24 de enero de 2018

24 de enero de 2018 – TO - Miércoles de la tercera semana

¡El que tenga oídos, que oiga!

Lectura del segundo libro de Samuel    7, 4-17

La palabra del Señor llegó a Natán en estos términos: «Ve a decirle a mi servidor David: Así habla el Señor: ¿Eres tú el que me va a edificar una casa para que yo la habite? Desde el día en que hice subir de Egipto a los israelitas hasta el día de hoy, nunca habité en una casa, sino que iba de un lado a otro, en una carpa que me servía de morada. Y mientras caminaba entre los israelitas, ¿acaso le dije a uno solo de los jefes de Israel, a los que mandé apacentar a mi Pueblo: “¿Por qué no me han edificado una casa de cedro?”
Y ahora, esto es lo que le dirás a mi servidor David: Así habla el Señor de los ejércitos: Yo te saqué del campo de pastoreo, de detrás del rebaño, para que fueras el jefe de mi pueblo Israel. Estuve contigo dondequiera que fuiste y exterminé a todos tus enemigos delante de ti. Yo haré que tu nombre sea tan grande como el de los grandes de la tierra.
Fijaré un lugar para mi pueblo Israel y lo plantaré para que tenga allí su morada. Ya no será perturbado, ni los malhechores seguirán oprimiéndolo como lo hacían antes, desde el día en que establecí Jueces sobre mi pueblo Israel. Yo te he dado paz, librándote de todos tus enemigos. Y el Señor te ha anunciado que él mismo te hará una casa.
Sí, cuando hayas llegado al término de tus días y vayas a descansar con tus padres, yo elevaré después de ti a uno de tus descendientes, a uno que saldrá de tus entrañas, y afianzaré su realeza. El edificará una casa para mi Nombre, y yo afianzaré para siempre su trono real. Seré un padre para él, y él será para mí un hijo. Si comete una falta, lo corregiré con varas y golpes, como lo hacen los hombres. Pero mi fidelidad no se retirará de él, como se la retiré a Saúl, al que aparté de tu presencia. Tu casa y tu reino durarán eternamente delante de mí, y tu trono será estable para siempre»
Natán comunicó a David toda esta visión y todas estas palabras. 
Palabra de Dios.

SALMO    Sal 88, 4-5. 27-28. 29-30 (R.: 29a) 
R.    Le aseguraré mi amor eternamente.

Yo sellé una alianza con mi elegido,
hice este juramento a David, mi servidor:
«Estableceré tu descendencia para siempre,
mantendré tu trono por todas las generaciones.» R.

El me dirá: «Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora.»
Yo lo constituiré mi primogénito,
el más alto de los reyes de la tierra. R.

Le aseguraré mi amor eternamente,
y mi alianza será estable para él;
le daré una descendencia eterna
y un trono duradero como el cielo. R.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 4, 1-20

Jesús comenzó a enseñar de nuevo a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca dentro del mar, y sentarse en ella. Mientras tanto, la multitud estaba en la orilla. El les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas, y esto era lo que les enseñaba:
«¡Escuchen! El sembrador salió a sembrar. Mientras sembraba, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno rocoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemó y, por falta de raíz, se secó. Otra cayó entre las espinas; estas crecieron, la sofocaron, y no dio fruto. Otros granos cayeron en buena tierra y dieron fruto: fueron creciendo y desarrollándose, y rindieron ya el treinta, ya el sesenta, ya el ciento por uno.»
Y decía: «¡El que tenga oídos para oír, que oiga!»
Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor de él junto con los Doce, le preguntaban por el sentido de las parábolas. Y Jesús les decía: «A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola, a fin de que miren y no vean, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y alcancen el perdón.»
Jesús les dijo: «¿No entienden esta parábola? ¿Cómo comprenderán entonces todas las demás?
El sembrador siembra la Palabra. Los que están al borde del camino, son aquellos en quienes se siembra la Palabra; pero, apenas la escuchan, viene Satanás y se lleva la semilla sembrada en ellos.
Igualmente, los que reciben la semilla en terreno rocoso son los que, al escuchar la Palabra, la acogen en seguida con alegría; pero no tienen raíces, sino que son inconstantes y, en cuanto sobreviene la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumben.
Hay otros que reciben la semilla entre espinas: son los que han escuchado la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y los demás deseos penetran en ellos y ahogan la Palabra, y esta resulta infructuosa.
Y los que reciben la semilla en tierra buena, son los que escuchan la Palabra, la aceptan y dan fruto al treinta, al sesenta y al ciento por uno.» 
Palabra del Señor.

