27 de marzo de 2028 - MARTES SANTO
No cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces
Lectura del libro del profeta
Isaías 49, 1-6
¡Escúchenme, costas lejanas, presten atención,
pueblos remotos! El Señor me llamó desde el seno materno, desde el vientre de
mi madre pronunció mi nombre. El hizo de mi boca una espada afilada, me ocultó
a la sombra de su mano; hizo de mí una flecha punzante, me escondió en su
aljaba. El me dijo: «Tú eres mi Servidor, Israel, por ti yo me glorificaré.»
Pero yo dije: «En vano me fatigué, para nada, inútilmente, he gastado mi
fuerza.» Sin embargo, mi derecho está junto al Señor y mi retribución, junto a
mi Dios. Y ahora, ha hablado el Señor, el que me formó desde el seno materno
para que yo sea su Servidor, para hacer que Jacob vuelva a él y se le reúna
Israel. Yo soy valioso a los ojos del Señor y mi Dios ha sido mi fortaleza. El
dice: «Es demasiado poco que seas mi Servidor para restaurar a las tribus de
Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; yo te destino a ser la luz
de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la
tierra.»
Palabra de Dios.
SALMO Sal 70, 1-2. 3-4a.
5-6ab. 15 y 17 (R.: cf. 15)
R. Mi boca anunciará tu
salvación, Señor.
Yo me refugio en ti, Señor,
¡que nunca tenga que avergonzarme!
Por tu justicia, líbrame y rescátame,
inclina tu oído hacia mí, y sálvame. R.
Sé para mí una roca protectora,
tú que decidiste venir siempre en mi ayuda,
porque tú eres mi Roca y mi fortaleza.
¡Líbrame, Dios mío, de las manos del impío! R.
Porque tú, Señor, eres mi esperanza
y mi seguridad desde mi juventud.
En ti me apoyé desde las entrañas de mi madre;
desde el seno materno fuiste mi protector. R.
Mi boca anunciará incesantemente
tus actos de justicia y salvación,
aunque ni siquiera soy capaz de enumerarlos.
Dios mío, tú me enseñaste desde mi juventud,
y hasta hoy he narrado tus maravillas. R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Juan 13, 21-33. 36-38
Jesús, estando en la mesa con sus discípulos, se
estremeció y manifestó claramente: «Les aseguro que uno de ustedes me
entregará.»
Los discípulos se miraban unos a otros, no sabiendo
a quién se refería.
Uno de ellos -el discípulo al que Jesús amaba-
estaba reclinado muy cerca de Jesús. Simón Pedro le hizo una seña y le dijo:
«Pregúntale a quién se refiere.» El se reclinó sobre Jesús y le preguntó:
«Señor, ¿quién es?»
Jesús le respondió: «Es aquel al que daré el bocado
que voy a mojar en el plato.»
Y mojando un bocado, se lo dio a Judas, hijo de
Simón Iscariote. En cuanto recibió el bocado, Satanás entró en él. Jesús le
dijo entonces: «Realiza pronto lo que tienes que hacer.»
Pero ninguno de los comensales comprendió por qué
le decía esto. Como Judas estaba encargado de la bolsa común, algunos pensaban
que Jesús quería decirle: «Compra lo que hace falta para la fiesta», o bien que
le mandaba dar algo a los pobres. Y en seguida, después de recibir el bocado,
Judas salió. Ya era de noche.
Después que Judas salió, Jesús dijo: «Ahora el Hijo
del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido
glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto.
Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero yo
les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: “A donde yo voy, ustedes no
pueden venir”.»
Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿a dónde vas?»
Jesús le respondió: «Adonde yo voy, tú no puedes
seguirme ahora, pero más adelante me seguirás.»
Pedro le preguntó: «¿Por qué no puedo seguirte
ahora? Yo daré mi vida por ti.»
Jesús le respondió: «¿Darás tu vida por mí? Te
aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces.»
Palabra del Señor.
Para
reflexionar
El Siervo, en el segundo «canto» de Isaías es
llamado por Dios desde el seno de su madre con una elección gratuita para que
cumpla su proyecto de salvación.
Dos comparaciones describen al Siervo: será como
una espada, porque tendrá una palabra eficaz, y será como una flecha que el
arquero guarda en su envoltorio, para lanzarla en el momento oportuno. La
misión que Dios le encomienda es, reunir a Israel y ser luz de las naciones
para que la salvación de Dios llegue hasta el confín de la tierra.
En este segundo canto aparece ya la contradicción.
El Siervo, no tendrá éxitos fáciles y sufrirá momentos de desánimo. Lo salvará
la confianza en Dios. Jesús es el verdadero Siervo, luz para las naciones, el
que con su muerte va a reunir a los dispersos, el que va a restaurar y salvar a
todos.
***
En el contexto de esas palabras del profeta, se
entiende el relato del Evangelio de hoy. Jesús anuncia a los discípulos que uno
de ellos lo traicionará. Pero esa traición no será ocasión de muerte sino de
vida. La traición será el momento de la glorificación de Jesús.
La intimidad, la traición instantánea y la traición
diferida, se dan cita en esta cena que anticipa el final. Judas lo traicionará
deliberadamente, participa del alimento del Maestro, pero no comparte su vida,
no resiste la fuerza de su mirada. Por eso “sale inmediatamente”. No sabe y no
puede responder al amor que recibe.
