21 de mayo
de 2018 – TO – Semana VII - LUNES
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
María
Madre de la Iglesia
Aquí tienes a tu hijo.
Aquí tienes a tu madre.
Lectura de
los Hechos de los apóstoles 1, 12-14
Después que
Jesús subió al cielo, los Apóstoles regresaron entonces del monte de los Olivos
a Jerusalén: la distancia entre ambos sitios es la que está permitida recorrer
en día sábado. Cuando llegaron a la ciudad, subieron a la sala donde solían
reunirse. Eran Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé, Mateo,
Santiago, hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas, hijo de Santiago. Todos
ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas
mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.
Palabra de
Dios.
SALMO Jdt
13, 18bcde. 19 (R.: 15, 9d)
R. ¡Tú
eres el insigne honor de nuestra raza!
Que el Dios
Altísimo te bendiga, hija mía,
más que a
todas las mujeres de la tierra;
y bendito
sea el Señor Dios,
creador del
cielo y de la tierra. R.
Nunca
olvidarán los hombres
la confianza
que has demostrado
y siempre
recordarán el poder de Dios. R.
EVANGELIO
Lectura del
santo Evangelio según san Juan 19, 25-27
Junto a la
cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de
Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la
madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer,
aquí tienes a tu hijo.»
Luego dijo
al discípulo: «Aquí tienes a tu madre.»
Y desde
aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Palabra del
Señor.
Para reflexionar
María es, el
primer y principal miembro de la Iglesia, nuestra hermana en la fe, y al mismo
tiempo, nuestra Madre. Siendo Madre de Cristo, es Madre de su cuerpo que es la
Iglesia. Siendo madre del que es la cabeza, lo es también de sus miembros los
cuales estamos incorporados a Él por la gracia: «Como la maternidad divina es
el fundamento de la especial relación de María con Cristo y de su presencia en
el plan de salvación obrado por Jesucristo, así también constituye el
fundamento principal de las relaciones de María con la Iglesia, por ser la
Madre de Aquél que estuvo desde el primer instante de la encarnación en su seno
virginal y unió así como Cabeza a su Cuerpo místico, que es la Iglesia. María,
pues, por ser la Madre de Cristo, es también Madre de todos los fieles y los
pastores, es decir, la Iglesia». (Pablo VI, CVII)
El Concilio
Vaticano II, nos dice que María es Madre no sólo de la Cabeza, sino también de
los miembros del Cuerpo místico de Cristo: «Porque cooperó con su caridad a que
los fieles naciesen en su Iglesia» (LG 53). Cooperó en la encarnación y cooperó
también en la cruz, en el momento en el que del Corazón traspasado de Cristo
nacía la familia de los redimidos: «no sin designio divino, estuvo de pie, se
condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció maternalmente a su
sacrificio, consintiendo amorosamente a la inmolación de la víctima que Ella
había engendrado» (LG 58).
Sin negar su
sufrimiento, la actitud de la Virgen María no fue la de una madre que se duele
ante la muerte de su hijo; fue la actitud de una madre, que aún en medio del
dolor, se asocia, se une positivamente al sacrificio, no sólo porque la víctima
inmolada era su propio Hijo, sino porque el amor la lleva a volver a dar su sí
como lo dio el día de la Encarnación.
María es
nuestra Madre porque ha cooperado decisivamente para nuestro nacimiento a la
gracia, pero sobre todo, porque en la medida en que el Espíritu Santo nos
inserta en Cristo, hermanándonos con Él, María nos ama como miembros que somos
de su Cuerpo. Ella no puede dejar de amar con amor maternal a los que están
hermanados con su Hijo por la gracia.
Esta
realidad nos permite tener los mismos sentimientos que Cristo tenía hacia su
Padre del cielo y hacia su Madre terrena. La maternidad de María no viene a
oscurecer en nada la paternidad de Dios, sino que, más bien, llega a
confirmarla, en la medida en que suscita en nosotros una confianza filial,
clave para ser engendrados por Dios. Ella, con su delicadeza y su providencia
maternal, prepara el camino de la mejor manera posible. La maternidad de María
es así para nosotros un puro regalo de Dios.
La vida de
María aquí en la tierra fue una vida empapada de Dios, haciéndose: canto de
glorificación en el magníficat, petición confiada en las bodas de Caná y espera
perseverante con la Iglesia en el cenáculo. Desde entonces hasta nuestros días
es en todo tiempo intercesora para todos los miembros del Cuerpo místico de
Cristo: «No dejó en el cielo su oficio salvador, sino que continúa
alcanzándonos, por su continua intercesión, los dones de salvación. María hace
que la Iglesia se sienta familia (Documento de Puebla 285,287) y hace que el
Evangelio se haga más carne entre nosotros (Documento de Puebla 303). Por su
amor maternal cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten
entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a
la patria feliz. Por eso la bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con
los títulos de abogada, auxiliadora, socorro, mediadora» (LG 62).