Para reflexionar

Leemos hoy la célebre profecía de Natán. David no se conformaba con haber conquistado la plaza fuerte de Jerusalén y traído el Arca. Llevado de su espíritu religioso y buscando seguramente la unidad política de las diversas tribus en torno a Jerusalén, quiso construir a Dios un Templo, y así se lo hizo saber al profeta Natán quien le da la respuesta.
Dios rehúsa a que se le construya un templo y da sus razones para el rechazo: desde el día en que hizo subir de Egipto a los israelitas, «acampó» en una tienda y no habitó jamás en una casa.
La “tienda” es el símbolo de lo no definitivo. La verdadera patria y casa está “allá arriba”. Dios no tiene ningún interés en que nos instalemos aquí abajo.
La segunda razón es la total iniciativa de Dios. David no se eligió rey a sí mismo, no era más que un pobre pastor que Dios fue a buscar de detrás del rebaño. Hasta su descendencia será un perpetuo regalo de Dios. El profeta le dirá que no será él quien construirá una casa para Dios, sino que es Dios quien le construirá una “casa” que será su “dinastía”.
Por último; el futuro de su descendencia no se apoya en la solidez y la belleza de un edificio para el culto sino sobre una Alianza entre Dios y los hombres, en este caso la fidelidad mutua de Dios y del rey.
Dios que no quiere que David le construya ese Templo, permitirá a su hijo Salomón que lo haga.
***
En el evangelio Jesús …”comenzó a enseñar en la orilla del lago”… Obra como rabí, como maestro, porque se propone comunicar algo. Las parábolas forman parte de su magisterio vivo, de su pedagogía. La parábola nace de su ser maestro, preocupado de que los hombres puedan realizar un itinerario de salvación.
Aparece el tema de la siembra, el sembrador y la semilla. Sembrar significa confiar una vida a su camino vital, iniciar un proceso vital con confianza.
La parábola del sembrador, debe ser entendida en la dinámica en la que Marcos viene presentando el ministerio de Jesús. Su itinerario estuvo cargado de problemas y de dificultades. Primero fue la prisión de Juan, luego la acusación de blasfemia, luego el complot de los herodianos para matarlo, posteriormente la acusación de obrar en nombre del demonio que le hicieron los escribas espías de Jerusalén; finalmente, la incomprensión de su familia. Jesús se encontraba amenazado por todos lados.
El Reino que Jesús anuncia exige conversión: cambio interior de las personas y cambio exterior de las estructuras. A menudo la exigencia de cambio trae resistencia, crítica y persecución. Su propuesta del Reino cae en gente superficial, o interesada, o aferrada a las viejas estructuras, o atemorizada. Jesús experimenta que su propuesta de transformación es cuestionada y atacada y sobre su misma persona ya respiran las amenazas de muerte.
Esta parábola nos revela el interior sufriente de Jesús. Instalar el Reino de Dios en el propio corazón de los hombres y en la sociedad era un camino doloroso, lleno de fracasos. Había que sembrar mucho y fracasar mucho, para poder recoger algo.
Jesús pretende afirmar que el Reino está ya presente, aunque a nivel de semilla y aunque aparentemente aplastado: el Reino está aquí, en medio de las oposiciones, en medio de los fracasos y no simplemente en aquellos que algún día se transformarán en éxitos. La parábola además de ser una afirmación de la presencia del Reino se convierte en un estímulo para quienes lo anuncian.
Se enfrentaban aquí dos mentalidades: la que se apoyaba y buscaba la señal de poder, y la que se apoyaba y valoraba la esencia de su mensaje, que carece de todo poder humano. Este será siempre el desafío del anuncio de la Buena Noticia, desafío por el que pasó Jesús y desafío por donde tiene que pasar la Iglesia.
Es importante observar el trabajo del sembrador: un trabajo sin medida, sin miedo al derroche, aparentemente inútil, infructuoso; sin embargo lo cierto es que en algún lugar da fruto abundante. En el Reino de Dios no hay trabajo inútil, no se desperdicia nada. La parábola advierte que: haya o no haya éxito, haya o no haya desperdicio, el trabajo de la siembra no debe ser calculado, medido, sobre todo no hay que elegir terrenos ni echar la semilla sólo en algunos.
Jesús asemeja su trabajo al del sembrador que derrocha semillas y energía sin distinciones y sin mezquinar. Así es como actúa Cristo en su amor a los hombres. Siembra aquí y allá, con la esperanza de que la semilla arraigue, crezca y produzca fruto.
Así debe vivir su misión la Iglesia en el mundo. Nunca sabemos a la hora de sembrar cuáles serán los terrenos que darán fruto y cuáles se negarán. No podemos adelantarnos al juicio de Dios. Necesitamos comprender como Iglesia evangelizadora y misionera que no tenemos que desanimarnos en el trabajo del anuncio ni tenemos que dejarnos llevar por cálculos humanos.
Jesús nos asegura que la semilla dará fruto. Que a pesar de que este mundo nos parece terreno estéril: la juventud de hoy tan distraída, la sociedad tan superficial e interesada, la falta de vocaciones, los defectos que descubrimos en la misma Iglesia; Dios ha dado fuerza a su Palabra y germinará, contra toda apariencia de inutilidad. Jesús nos invita a no perder la esperanza y la confianza en Dios. Es Él quien, en definitiva, hace crecer el Reino. Nosotros somos invitados a colaborar con Él. Pero Él es el que da el crecimiento y el único que salva.

