13 de enero de 2018


…No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores…

Lectura del primer libro de Samuel    9, 1-6.10. 17-19; 10, 1a

Había un hombre de Benjamín llamado Quis, hijo de Abiel, hijo de Seror, hijo de Becorat, hijo de Afiaj, hijo de un benjaminita. El hombre estaba en muy buena posición, y tenía un hijo llamado Saúl, que era joven y apuesto. No había entre los israelitas otro más apuesto que él; de los hombros para arriba, sobresalía por encima de todos los demás.
Una vez, se le extraviaron las asnas a Quis, el padre de Saúl. Quis dijo entonces a su hijo Saúl: «Lleva contigo a uno de los servidores y ve a buscar las asnas». Ellos recorrieron la montaña de Efraím y atravesaron la región de Salisá, sin encontrar nada. Cruzaron por la región de Saalém, pero no estaban allí. Recorrieron el territorio de Benjamín, y tampoco las hallaron.
Cuando llegaron a la región de Suf, Saúl dijo al servidor que lo acompañaba:
«Volvámonos, no sea que mi padre ya no piense más en las asnas y esté inquieto por nosotros». Pero el servidor le respondió:«En esta ciudad hay un hombre de Dios. Es un hombre muy respetado: todo lo que él dice, sucede infaliblemente. Vamos allá; a lo mejor, él nos indica el camino que debemos tomar». Saúl dijo a su Servidor: «Está bien, vamos». Y se fueron a la ciudad donde estaba el hombre de Dios.
Cuando Samuel divisó a Saúl, el Señor le advirtió: «Este es el hombre de quien te dije que regirá a mi pueblo.»
Saúl se acercó a Samuel en medio de la puerta de la ciudad, y le dijo: «Por favor, indícame dónde está la casa del vidente.»
«El vidente soy yo, respondió de enero de  Samuel a Saúl; sube delante d – TO -e mí al lugar alto. Hoy ustedes comerán conmigo. Mañana temprano te dejaré partir y responderé a todo lo que te preocupa».
Samuel tomó el frasco de aceite y lo derramó sobre la cabeza de Saúl. Luego lo besó y dijo: «¡El Señor te ha ungido como jefe de su herencia! 
Palabra de Dios.

SALMO    Sal 20, 2-7 
¡El Rey se regocija por tu fuerza, Señor!

Señor, el rey se regocija por tu fuerza,
¡y cuánto se alegra por tu victoria!
Tú has colmado los deseos de su corazón,
No le has negado lo que pedían sus labios. R.

Porque te anticipas a bendecidlo con el éxito
Y pones en su cabeza una corona de oro puro.
Te pidió larga vida y se la diste:
Días que se prolongan para siempre. R.

Su gloria se acrecentó por tu triunfo,
Tú lo revistes de esplendor y majestad;
Le concedes incesantes bendiciones,
Lo colmas de alegría en tu presencia. R.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Marcos    2,13-17

Jesús salió nuevamente a la orilla del mar; toda la gente acudía allí, y él les enseñaba. Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme.» El se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos; porque eran muchos los que lo seguían. Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: « ¿Por qué come con publicanos y pecadores?»
Jesús, que había oído, les dijo: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.» 
Palabra del Señor.

