3 de marzo de 2018



Arrojarás en lo más profundo del mar nuestros pecados

Lectura de la profecía de Miqueas    7, 14-15. 18-20

Apacienta con tu cayado a tu pueblo, al rebaño de tu herencia, al que vive solitario en un bosque, en medio de un vergel. ¡Que sean apacentados en Basán y en Galaad, como en los tiempos antiguos! Como en los días en que salías de Egipto, muéstranos tus maravillas.
¿Qué dios es como tú, que perdonas la falta y pasas por alto la rebeldía del resto de tu herencia? El no mantiene su ira para siempre, porque ama la fidelidad.
El volverá a compadecerse de nosotros y pisoteará nuestras faltas. Tú arrojarás en lo más profundo del mar todos nuestros pecados. Manifestarás tu lealtad a Jacob y tu fidelidad a Abraham, como lo juraste a nuestros padres desde los tiempos remotos. 
Palabra de Dios.

SALMO    Sal 102, 1-2. 3-4. 9-10. 11-12 (R.: 8a) 
R.    El Señor es bondadoso y compasivo.

Bendice al Señor, alma mía,
que todo mi ser bendiga a su santo Nombre;
bendice al Señor, alma mía,
y nunca olvides sus beneficios. R.

El perdona todas tus culpas
y cura todas tus dolencias;
rescata tu vida del sepulcro,
te corona de amor y de ternura. R.

No acusa de manera inapelable
ni guarda rencor eternamente;
no nos trata según nuestros pecados
ni nos paga conforme a nuestras culpas. R.

Cuanto se alza el cielo sobre la tierra,
así de inmenso es su amor por los que lo temen;
cuanto dista el oriente del occidente,
así aparta de nosotros nuestros pecados. R.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Lucas    15, 1-3. 11b-32

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos.» Jesús les dijo entonces esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte de herencia que me corresponde.” Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.
Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.
Entonces recapacitó y dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!” Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: “Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros.”
Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: “Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo.”
Pero el padre dijo a sus servidores: “Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado.” Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso.
Él le respondió: “Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo.”
El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: “Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!”
Pero el padre le dijo: “Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado.”» 
Palabra del Señor.

Para reflexionar

Con el texto de hoy termina el libro de Miqueas. El profeta habla para alentar al pueblo y estimularlo a mantener firme su fe en Yahvé. Suplica a Dios que no abandone a su pueblo, sino que realice en él las promesas, de manera que Israel, ahora triste y abatido, pueda rehacer su vida. En la segunda parte de la lectura, el profeta se llena de gozo pensando en el futuro perdón de Dios, como garantía de las promesas que se van obrando entre los altibajos de la historia humana.
Desde una imagen rural y poética de las ovejas perdidas en el monte bajo, que esperan que vaya el pastor a liberarlas y conducirlas a los verdes pastizales, nos va revelando el sentir de Dios.
El pasado es garante del presente. Lo que Dios hizo antaño es garantía de lo que continuará haciendo.
***
En el evangelio, con la narración de la parábola del «padre que recibe al hijo que vuelve» se marca una continuidad de los sentimientos de Dios que aparecen en el Antiguo Testamento.
La parábola presenta toda la riqueza del amor y de la misericordia de Dios: el Padre está siempre dispuesto a acoger sin reservas, a todos los hombres que quieran ponerse en sus manos. Creer por nuestra autosuficiencia que somos capaces de salvarnos nosotros solos, es la única barrera que impide la realización de este amor de Dios.
El Padre no desespera jamás de sus hijos; constituye el centro de la parábola, y es lo que Jesús nos invita a contemplar.
Un padre respetuoso de la libertad y de la autonomía de sus dos hijos, con dolor deja partir al menor que le ha pedido parte de su herencia; aún así, mantiene la esperanza de que algún día comprenderá su amor.
Un hijo quiere vivir su vida, se niega a estar sometido, cree que será más libre si está totalmente independizado. La rebelión típica de nuestro tiempo y de todos los tiempos: “el rechazo del padre” que lleva al rechazo de Dios. Característica del mundo moderno. El fenómeno global del ateísmo.
Al pasar hambre se arrepiente, se levanta y parte hacia su padre que estando aún lejos, lo vio y corrió a él para abrazarlo. Tanta es la alegría, que manda traer la túnica más bella, un anillo, unas sandalias… hace preparar una fiesta. Es así como el padre acoge al hijo “que vuelve”.
El otro hijo, el que había permanecido en casa fiel a la obediencia, no puede entender esa actitud de perdón y rabioso contra su hermano y resentido contra su mismo padre decide automarginarse.
Jesús le habla a los dirigentes judíos, que lo critican a raíz de que recibe en nombre del Padre, tanto a los pecadores, como a prostitutas, recaudadores de impuestos, etc. Jesús estaba ofreciendo perdón y dando acogida a los que estaban fuera de la ley. Con esto, todos los cumplidores de la Ley, creían que se les quitaba el derecho de precedencia a ellos y a todos los que guardaban celosamente todas las prescripciones legales.
Jesús no cesa de mostrar a los jefes judíos que impedían la participación en el Reino de los declarados pecadores e impuros, que el amor de Dios Padre no discrimina ni excluye a nadie.
Para Jesús la entrada al Reino no tiene límites; porque el Amor del Padre es gratuito y lo da a quien Él quiere y a quien está dispuesto a recibirlo. El perdón y la misericordia es lo que abre las puertas al Reino.
Cuaresma es un tiempo favorable para mirarnos en la actitud de Jesús y en el corazón del Padre. Ellos son el fundamento de nuestro retorno y de nuestra conversión. La enseñanza de Jesús contrasta con muchas de nuestras actitudes. En diversas oportunidades nos volvemos obstáculo para que el perdón y el amor de Dios se realice entre los hombres con los juicios implacables, las condiciones que ponemos para el perdón, despreciando todo lo que se aleja de esa medida.
Tiempo de Cuaresma, oportunidad para vivir la experiencia gozosa de la paternidad de Dios, porque nos sentimos perdonados por Aquel que “es compasivo y misericordioso”. Dios nos recibe siempre y desea que hagamos lo mismo con los demás. Dios nunca se pone contra nosotros, incluso cuando pecamos. Se pone más a nuestro lado, y en contra de todos lo que huele a pecado, a desamor, a injusticia.
El único agradecimiento que quiere es aceptar su amor siendo comprensivos, perdonadores y misericordiosos con nuestros hermanos. Así participaremos y compartiremos con Dios y con los demás la fiesta gozosa del perdón.

