28 de abril
de 2018 - Sábado de la semana IV de Pascua
El que me ha visto ha visto al Padre
Lectura de los Hechos de los
Apóstoles 13, 44-52
Casi toda la ciudad se reunió el sábado
siguiente para escuchar la Palabra de Dios. Al ver esa multitud, los judíos se
llenaron de envidia y con injurias contradecían las palabras de Pablo.
Entonces Pablo y Bernabé, con gran
firmeza, dijeron:
«A ustedes debíamos anunciar en primer
lugar la Palabra de Dios, pero ya que la rechazan y no se consideran dignos de
la Vida eterna, nos dirigimos ahora a los paganos. Así nos ha ordenado el
Señor: Yo te he establecido para ser la luz de las naciones, para llevar la
salvación hasta los confines de la tierra.»
Al oír esto, los paganos, llenos de
alegría, alabaron la Palabra de Dios, y todos los que estaban destinados a la
Vida eterna abrazaron la fe. Así la Palabra del Señor se iba extendiendo por
toda la región.
Pero los judíos instigaron a unas
mujeres piadosas que pertenecían a la aristocracia y a los principales de la
ciudad, provocando una persecución contra Pablo y Bernabé, y los echaron de su
territorio. Estos, sacudiendo el polvo de sus pies en señal de protesta contra
ellos, se dirigieron a Iconio.
Los discípulos, por su parte, quedaron
llenos de alegría y del Espíritu Santo.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 97, 1.
2-3ab. 3cd-4 (R.: 3cd)
R. Los confines
de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios.
Canten al Señor un canto nuevo,
porque él hizo maravillas:
su mano derecha y su santo brazo
le obtuvieron la victoria. R.
El Señor manifestó su victoria,
reveló su justicia a los ojos de las
naciones:
se acordó de su amor y su fidelidad
en favor del pueblo de Israel. R.
Los confines de la tierra han
contemplado
el triunfo de nuestro Dios.
Aclame al Señor toda la tierra,
prorrumpan en cantos jubilosos. R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Juan 14, 7-14
Jesús dijo a sus discípulos:
«Si ustedes me conocen, conocerán
también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto.»
Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al
Padre y eso nos basta.»
Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto
tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha
visto al Padre. ¿Cómo dices: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en
el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre
que habita en mí es el que hace las obras.
Créanme: yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras.
Les aseguro que el que cree en mí hará
también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. Y yo
haré todo lo que ustedes pidan en mi Nombre, para que el Padre sea glorificado
en el Hijo. Si ustedes me piden algo en mi Nombre, yo lo haré.»
Palabra del Señor.
Para
reflexionar
El sábado que siguió a la predicación
de Pablo en la sinagoga de Antioquía de Pisidia casi toda la ciudad se congregó
para oír la palabra de Dios. Ocho días después, la buena noticia del Evangelio
había recorrido toda la ciudad. Los judíos al ver lo que sucedía se llenaron de
envidia y contradecían con blasfemias todo lo que Pablo anunciaba.
Los apóstoles, después de haber
predicado primero a los judíos en las sinagogas, se verán obligados a dirigirse
a los gentiles en los que encontraron oyentes mejor dispuestos. El pueblo de la
antigua alianza había sido elegido primero, pero por esto no podían pretender
monopolizar la salvación de Dios. Su elección era sólo el inicio de algo que
tenía que extenderse a todos los pueblos.
El Dios creador del cielo y de la
tierra ama a todos los hombres y quiere que todos se salven. Pablo y Bernabé
llevan adelante algo que repetirán en muchas ciudades: si son rechazados por
los judíos, van a predicar a los paganos. Siempre siguen el mismo orden:
«anuncian primero la Palabra de Dios a los judíos, pero cuando la rechazan, se
dedican a los gentiles». Esto era para lo que Dios había elegido
particularmente a Pablo.
Al oír esto, los paganos se alegraron y
glorificaban a Dios. Sin embargo los judíos incitaron a algunos notables del
país y promovieron una persecución contra Pablo y Bernabé; estos sacudiendo
ante ellos el polvo de sus pies, se fueron a Iconio.
***
En el momento de la partida de Jesús de
este mundo al Padre, el anhelo profundo y escondido de todo hombre de querer
ver al Padre aparece en los labios de Felipe. En el evangelio nos encontramos
con la médula de la revelación que Jesús hace de su propia persona y de su
relación con el Padre. Los apóstoles creen que podrían ver al Padre como ven al
Hijo. El Padre no es accesible a las miradas, sino a la contemplación, y esta
se apoya en el signo por excelencia que es mismo Hijo y sus obras.