María en el
cielo sigue siendo nuestra madre e intercede maternalmente por nosotros. La
intercesión de María es una intervención maternal llena de delicadeza, de
finura, de paciencia, de solicitud, de tacto de Madre, que con su intervención
múltiple va implorando las gracias indispensables. Como Madre de Dios, su
intercesión es poderosa; como Madre nuestra, su intercesión es segura. María,
Madre de la Iglesia, ruega por nosotros.
***
La Iglesia
es semejante en todo a María. Dio a luz a la cabeza de la Iglesia, y ésta engendra
constantemente hijos que forman el cuerpo místico de la cabeza. Engendra y da
a luz sus hijos por medio de la predicación de la palabra y la
administración de los sacramentos. La fuente bautismal es el fecundo seno
materno del que constantemente brotan nuevos hijos. María concibe y da a
luz en el Espíritu Santo; también la Iglesia concibe y da a luz en el Espíritu
Santo. María da a luz para una nueva creación, y la Iglesia da a luz a los
nuevos hombres.
Pero la
relación entre María y la Iglesia va más allá del mero paralelo. Es una
relación de origen, pues los alumbramientos de la Iglesia están condicionados
por el parto de María. Lo nacido de María vino al mundo como cabeza de una
nueva humanidad. Su parto está ordenado a los alumbramientos de la Iglesia,
como la cabeza al cuerpo.
A la
inversa, los partos de la Iglesia se reflejan en el de María, consuman en
cierto sentido lo que comenzó por aquél. De esa manera, el parto de María
y los de la Iglesia forman un todo único. María tiene en esto importancia
fundamental.
Para discernir
¿Mi relación
con la Virgen María se limita a simple piedad?
¿Experimento
su materna protección?
¿Me confío a
su intercesión?
Repitamos a lo largo de este
día
…Aquí tienes
a tu hijo…
Para la lectura espiritual
…”El título
de «Madre de la Iglesia», aunque se ha atribuido tarde a María, expresa la
relación materna de la Virgen con la Iglesia, tal como la ilustran ya algunos
textos del Nuevo Testamento.
María, ya
desde la Anunciación, está llamada a dar su consentimiento a la venida del
reino mesiánico, que se cumplirá con la formación de la Iglesia.
María en
Caná, al solicitar a su Hijo el ejercicio del poder mesiánico, da una
contribución fundamental al arraigo de la fe en la primera comunidad de los
discípulos y coopera a la instauración del reino de Dios, que tiene su «germen»
e «inicio» en la Iglesia (cf. Lumen gentium, 5).
En el
Calvario María, uniéndose al sacrificio de su Hijo, ofrece a la obra de la
salvación su contribución materna, que asume la forma de un parto doloroso, el
parto de la nueva humanidad.
Al dirigirse
a María con las palabras «Mujer, ahí tienes a tu hijo», el Crucificado proclama
su maternidad no sólo con respecto al apóstol Juan, sino también con respecto a
todo discípulo. El mismo Evangelista, afirmando que Jesús debía morir «para
reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11, 52), indica en
el nacimiento de la Iglesia el fruto del sacrificio redentor, al que María está
maternalmente asociada”…
De la Catequesis de San Juan Pablo
II.
Audiencia general de los
miércoles - 17 de septiembre de 1997
Para rezar
Oración a María Madre de la
Iglesia
María, tus hijos llenos de gozo,
Te proclamamos por siempre
bienaventurada
Tú aceptaste gozosa la invitación
del Padre
para ser la Madre de su Hijo.
Con ello nos invitas a descubrir
la alegría del amor y la
obediencia a Dios.
Tú que acompañaste hasta la cruz
a tu Hijo,
danos fortaleza ante el dolor
y grandeza de corazón
para amar a quienes nos ofenden.
Tú al unirte a la oración de los
discípulos,
esperando el Espíritu Santo,
te convertiste en modelo
de la Iglesia orante y misionera.
Desde tu asunción a los Cielos,
proteges los pasos de quienes
peregrinan.
guíanos en la búsqueda
de la justicia, la paz y la
fraternidad.
María gracias por tenerte como
Madre.
Amén.
El 21 de noviembre de 1964, al terminar la tercera sesión del Concilio
Vaticano II, el Papa Pablo VI declaró a María Santísima “Madre de la Iglesia,
esto es, de todo el pueblo cristiano, que la llama Madre amorosa”.
A partir de entonces, muchas iglesias particulares y familias
religiosas empezaron a venerar a la Santísima Virgen con este título.
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