Pedro también lo traicionará; no ha entendido que
quien no se deja amar tampoco puede amar. No comprende el sentido de la muerte
de Jesús. Seguir a Jesús no consiste en dar la vida por Él, sino en darla con
Él. También sus otros seguidores traicionarán su confianza huyendo al verlo
detenido y clavado en la cruz.
Sin embargo, Jesús traicionado permanece fiel.
Abandonado por todos no pierde su confianza en el Padre: «ahora es glorificado
el Hijo del Hombre… pronto lo glorificará Dios».
Jesús entre contradicciones muestra que cuando una
obra está marcada con la justicia del Padre, éste se encargará de no dejarla
morir pese a las amenazas. Es la fe en su Padre lo que lleva a Jesús más allá
de la traición y la derrota.
En la iglesia de Jesús, hay que acostumbrarse a
vivir con la posibilidad de la traición a Jesús y al evangelio. Pero, sobre
todo, no nos extrañemos de que la traición esté rondando nuestra propia casa.
La traición puede generarse en cada uno de nosotros cuando llegamos a olvidar,
lo que motivó cada momento de la vida de Jesús, y lo que lo llevó a la muerte:
el amor a todos los hombres.
A nuestra medida, todos llevamos un Judas dentro.
Aquél que, suponiendo que está cerca, en realidad está lejos… o muy lejos de
Jesús y de su Evangelio. El que, básicamente, traiciona su amistad, su
confianza, su misión. El que se vende al mejor postor porque sólo lo busca por
interés.
También a nuestra medida, todos llevamos un Pedro
dentro. El de las palabras bonitas, pero todavía superficiales. El que se
justifica por pertenecer a un grupo, Iglesia, Parroquia, Congregación,
Movimiento, Grupo, pero en el fondo no vive el amor por todos los hombres.
Tan cerca y tan lejos, Judas, Pedro y los demás
discípulos que lo abandonan; cada uno según su forma representan esa parte de
nosotros que aún necesita convertirse. “Era de noche” dice el Evangelio. Y lo
sigue siendo cuando vivimos ahí, porque estamos hechos para cosas mayores.
Quien quiera seguir a Jesús, se tendrá que
identificar con el amor, pero no un amor de manifestaciones externas que se
agotan, sino un amor como principio e identidad de vida, un amor que no se
agota y que significa entrega, comprensión.
La clave la da “el discípulo que Jesús amaba”,
reclina la cabeza sobre el pecho de Jesús. Es un signo del conocimiento íntimo
y profundo, del amor y la entrega, de la necesidad y la confianza. Ante la
posibilidad de nuestra fragilidad se nos invita a vivir cerca del corazón de
Jesús. Este debe ser también nuestro hogar. Llega la “hora” de Dios, dejémonos
empapar de su eterna ternura y veamos toda la realidad, las personas, los
acontecimientos, con los ojos y el corazón del siervo, que da su vida por todos
y cada uno de los hombres.
Para
discernir
¿Hasta dónde doy mi vida por el Señor?
¿Pretendo méritos personales que justifiquen mi
amistad y el amor de Jesús?
¿Qué significa su pasión?
¿Me dejo salvar por Jesús?
Repitamos a
lo largo de este día
…Dios entregó a su propio Hijo por todos nosotros…
Para la
lectura espiritual
…La miseria del hombre consiste en haber
traicionado a Dios. Ninguna injusticia humana será de verdad reparada hasta que
no se repare esta injusticia con Dios. Nos acusamos unos a otros, y todos somos
culpables. Y los más culpables somos nosotros, los cristianos mediocres.
Siempre deberemos hacer esta confesión, siempre seremos indignos de Cristo.
Pero no es el momento de procesar al hombre cuando Dios agoniza en nuestros
corazones.
Ciertamente, hay necesidades materiales que debemos
satisfacer hoy, pues hay miserias corporales que no pueden demorarse ni una
hora más. Mi intención no es tanto la de atenuar el sentimiento de su urgencia
cuanto demostrar que su existencia proviene de nuestro abandono de Dios y que
su curación se derivará infaliblemente de nuestro retorno a Dios. Lo que
resulta tan grave en la hora presente —y a la vez tan grande— es que todos los
problemas conllevan, de manera muy acuciante, una resonancia mística,
comprometen el Reino de Dios y nos imponen el deber inexorable de ayudar a Dios
crucificado, condenado por nuestro egoísmo y prisionero de su Amor;
compadeciendo su dolor antes de enternecernos por el nuestro, esforzándonos por aliviar la herida que hace derramar sangre a su corazón.
compadeciendo su dolor antes de enternecernos por el nuestro, esforzándonos por aliviar la herida que hace derramar sangre a su corazón.
Ahora es el tiempo de salir a su encuentro en el
camino doloroso al que las culpas humanas le arrastran martirizando su rostro
en el alma pecadora. Es necesario que nuestro corazón se convierta en
sacramento del suyo y que ninguno de nuestros hermanos pueda lamentarse de no
haber encontrado en nosotros su ternura. Entonces disminuirán el dolor y la
sombra que proyecta sobre el rostro del Amor…
M. Zundel, El Evangelio interior, Padua 1991, 54-56.
Para rezar
“No me tienes que dar porque te quiera,
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero, te quisiera”.
“¡Ay!, ¿quién podrá sanarme?
Acaba de entregarte ya de vero;
No quieras enviarme
De hoy, ya más mensajero,
que no saben decirme lo que quiero.
Y todos cuantos vagan
de ti me van mil gracias refiriendo
y todos más me llagan,
y déjanme muriendo,
un no sé qué,
que quedan balbuciendo”.
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