Para discernir

¿Percibo a ese Dios Padre Abbá como el hijo menor antes de irse de casa?
¿Lo percibo como el hijo mayor lo percibía, sin esperanza ni alegría?
¿Somos intransigentes e intolerantes como él?

Repitamos a lo largo de este día

…Cambiaste mi luto en danzas…

Para la lectura espiritual

El Dios cristiano es el Dios de la esperanza no sólo en el sentido de que es el Dios de la promesa y por ello fundamento y garantía de la esperanza humana, sino también en el sentido de un Dios que sabe festejar este retorno [...].
La humildad y la esperanza de Dios no dejan de esperar a sus hijos con un amor más fuerte que todo el no-amor con el que puede ser correspondido. Dios ama como sólo una madre sabe amar, con un amor que irradia ternura. El misterio de la maternidad divina es icono de la capacidad de un amor radiante y gratuito, más fiel que cualquier infidelidad humana. Dios espera siempre, humilde y ansioso, el consentimiento de su criatura como —según subraya san Bernardo— hizo con el “sí” de María.
La parábola nos pone ante un padre que no teme perder la propia dignidad, incluso parece ponerla en peligro. La autoridad de un padre no está en las distancias que más o menos mantiene, sino en el amor radiante que
manifiesta [...]. Este es el intrépido amor de Dios: la intrepidez de romper falsas seguridades aparentes, para vivir la única seguridad que es la del amor más fuerte que la del no-amor; la intrepidez de ir al encuentro del otro superando las distancias protectoras que nuestra incapacidad de amor con frecuencia pretende levantar en torno nuestro…

B. Forte, En memoria del Salvador, Cisinello B. 1992, 68s.

Para rezar

Te busco Señor
Mi corazón te busca a ti, Dios mío,
tiene sed y tiene hambre,
y tiene ganas de ti,
como el niño hambriento que busca el pan.
En mi camino muchas veces no te he buscado y me he perdido.
Mi pecado, mi desorden, mi egoísmo
y mi orgullo cegaron la búsqueda.
Mis limitaciones se convirtieron en lágrimas
que mojaron mi pan; y al comerlo
me preguntaba de nuevo: Dónde está Dios?
Manda tu gracia, rompe la dureza de mi corazón;
haz día de mi noche y noche de mi día;
abre mi corazón en plegaria silenciosa
y que llegue a tí con el amor.
Dios de mi vida: quiero tu vida,
necesito tu vida, llena mi vida.
Envíame tu luz y tu verdad, que ellas me guíen;
envíame tu Espíritu que me conduzca
a la verdad plena.
Quiero llegar hasta tu casa y cantarte,
Dios de mi alegría. Te encontraré, te miraré a los ojos,
te alabaré como un niño feliz,
y mi vida se sentirá segura y llena con tu presencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Te invitamos a dejarnos tus comentarios, sugerencias u observaciones. Gracias por hacerlo.