Para discernir

¿Busco la eficacia antes que la fecundidad?
¿Valoro el amor de Jesús que se da a todos por igual?
¿Se aceptar los tiempos de Dios?

Repitamos a lo largo de este día

…Mi Dios, mi roca salvadora…

Para la lectura espiritual

Queridos jóvenes
Hemos recordado hace poco la historia de San Francisco de Asís. Ante el crucifijo oye la voz de Jesús, que le dice: «Ve, Francisco, y repara mi casa». Y el joven Francisco responde con prontitud y generosidad a esta llamada del Señor: reparar su casa. Pero, ¿qué casa? Poco a poco se da cuenta de que no se trataba de hacer de albañil y reparar un edificio de piedra, sino de dar su contribución a la vida de la Iglesia; se trataba de ponerse al servicio de la Iglesia, amándola y trabajando para que en ella se reflejara cada vez más el rostro de Cristo.
También hoy el Señor sigue necesitando a los jóvenes para su Iglesia. También hoy llama a cada uno de ustedes a seguirlo en su Iglesia y a ser misioneros. ¿Cómo? ¿De qué manera? A partir del nombre del lugar donde nos encontramos, Campus Fidei, Campo de Fe, he pensado en tres imágenes que nos pueden ayudar a entender mejor lo que significa ser un discípulo-misionero: la primera, el campo como lugar donde se siembra; la segunda, el campo como lugar de entrenamiento; y la tercera, el campo como obra en construcción.
1. El campo como lugar donde se siembra. Todos conocemos la parábola de Jesús que habla de un sembrador que salió a sembrar en un campo; algunas simientes cayeron al borde del camino, entre piedras o en medio de espinas, y no llegaron a desarrollarse; pero otras cayeron en tierra buena y dieron mucho fruto (cf. Mt 13,1-9). Jesús mismo explicó el significado de la parábola: La simiente es la Palabra de Dios sembrada en nuestro corazón (cf. Mt 13,18-23). Queridos jóvenes, eso significa que el verdadero Campus Fidei es el corazón de cada uno de ustedes, es su vida. Y es en la vida de ustedes donde Jesús pide entrar con su palabra, con su presencia. Por favor, dejen que Cristo y su Palabra entren en su vida, que germine y crezca. Jesús nos dice que las simientes que cayeron al borde del camino, o entre las piedras y en medio de espinas, no dieron fruto. ¿Qué clase de terreno somos, qué clase de terreno queremos ser? Quizás somos a veces como el camino: escuchamos al Señor, pero no cambia nada en la vida, porque nos dejamos atontar por tantos reclamos superficiales que escuchamos; o como el terreno pedregoso: acogemos a Jesús con entusiasmo, pero somos inconstantes y, ante las dificultades, no tenemos el valor de ir contracorriente; o somos como el terreno espinoso: las cosas, las pasiones negativas sofocan en nosotros las palabras del Señor (cf. Mt 13,18-22). Hoy, sin embargo, estoy seguro de que la simiente cae en buena tierra, que ustedes quieren ser buena tierra, no cristianos a tiempo parcial, no «almidonados», de fachada, sino auténticos. Estoy seguro de que no quieren vivir en la ilusión de una libertad que se deja arrastrar por la moda y las conveniencias del momento. Sé que ustedes apuntan a lo alto, a decisiones definitivas que den pleno sentido a la vida. Jesús es capaz de ofrecer esto. Él es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Confiemos en él. Dejémonos guiar por él…. 
Párrafos del Discurso del Papa Francisco en la vigilia
de oración con los jóvenes JMJ Río – Sábado 27 de julio de 2013

Para rezar

Quiero creer

No creo
en el derecho del más fuerte
en el lenguaje de las armas
en el poder de los potentados.
Quiero creer
en el derecho del hombre,
en la mano abierta
en el poder de los no violentos.
No creo
en la raza o la riqueza,
en los privilegios
o en el orden establecido.
Quiero creer
que todos los hombres son hombres,
que el orden de la fuerza
y de la injusticia es un desorden.
No creo
que pueda quedar indiferente
a lo que pasa lejos de aquí.
Quiero creer
que el mundo entero es mi casa
y el campo donde siembro,
y que todos cosechan
lo que todos han sembrado.
No creo
que pueda combatir
la opresión de los demás,
si tolero la injusticia aquí.
Quiero creer
que hay un solo derecho,
tanto aquí como allá
y que yo no soy libre
mientras haya un solo hombre esclavo.
No creo
que la guerra y el hambre
sean inevitables
y la paz inalcanzable.
Quiero creer
en la acción sencilla,
en el amor de las manos limpias,
en la paz sobre la tierra.
No creo
que todo el sufrimiento sea en vano
no creo que el sueño del hombre quede sueño
que la muerte será el fin.
Quiero creer, al contrario,
siempre y a pesar de todo
en el hombre nuevo,
un cielo nuevo,
una tierra nueva
donde habitará la justicia.

Dorotea Sölle


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