2 de enero de 2018


…En medio de ustedes hay alguien al que no conocen…

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan     2, 22-28

Queridos hermanos:
¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es el Anticristo: el que niega al Padre y al Hijo. El que niega al Hijo no está unido al Padre; el que reconoce al Hijo también está unido al Padre.
En cuanto a ustedes, permanezcan fieles a lo que oyeron desde el principio: de esa manera, permanecerán también en el Hijo y en el Padre.
La promesa que él nos hizo es esta: la Vida eterna.
Esto es lo que quería escribirles acerca de los que intentan engañarlos.
Pero la unción que recibieron de él permanece en ustedes, y no necesitan que nadie les enseñe. Y ya que esa unción los instruye en todo y ella es verdadera y no miente, permanezcan en él, como ella les ha enseñado.
Sí, permanezcan en él, hijos míos, para que cuando él se manifieste, tengamos plena confianza, y no sintamos vergüenza ante él en el Día de su Venida. 
Palabra de Dios.

SALMO     Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4 (R.: 3cd) 
R.    Los confines de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios.

Canten al Señor un canto nuevo,
porque el hizo maravillas:
su mano derecha y su santo brazo
le obtuvieron la victoria. R.

El Señor manifestó su victoria,
reveló su justicia a los ojos de las naciones:
se acordó de su amor y su fidelidad
en favor del pueblo de Israel. R.

Los confines de la tierra han contemplado
el triunfo de nuestro Dios.
Aclame al Señor toda la tierra,
prorrumpan en cantos jubilosos. R.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Juan    1, 19-28

Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: « ¿Quién eres tú?» El confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: «Yo no soy el Mesías.»
« ¿Quién eres, entonces?», le preguntaron: « ¿Eres Elías?»
Juan dijo: «No.» « ¿Eres el Profeta?» «Tampoco», respondió.
Ellos insistieron: « ¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?»
Y él les dijo: «Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.»
Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: « ¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
Juan respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia.»
Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán donde Juan bautizaba. 
Palabra del Señor.

Para reflexionar

Algunos decían en aquel entonces que Jesús no era Dios sino sólo un hombre especial del cual se sirvió Dios para anunciar su mensaje al mundo.
El testimonio sobre Jesús nos lo dará hoy San Juan, hombre que vivió con Él y lo observó y escuchó en múltiples ocasiones durante mucho tiempo.
En esta primera lectura nos orienta para no hacer de Jesús un ídolo, sino para que nos abramos a su palabra. Para estar unidos al Padre por Jesús es necesario aceptar su persona. Jesús es el lazo de unión entre la humanidad caída y el Padre.
Juan afirma: «Jesús es Dios», Hijo del Padre, igual al Padre. Como discípulos somos oyentes de la palabra de salvación, seguidores del Hijo y escuchándolo nos realizamos como hijos del Padre.
La única y verdadera revelación de Dios es Jesús. Para contemplar a Dios necesitamos contemplar a Jesús.
Todo el que niega al Hijo, tampoco posee al Padre y quien confiesa al Hijo, posee también al Padre.
Negar la divinidad de Jesús, es, para Juan, condenarse a no conocer nada de Dios.
***
Sacerdotes y levitas vinieron de Jerusalén para preguntar a Juan quién era. Estos encargados del culto en el Templo de Jerusalén, estaban, como todo el mundo, a la espera de la venida del Mesías prometido por las Escrituras. Habiendo oído hablar de lo que Juan Bautista hacía, se toman el trabajo de desplazarse hasta el Jordán.
Quieren investigar sobre lo que expone este hombre, porque temen que un profeta les haga alguna propuesta alternativa a la que han vivido hasta ese momento y tengan que cambiar lo que se ha hecho siempre. Un profeta como Juan no está bajo su control y será siempre un peligro para los que prefieren la tranquilidad y el “orden establecido”.
Especialistas del culto parecen preocupados por el exacto cumplimiento de las reglas rituales y les intriga saber por qué bautiza, si no es el Mesías, ni Elías, ni el Profeta.
Juan en vez de meterse en estas cuestiones rituales, dirige la atención de sus interlocutores hacia la personalidad de Jesús. Su bautismo es el que cuenta. Juan se sabe sólo “voz que grita en el desierto”, y su papel es exhortar a todos a prepararse para recibir una novedad, para la que es preciso transparencia en el corazón.
Estamos celebrando la Encarnación de Dios en nuestra historia y eso nos da motivos para llenarnos de alegría y empezar el año en la confianza. El Dios-con-nosotros sigue siendo la base de nuestra fe y nos invita a aceptarlo en nuestra historia, en nuestra existencia personal y comunitaria. Este es el misterio de Navidad: darnos cuenta de que la salvación ya está en medio de nosotros y tenemos que reconocerla.
Si la experiencia de su presencia celebrada en estos días continúa dentro de nosotros, seguramente no sucederán milagros a cada momento, pero cambiará el color desde el cual podremos mirar la vida y reconocer al Señor que sale a nuestro encuentro cada día, en lo ordinario, en los días felices y en los grises, para darnos ánimo y sentido de vivir.
Cuando Juan define su misión también anuncia la presencia del Cristo en medio de ellos. Nuestra misión como discípulos misioneros, es decir a este mundo: «en medio de ustedes está…». Y ayudarlos a que lo conozcan.