La pregunta de Felipe conduce a Jesús a
la afirmación decisiva de que Él está en el Padre y el Padre en Él y que Él
mismo hace las obras del Padre. Al Padre nadie lo ha visto: pero el que ha
visto a Jesús, ya ha visto al Padre.
El que cree y acepta a Cristo, ha
creído y aceptado al mismo Dios. Jesús es la puerta, el camino, la luz, y en él
tenemos acceso a Dios Padre. También la fecundidad de nuestra oración queda
asegurada al pedir “en el nombre de Jesús”. Pedir “en el nombre de Jesús”
equivale, efectivamente, a pedir la presencia de Cristo en el actuar humano, a
fin de que sea verdaderamente signo de la presencia de Dios.
Tenemos en Jesús al mediador más
eficaz: su unión íntima con el Padre hará, si nosotros estamos unidos a Él, que
nuestra oración sea siempre escuchada.
El conocimiento que pide Jesús a Felipe
significa pasar de una lógica, racional y fría, a tener ojos para la realidad
interior. Esta es la mirada de fe que pide Jesús a Felipe. Dios no es algo que
está arriba, ni abajo; está entre los hombres y se llama Jesús.
Jesús es el rostro del Padre, la imagen
acabada del Padre. Está entre nosotros, acompaña nuestra existencia, vela por
nuestra vida, tiene compasión de los enfermos, atiende a los pobres. Sus
predilectos son los excluidos, los pecadores, los menospreciados de la
sociedad. Va en busca de la oveja descarriada a la que trae sobre los hombros.
Jesús, el rostro del Padre, nos da
esperanza a los hombres de que un día, después de haber caminado en esta
tierra, se nos regalará la vida definitiva en Dios.
Donde hay hombres y mujeres que tienen
la mirada limpia y el corazón abierto para recibir a sus hermanos, donde hay
alguien que ama y anda por un camino que le puede costar su tranquilidad por
vivir a favor de sus hermanos, donde existen hombres que no se preocupan
obsesivamente del mañana porque viven en las manos del Padre, allí está Dios.
Dios anda entre las cosas de esta vida y está hablando: hay que saber
escucharlo.
A través de Jesús, el amor del Padre
seguirá manifestándose en la ayuda a los discípulos para su misión. Esa es
nuestra certeza más profunda y la fuente de todo gozo a pesar de las
dificultades y persecuciones.
Para
discernir
¿Qué rostro de Dios ando buscando?
¿Qué rostro de Jesús me revela el rostro
de Dios?
¿Cuáles son los signos que hacen
creíble mi amor?
Repitamos a
lo largo de este día
Muéstrame, Señor, tus caminos
Para la
lectura espiritual
…Te revelaste, Señor, como invisible;
eres un Dios escondido e inefable. Pero te haces visible en cada ser: la
criatura es la flor de tu mirada. Tu mirada confiere el ser, Dios mío, tú te
haces visible en la criatura.
Soy incapaz de darte un nombre, estás
más allá del límite de toda definición humana. Socorre a los hijos de los
hombres: ellos te veneran en figuras diferentes y eres para ellos causa de
guerras religiosas. Sin embargo, ellos te desean, Bien único, oh Inefable y Sin
Nombre.
No sigas oculto aún, manifiesta tu
rostro: así seremos salvos. Responde a nuestra oración: desaparecerán la espada
y el odio, encontraremos la unidad en la diversidad. Aplácate, Señor, tu
justicia es misericordia: ten piedad de nosotros, frágiles criaturas…
Nicolás de Cusa, cit. en G. Vannucci, 11 Libro de
la oración universal, Florencia, 1985, p. 367.
Para rezar
Ante ti, Señor
Jesús,
Estar aquí, ante Tí, y ya está todo,
Cerrar los ojos de mi cuerpo
Cerrar los ojos de mi alma
y quedarme así, inmóvil, silencioso,
abrirme ante tí, que estás abierto a mí.
estar presente ante tí, el infinito presente.
Yo acepto, Señor, este no sentir nada,
no ver nada,
no oír nada,
vacío de toda idea,
de toda imagen,
en la noche.
Heme aquí simplemente
para encontrarte sin obstáculo
en el silencio de la Fe,
ante Tí, Señor.
Amén.
Michel Quoist
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