22 de marzo
de 2018 – CUARESMA - Jueves de la semana V
El que es fiel a mi palabra no morirá
Lectura del libro del
Génesis 17, 1-9
Abraham cayó con el rostro en tierra, mientras Dios
le seguía diciendo:
«Esta será mi alianza contigo: tú serás el padre de
una multitud de naciones. Y ya no te llamarás más Abraham: en adelante tu
nombre será Abraham, para indicar que yo te he constituido padre de una
multitud de naciones. Te haré extraordinariamente fecundo: de ti suscitaré naciones,
y de ti nacerán reyes.
Estableceré mi alianza contigo y con tu
descendencia a través de las generaciones. Mi alianza será una alianza eterna,
y así yo seré tu Dios y el de tus descendientes. Yo te daré en posesión
perpetua, a ti y a tus descendientes, toda la tierra de Canaán, esa tierra
donde ahora resides como extranjero, y yo seré su Dios.»
Después, Dios dijo a Abraham: «Tú, por tu parte,
serás fiel a mi alianza; tú, y también tus descendientes, a lo largo de las
generaciones.»
Palabra de Dios.
SALMO Sal 104, 4-5. 6-7. 8-9
(R.: 8a)
R. El Señor se acuerda
eternamente de su alianza.
¡Recurran al Señor y a su poder,
busquen constantemente su rostro;
recuerden las maravillas que él obró,
sus portentos y los juicios de su boca! R.
Descendientes de Abraham, su servidor,
hijos de Jacob, su elegido:
el Señor es nuestro Dios,
en toda la tierra rigen sus decretos. R.
El se acuerda eternamente de su alianza,
de la palabra que dio por mil generaciones,
del pacto que selló con Abraham,
del juramento que hizo a Isaac. R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Juan 8, 51-59
Jesús dijo a los judíos:
«Les aseguro que el que es fiel a mi palabra, no
morirá jamás.»
Los judíos le dijeron: «Ahora sí estamos seguros de
que estás endemoniado. Abraham murió, los profetas también, y tú dices: “El que
es fiel a mi palabra, no morirá jamás.” ¿Acaso eres más grande que nuestro
padre Abraham, el cual murió? Los profetas también murieron. ¿Quién pretendes
ser tú?»
Jesús respondió: «Si yo me glorificara a mí mismo,
mi gloria no valdría nada. Es mi Padre el que me glorifica, el mismo al que
ustedes llaman “nuestro Dios”, y al que, sin embargo, no conocen. Yo lo conozco
y si dijera: “No lo conozco”, sería, como ustedes, un mentiroso. Pero yo lo
conozco y soy fiel a su palabra.
Abraham, el padre de ustedes, se estremeció de
gozo, esperando ver mi Día: lo vio y se llenó de alegría.»
Los judíos le dijeron: «Todavía no tienes cincuenta
años ¿y has visto a Abraham?»
Jesús respondió: «Les aseguro que desde antes que
naciera Abraham, Yo Soy.»
Entonces tomaron piedras para apedrearlo, pero
Jesús se escondió y salió del Templo.
Palabra del Señor.
Para
reflexionar
El Libro de Génesis nos presenta la alianza que
Dios establece con Abraham. Una alianza perpetua. Los verdaderos descendientes
de Abraham son aquellos que por la fe confían en las promesas de Dios. El
cambio de nombre de Abraham, indica un cambio de misión: será el padre de una
muchedumbre de pueblos, y su fe será referencia constante para sus hijos.
A ese hombre que estaba deseando un hijo, desde
tanto tiempo, Dios le anuncia una fecundidad sobrehumana. La verdadera
«fecundidad» de Abraham no es su descendencia biológica, que le vino por el
nacimiento de Isaac, sino su fecundidad espiritual; porque puso su fe en Dios y
se lanzó a la aventura espiritual más grande, abandonar su país, sus
seguridades humanas renunciando a apoyarse en sus propias fuerzas, para
apoyarse únicamente en Dios. Renunció a sus aparentes certezas naturales, para
confiarse a la Palabra y a la Promesa de Otro, a esperarlo todo de Otro.
***
En el evangelio de hoy, Jesús se vincula a la gran
historia que comienza en Abraham que exultó y se alegró esperando ver su día.
Uno de los títulos más preciados del Israel del tiempo de Jesús, era el de ser
“hijos de Abraham”, el padre de la fe, el patriarca trasmisor de la vida y del
derecho a la tierra. Toda la fe del pueblo se apoyaba en la fe de este hombre
que creyó contra toda esperanza.
Jesús, al tema de su identidad, hoy
añade el de la vida y la muerte en relación a la aceptación de la
Palabra: en verdad el que guarda su palabra no probará la muerte jamás. Jesús
ofrece la vida eterna a quienes escuchan y ponen en práctica su Palabra.
Los judíos, entienden las palabras de Jesús en
forma literal y lo tildan de loco porque pretende ser más que Abraham y los
profetas. Un hombre que asegura poder dar vida eterna con su palabra, no puede
ser una persona “normal”, porque esa facultad le compete sólo a Dios. A la
pregunta sobre su pretensión, Jesús vuelve a responder presentándose en
relación al Padre, a quien Él conoce y por quien es enviado a anunciar la
palabra. Para San Juan, mantenerse fiel a la Palabra de Jesús, da la Vida, tal
como Jesús recibe la plenitud de la vida gloriosa del Padre, porque se mantiene
obediente y guarda su Palabra.