Para reflexionar

La mayoría de los pueblos de la antigüedad consideraban al rey como un dios. Para Israel será un instrumento de Yahvé, único Dios verdadero. Conforme al pedido de los ancianos y del pueblo, Israel tendrá un «Rey». Samuel se pliega a las decisiones de los hombres.
Pero, a la vez que concede a los hombres el sistema político que reclaman, dejándoles la responsabilidad, Dios se encargará de demostrarles que Él es el único rey; previniéndoles de poner una confianza demasiado absoluta en un rey humano. Saúl, no llegará a fundar una dinastía; no tendrá ningún hijo para sucederle.
Aparece una vez más, el tema, tan reiterado en la Biblia: la libertad de Dios, manifestada en su predilección por los pequeños.
Saúl se asombra de haber sido elegido rey, ya que pertenecía a la menor de todas las familias de la tribu de Benjamín, que había sido casi exterminada. El joven Saúl no aspiraba a una dignidad tan alta.
Samuel unge a Saúl como rey. La unción era el símbolo religioso para transmitir a una persona la ayuda y la fuerza de Dios. Como el aceite penetra en los poros de la piel, así Dios penetra para dar su fortaleza y su Espíritu, a los que ha elegido para una misión.
Este joven parecía dotado de cualidades: era de buen aspecto, alto y parecía lo que el pueblo podía necesitar, sobre todo en la lucha contra los filisteos; pero no fue precisamente un gran rey, aparece lleno de complejos, celos, iras y depresiones.
Dios sigue llamando en las circunstancias familiares y sociales de cada época y se sirve de pequeños acontecimientos, o de palabras que parecen intrascendentes. Todo depende de cómo sepamos responder y si alguien nos ayuda y nos guía en el reconocimiento de la voz de Dios, y en la maduración de nuestras posibilidades.
***
Roma había organizado sistemáticamente la recaudación de impuestos y tarifas. Un procedimiento ordinario era poner a un recaudador con un grupo de soldados, a la entrada de las ciudades, para cobrar las tarifas de las mercancías que entraban o salían de la ciudad.
Jesús salió de nuevo a orillas del mar y les enseñaba. Esta vez, al pasar, Jesús vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado en la oficina de la Aduana y le dijo: “Sígueme”. El quinto discípulo a quien Jesús llama es un “cobrador de impuestos, un aduanero, un encargado de recaudación pública de Cafarnaúm.
Este hombre se levantó y lo siguió. Con estos dos verbos queda expresada la ruptura de Leví a su habitual estilo de vida, con su pasado de injusticia para seguir a Jesús. Al atardecer Jesús se sienta a la mesa en casa de Mateo y muchos publicanos y pecadores estaban recostados con “El y sus discípulos”. El hecho de que en la comunidad estén juntos los discípulos judíos, gente sin religión, recaudadores, descreídos, pecadores considerados impuros y que están religiosamente discriminados, provoca la protesta de los maestros de la Ley, que pretenden mostrar a los discípulos lo impropio de la conducta de su Maestro.
Los escribas del partido de los fariseos se escandalizan porque Jesús no sólo se atrevía a perdonar pecados; sino que ahora llama a publicanos y además come con ellos. El “grupo de los fariseos” dedicados al conocimiento de la ley y de la tradición, para promover su estricto cumplimiento, insistían en la gravedad de frecuentar a ciertas personas para no comprometer su pureza legal.
Jesús no se deja llevar por las clasificaciones corrientes que en su época originaban la marginación de tantos hombres; y ante la reacción de los fariseos, encerrados en su autosuficiencia y convencidos de ser los perfectos, su palabra es clara y firme: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos porque no he venido a llamar a los “justos”, sino a los “pecadores”.
La casa de Mateo se convierte en figura de la nueva comunidad del Reino, compuesta de dos grupos: el de los discípulos, al que pertenecen los primeros llamados, que procedían del judaísmo, y el grupo de los otros seguidores, muy numerosos, que no proceden de Israel. El centro de la nueva comunidad es Jesús; su espíritu es la unión, amistad y alegría propias de un banquete.
Para el discípulo, en esta lección, queda retratado el amor misericordioso de Dios, manifestado en Cristo Jesús. Llamando a “pecadores”, a los débiles y los enfermos, Jesús revela al Dios gratuito de aquellos que no lo pueden comprar.

Para discernir

¿Miramos a los demás con nuevos ojos, después de ver y escuchar a Jesús sentado a la mesa con los pecadores y los publicanos?
¿Estamos dispuestos a estrechar la mano de los más extraños, los más lejanos, los despreciados y segregados de nuestra sociedad?
¿Cuál es mi actitud frente a los pecadores? ¿Me repito a mí mismo la palabra de Jesús?

Repitamos a lo largo de este día

…Me llamas Señor y te sigo…

Para la lectura espiritual

«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos»

…”Dice el apóstol Pablo: «Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo» (Col 3, 9-10)… Ésta ha sido la obra que Cristo llevó a cabo llamando a Leví; le ha devuelto su verdadero rostro y ha hecho de él un hombre nuevo. Es también por este título de hombre nuevo que el antiguo publicano ofrece a Cristo un banquete, porque Cristo se complace en él y merece tener su parte de felicidad estando con Cristo… Desde aquel momento le siguió feliz, alegre, desbordante de gozo.
«Ya no me comporto como un publicano, decía; ya no soy el viejo Leví; me he despojado de Leví revistiéndome de Cristo. Huyó de mi vida primera; sólo quiero seguirte a ti, Señor Jesús, que curas mis heridas. ¿Quién me separará del amor de Dios que hay en ti? ¿la tribulación? ¿la angustia? ¿el hambre? (Rm 8,35). Estoy unido a ti por la fe como si fuera con clavos, me has sujetado con las buenas trabas del amor. Todos tus mandatos serán como un cauterio que llevaré aplicado sobre mi herida; el remedio muerde, pero quita la infección de la úlcera. Corta, Señor, con tu espada poderosa la podredumbre de mis pecados; ven pronto a cortar las pasiones escondidas, secretas, variadas. Purifica cualquier infección con el baño nuevo.
«Escuchadme, hombres pegados a la tierra, los que tenéis el pensamiento embotado por vuestros pecados. También yo, Leví, estaba herido por pasiones semejantes. Pero he encontrado a un médico que habita en el cielo y que derrama sus remedios sobre la tierra. Sólo él puede curar mis heridas porque él no tiene esas heridas; sólo él puede quitar al corazón su dolor y al alma su languidez, porque conoce todo lo que está escondido”… 
San Ambrosio (hacia 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia – Comentario a Lucas, 5, 23.27

Para rezar

Señor, el día empieza.
Como siempre, postrados a tus pies,
la luz del día queremos esperar.
Eres la fuerza
que tenemos los débiles, nosotros.

Padre nuestro
que en los cielos estás,
haz a los hombres iguales;
que ninguno se avergüence de los demás;
que todos al que gime den consuelo;
que todos al que sufre del hambre la tortura,
le regalen en rica mesa de manteles blancos
con blanco pan y generoso vino;
que no luchen jamás;
que nunca emerjan
entre las áureas mieses de la historia,
sangrientas amapolas, las batallas.

Luz, Señor,
que ilumine las campiñas y las ciudades;
que a los hombres todos,
en sus destellos mágicos,
envuelva luz inmortal;
Señor, luz de los cielos,
fuente del amor y causa de la vida.

Liturgia de las Horas

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