado a la humanidad. Al discípulo amado le dijo Jesús: «He ahí a tu madre», y desde aquella hora «la acogió en su casa», o mejor, «entre sus bienes», entre los dones preciosos que le dejó el Maestro crucificado. Las palabras «He ahí a tu madre» están dirigidas a cada uno de nosotros. Nos invitan a amar a María como Cristo la amó, a recibirla como Madre en nuestra vida, a dejarnos guiar por ella en los caminos del Espíritu Santo”… Juan Pablo II
La Virgen en Luján eligió el lugar donde quedarse para siempre junto al pueblo argentino. Desde ahí su maternidad se extendió a todos los argentinos. Ella recoge nuestras súplicas, ella asume los dolores de este pueblo como asumió los de su hijo en la espera confiada de la Pascua. La incesante peregrinación de fieles que hace ya casi cuatro siglos acuden a sus pies la transformaron en nuestra patrona, en nuestra protectora, en nuestra Reina pero sobre todo en nuestra Madre.

Para rezar

María Santísima, Nuestra Señora de Luján,
venimos a tu casa a orar, peregrinos de tu amor materno.
Sólo Dios salva a hombres y pueblos.
Necesitamos dones materiales
y estructuras sociales y políticas,
pero precisamos antes corazones nuevos,
que rechazando la codicia, la ambición y todo pecado,
se vuelvan a Dios y acojan su perdón y su gracia.
Todos somos indigentes espirituales
y especialmente quienes tenemos
la responsabilidad de la dirigencia.
Por todos venimos a implorar tu bondad.
Que tu corazón de Madre lleve al Señor.
Jesús el clamor del pueblo que necesita de tu ternura,
y de la misericordia de tu Hijo.
Venimos con la humildad y la confianza
de tus hijos más pequeños,
en nombre de nuestro pueblo que es el tuyo,
que te honra con la sencillez de su vida
y la dignidad de su sufrimiento.
Pide a tu Hijo, como en Caná,
que tengamos pan para cada mesa,
trabajo para cada mano,
salud para cada familia,
educación para cada niño y cada joven,
esperanza para todos.
Que el Señor nos dé especialmente a los dirigentes,
ojos limpios que permitan reconocernos como pueblo
y nos dé la fuerza y el coraje de la solidaridad fraterna.
Amén

Obispos Argentinos

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