No es Jesús el que da valor a su pretensión de dar
la vida eterna, sino Dios mismo que glorificará a Jesús porque es fiel a su
misión de revelador.
En el camino hacia la Pascua también nosotros
sentimos la llamada a la vida. La Pascua es una invitación a entrar en sintonía
sacramental y profunda con el Cristo que atraviesa la muerte hacia la vida. Así
entramos en la nueva alianza del verdadero Abraham y nos hacemos con Él
herederos de la vida.
Ser hijo de Abraham no se puede entender de una
manera biológica, carnal, cuantitativa, sino de un modo simbólico o espiritual.
Significa tener las cualidades espirituales de Abraham y su ideal de un pueblo
amante de la justicia y de la libertad. La vida del discípulo es la de aquel
que tiene que guardar “la Palabra” y entrar en el peregrinaje de vivirla cada
día, haciéndola realidad en el trato con los demás, en el proyecto de
vida, realizando el mandato de Jesús de amar a los hermanos con un amor como el
suyo, capaz de llegar hasta la muerte y trascender la muerte.
Tener la vida eterna es saber que nuestro destino
se realiza plenamente en la vida junto a Dios. En Él llegan a la perfección
nuestros anhelos, afectos, ilusiones, sueños y luchas más queridas. En Él se
superan todos nuestros males y todos nuestros límites. Desde Abraham hasta
nosotros, todos los seres humanos nos gozamos en el día de Cristo, porque es el
día de nuestra salvación que celebramos y hacemos nuestra en cada Pascua.
Si nuestra fe en Cristo es profunda, si no sólo
sabemos cosas de Él, si no sólo «creemos en Él», sino que «le creemos a Él» y
lo aceptamos como razón de ser de nuestra vida; si somos fieles como Abraham,
si somos capaces de salir de nosotros para estar en comunión con Cristo,
tendremos vida y vida eterna. Quien guarda la palabra de Jesús con fe y la
convierte en algo determinante para su vida, no verá la muerte jamás.
Para
discernir
¿De veras he apostado todo a Dios?
¿Confío realmente, en su Palabra?
¿Nos fiamos de nosotros mismos o de la Palabra del
Señor?
Repitamos a
lo largo de este día
…Yo me alegraré con el Señor…
Para la
lectura espiritual
…Permanece con él no sólo con el corazón, sino
también con los oídos y los ojos, que van donde les lleva el corazón. El amor
desea conocer y ver. Nosotros no hemos escuchado ni visto al Señor Jesús, Verbo
hecho carne. Pero sabemos que su carne se ha hecho Palabra para hacerse carne
en nosotros, que le escuchamos y contemplamos. Y es que el hombre se convierte
en la palabra que escucha y se transfigura en el que tiene delante. La palabra
que nos cuenta la historia de Jesús es para nosotros su carne, norma de fe y
criterio supremo de discernimiento espiritual. De lo contrario, nos inventamos
un Dios a la medida de nuestras fantasías religiosas (cf. Ef. 4,20; 1 Jn 4,2) y
creemos no en él, sino en las ideas que nos hacemos de él.
No tenemos ninguna imagen de Dios y no debemos
hacernos ninguna. Lo conocemos a través de su revelación a Israel y en el
acontecimiento de Jesús, en el que habita corporalmente toda la plenitud de la
divinidad (Col 2,9).
Por consiguiente, lee siempre la Escritura para
conocer la Palabra de la cual eres siervo para tu salvación y en favor de los
hermanos. Es tu profesión específica de apóstol (Lc 1,2; Hch 6,4). Léela siempre
con admiración y acción de gracias. La Palabra será luz para tus ojos, miel en
la boca y gozo para tu corazón (Sal 19,9.1 1; 119,103.11 1). Lee y admira;
conviértete y goza; discierne y elige, luego actúa.
Debes saber que donde no te admiras, no comprendes;
donde no te conviertes, no gozas; donde no gozas, no disciernes; donde no
disciernes, no eliges; donde no eliges, actúas inevitablemente según el
pensamiento humano y no según el de Dios (Mc 8,33). Que la Palabra sea el
centro de tu vida. Es Jesús, el Hijo, al que amas y deseas conocer cada vez más
para amarlo siempre mejor y en verdad…
S. Fausti, Carta a Sita.
Cuál es el futuro del cristianismo, Casale Monf. 1991, 23s.
Para rezar
Jesucristo, el mismo ayer, hoy y siempre,
Señor de la historia,
viajero que acompaña nuestro caminar.
Danos la esperanza que no defrauda,
que en medio de las dificultades
y tristezas de la vida, no bajemos los brazos,
sino que los alcemos hacia Vos.
En tu palabra queremos echar las redes
y echar nuestra vida,
en tu nombre mantenernos firmes en el dolor
y seguros en la contrariedad.
Por tu amor,
amar hasta dar la vida,
Amar aunque duela.
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