Para discernir

¿A qué me invita esta Palabra hoy?
¿Dónde he reconocido al Dios de la vida, dónde al Dios hecho carne, en qué situaciones concretas?
¿Qué paso tendríamos que dar para testimoniar y que otros descubran a Jesús?

Repitamos a lo largo de este día

…Dame un corazón dócil a tu palabra Señor…

Para la lectura espiritual

«Yo soy la voz que grita en el desierto»

…”Juan era la voz, pero «en el principio ya existía la Palabra» (Jn 1,1). Juan, una voz por un tiempo; Cristo, la Palabra desde el principio, la Palabra eterna. Quita la palabra, ¿qué es la voz? Allí donde no hay nada para comprender, hay un ruido vacío. La voz sin la palabra percute el oído, y no edifica el corazón. Sin embargo, descubramos cómo las cosas se van encadenando en nuestro corazón que es lo que se trata de edificar: Si pienso en lo que debo decir, la palabra está ya en mi corazón; pero cuando te quiero hablar busco la manera de hacer pasar a tu corazón lo que ya tengo en el mío. Si busco, pues, cómo la palabra que ya está en mi corazón podrá unirse al tuyo y establecerse en tu corazón, me sirvo de la voz, y es con esta voz con la que te hablo: el sonido de la voz hace que llegue a ti la idea que está contenida en mi palabra. Entonces, es verdad, el sonido se pierde; pero la palabra que el sonido ha hecho llegar hasta ti está desde entonces en tu corazón sin haber abandonado el mío.
Cuando la palabra ha llegado hasta ti ¿no es verdad que el sonido parece decir, como Juan Bautista: «Él tiene que crecer y yo que menguar»? (Jn 3,30). El sonido de la voz ha resonado para hacer su servicio y después ha
desaparecido como queriendo decir: «Esta alegría mía está colmada» (v.29). Retengamos, pues, la Palabra; no dejemos que se marche la Palabra concebida en lo más profundo del nuestro corazón”…
 
San Agustín (354-430),
obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia
Sermón 293, 7º para la Natividad de Juan Bautista

Para rezar

Jesús

Jesús, te doy gracias
porque has sido como uno de nosotros.
Gracias por darte a conocer de esta manera.
Siempre me pareció verte distinto, un poco lejano…
pero ahora me doy cuenta que fuiste un hombre real,
de carne y hueso. Un hombre de nuestra raza.
Conociste la alegría humana, la amistad,
el gozo de compartir y reír.
Supiste muy bien lo que era la pena, el dolor,
el sufrimiento.
Recorriste pueblos, ciudades, caminos y montañas.
Te dio hambre, sueño, sed, cansancio…
Muchos se acercaron y te aclamaron, otros te rechazaron,
te persiguieron y te torturaron….
Subiste a la cruz sin escándalo,
y fuiste capaz de morir perdonando.
Señor, la fuerza de tu amor me impresiona.
Tu entrega no tuvo límites, amaste todo lo humano,
los pobres, los desvalidos, los enfermos, los marginados,
los niños, los pecadores, los buenos…
Ahora ya sé que estás presente en todos ellos.
Te agradezco lo que hoy me has entregado,
y, sobretodo, Señor, te agradezco,

que tú seas mi Dios.

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